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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />

216<br />

Isabel Allende<br />

por las jóvenes que antes lo entusiasmaban. Por otra parte, sentado en ese escritorio,<br />

trabajando doce horas diarias, lejos de su guitarra y la inspiración del pueblo, tenía<br />

muy pocas oportunidades de sentirse feliz. A medida que pasaba el tiempo, echaba<br />

más y más de menos el amor tranquilo y reposado de Blanca. Apenas la vio entrar con<br />

ademanes decididos y acompañada por Alba, comprendió que no iba a verlo por<br />

razones sentimentales y adivinó que la causa era el escándalo del senador Trueba.<br />

-Vengo a pedirte que nos acompañes -le dijo Blanca sin preámbulos-. Tu hija y yo<br />

vamos a ir a buscar al viejo a Las Tres Marías.<br />

Fue así como se enteró Alba de que su padre era Pedro Tercero García.<br />

-Está bien. Pasemos por mi <strong>casa</strong> a buscar la guitarra-respondió él levantándose.<br />

Salieron del ministerio en un automóvil negro como carruaje funerario con placas<br />

oficiales. Blanca y Alba esperaron en la calle mientras él subió a su departamento.<br />

Cuando regresó, había recuperado algo de su antiguo encanto. Se había cambiado el<br />

traje gris por su mameluco y su poncho de antaño, calzaba alpargatas y llevaba la<br />

guitarra colgando en la espalda. Blanca le sonrió por primera vez y él se inclinó y la<br />

besó brevemente en la boca. El viaje fue silencioso durante los primeros cien<br />

kilómetros, hasta que Alba pudo recuperarse de la sorpresa y sacó un hilo de voz<br />

temblorosa para preguntar por qué no le habían dicho antes que Pedro Tercero era su<br />

padre; así se habría ahorrado tantas pesadillas de un conde vestido de blanco muerto<br />

de fiebre en el desierto.<br />

-Es mejor un padre muerto que un padre ausente -respondió enigmáticamente<br />

Blanca, y no volvió a hablar del asunto.<br />

Llegaron a Las Tres Marías al anochecer y encontraron en el portón del fundo un<br />

gentío en amigable charla alrededor de una fogata donde se asaba un cerdo. Eran los<br />

carabineros, los periodistas y los campesinos que estaban dando el bajo a las últimas<br />

botellas de la bodega del senador. Algunos perros y varios niños jugueteaban<br />

iluminados por el fuego, esperando que el rosado y reluciente lechón terminara de<br />

cocinarse. A Pedro Tercero García lo reconocieron al punto los de la prensa, porque lo<br />

habían entrevistado a menudo, los carabineros por su inconfundible pinta de cantor<br />

popular, y los campesinos porque lo habían visto nacer en esa tierra. Lo recibieron con<br />

afecto.<br />

-¿Qué le trae por aquí, compañero? -le preguntaron los campesinos.<br />

-Vengo a ver al viejo -sonrió Pedro Tercero.<br />

-Usted puede entrar, compañero, pero solo. Doña Blanca y la niña Alba nos van a<br />

aceptar un vasito de vino -dijeron.<br />

Las dos mujeres se sentaron alrededor de la fogata con los demás y el suave olor de<br />

la carne chamuscada les recordó que no habían comido desde la mañana. Blanca<br />

conocía a todos los inquilinos y a muchos de ellos les había enseñado a leer en la<br />

pequeña escuela de Las Tres Marías, así es que se pusieron a recordar los tiempos<br />

pasados, cuando los hermanos Sánchez imponían su ley en la región, cuando el viejo<br />

Pedro García acabó con la plaga de hormigas y cuando el Presidente era un eterno<br />

candidato, que se paraba en la estación a arengarlos desde el tren de sus derrotas.<br />

-¡Quién hubiera pensado que alguna vez iba a ser Presidente -dijo uno.<br />

-¡Y que un día el patrón iba a mandar menos que nosotros en Las Tres Marías! -se<br />

rieron los demás.<br />

A Pedro Tercero García lo condujeron a la <strong>casa</strong>, directamente a la cocina. Allí<br />

estaban los inquilinos más viejos cuidando la puerta del comedor donde tenían<br />

prisionero al antiguo patrón. No habían visto a Pedro Tercero en años, pero todos lo

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