Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />
79<br />
Isabel Allende<br />
estado de las lluvias. Una vez anunciaron que había un tesoro escondido debajo de la<br />
chimenea y ella hizo primero tumbar el muro, pero no apareció, luego la escalera,<br />
tampoco, enseguida la mitad del salón principal, nada. Por último resultó que el<br />
espíritu, confundido con las modificaciones arquitectónicas que ella había hecho en la<br />
<strong>casa</strong>, no reparó en que el escondite de los doblones de oro no estaba en la mansión de<br />
los Trueba, sino al otro lado de la calle, en la <strong>casa</strong> de los Ugarte, quienes se negaron a<br />
echar abajo el comedor, porque no creyeron el cuento del fantasma español. Clara no<br />
era capaz de hacer las trenzas a Blanca para ir al colegio, de eso se encargaban Férula<br />
o la Nana, pero tenía con ella una estupenda relación basada en los mismos principios<br />
de la que ella había tenido con Nívea, se contaban cuentos, leían los libros mágicos de<br />
los baúles encantados, consultaban los retratos de familia, se pasaban anécdotas de<br />
los tíos a los que se les escapan ventosidades y los ciegos que se caen como gárgolas<br />
de los álamos, salían a mirar la cordillera y a contar las nubes, se comunicaban en un<br />
idioma inventado que suprimía la te al castellano y la reemplazaba por ene y la erre<br />
por ele, de modo que quedaban hablando igual que el chino de la tintorería. Entretanto<br />
Jaime y Nicolás crecían separados del binomio femenino, de acuerdo con el principio de<br />
aquellos tiempos de que «hay que hacerse hombres». Las mujeres, en cambio, nacían<br />
con su condición incorporada genéticamente y no tenían necesidad de adquirirla con<br />
los avatares de la vida. Los mellizos se hacían fuertes y brutales en los juegos propios<br />
de su edad, primero cazando lagartijas para rebanarles la cola, ratones para hacerlos<br />
correr carreras y mariposas para quitarles el polvo de las alas y, más tarde, dándose<br />
puñetazos y patadas de acuerdo a las instrucciones del mismo chino de la tintorería,<br />
que era un adelantado para su época y que fue el primero en llevar al país el<br />
conocimiento milenario de las artes marciales, pero nadie le hizo caso cuando<br />
demostró que podía partir ladrillos con la mano y quiso poner su propia academia, por<br />
eso terminó lavando ropa ajena. Años más tarde, los mellizos terminaron de hacerse<br />
hombres escapando del colegio para meterse en el sitio baldío del basural, donde<br />
cambiaban los cubiertos de plata de su madre por unos minutos de amor prohibido con<br />
una mujerona inmensa que podía acunarlos a los dos en sus pechos de vaca<br />
holandesa, ahogarlos a los dos en la pulposa humedad de sus axilas, aplastarlos a los<br />
dos con sus muslos de elefante y elevarlos a los dos a la gloria con la cavidad oscura,<br />
jugosa, caliente, de su sexo. Pero eso no fue hasta mucho más tarde y Clara nunca lo<br />
supo, de modo que no pudo anotarlo en sus cuadernos para que yo lo leyera algún día.<br />
Me enteré por otros conductos.<br />
A Clara no le interesaban los asuntos domésticos. Vagaba por las habitaciones sin<br />
extrañarse de que todo estuviera en perfecto estado de orden y de limpieza. Se<br />
sentaba a la mesa sin preguntarse quién preparaba la comida o dónde se compraban<br />
los alimentos, le daba igual quién la sirviera, olvidaba los nombres de los empleados y<br />
a veces hasta de sus propios hijos, sin embargo, parecía estar siempre presente, como<br />
un espíritu benéfico y alegre, a cuyo paso echaban a andar los relojes. Se vestía de<br />
blanco, porque decidió que era el único color que no alteraba su aura, con los trajes<br />
sencillos que le hacía Férula en la máquina de coser y que prefería a los atuendos con<br />
volantes y pedrerías que le regalaba su marido, con el propósito de deslumbrarla y<br />
verla a la moda.<br />
Esteban sufría arrebatos de desesperación, porque ella lo trataba con la misma<br />
simpatía con que trataba a todo el mundo, le hablaba en el tono mimoso con que<br />
acariciaba a los gatos, era incapaz de darse cuenta si estaba cansado, triste, eufórico o<br />
con ganas de hacer el amor, en cambio le adivinaba por el color de sus irradiaciones<br />
cuándo estaba tramando alguna bellaquería y podía desarmarle una rabieta con un par<br />
de frases burlonas. Lo exasperaba que Clara nunca parecía estar realmente agradecida<br />
de nada y nunca necesitaba algo que él pudiera darle. En el lecho era distraída y