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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />
83<br />
Isabel Allende<br />
Ese fue el año del tifus exantemático. Comenzó como otra calamidad de los pobres y<br />
pronto adquirió características de castigo divino. Nació en los barrios de los indigentes,<br />
por culpa del invierno, de la desnutrición, del agua sucia de las acequias. Se juntó con<br />
la cesantía y se repartió por todas partes. Los hospitales no daban abasto. Los<br />
enfermos deambulaban por las calles con los ojos perdidos, se sacaban los piojos y se<br />
los tiraban a la gente sana. Se regó la plaga, entró a todos los hogares, infectó los<br />
colegios y las fábricas, nadie podía sentirse seguro. Todos vivían con miedo,<br />
escrutando los signos que anunciaban la terrible enfermedad. Los contagiados<br />
empezaban a tiritar con un frío de lápida en los huesos y a poco eran presas del<br />
estupor. Se quedaban como imbéciles, consumiéndose en la fiebre, llenos de manchas,<br />
cagando sangre, con delirios de fuego y de naufragio, cayéndose al suelo, los huesos<br />
de lana, las piernas de trapo y un gusto de bilis en la boca, el cuerpo en carne viva,<br />
una pústula roja al lado de otra azul y otra amarilla y otra negra, vomitando hasta las<br />
tripas y clamando a Dios que se apiade y que los deje morir de una vez, que no<br />
aguantan más, que la cabeza les revienta y el alma se les va en mierda y espanto.<br />
Esteban propuso llevar a toda la familia al campo, para preservarla del contagio,<br />
pero Clara no quiso oír hablar del asunto. Estaba muy ocupada socorriendo a los<br />
pobres en una tarea que no tenía principio ni fin. Salía muy temprano y a veces<br />
llegaba cerca de la medianoche. Vació los armarios de la <strong>casa</strong>, quitó la ropa a los<br />
niños, las frazadas de las camas, las chaquetas a su marido. Sacaba la comida de la<br />
despensa y estableció un sistema de envíos con Pedro Segundo García, quien mandaba<br />
desde Las Tres Marías quesos, huevos, cecinas, frutas, gallinas, que ella distribuía<br />
entre sus necesitados. Adelgazó y se veía demacrada. En las noches volvió a caminar<br />
sonámbula.<br />
La ausencia de Férula se sintió como un cataclismo en la <strong>casa</strong> y hasta la Nana, que<br />
siempre había deseado que ese momento llegara algún día, se conmovió. Cuando<br />
comenzó la primavera y Clara pudo descansar un poco, aumentó su tendencia a evadir<br />
la realidad y perderse en el ensueño. Aunque ya no contaba con la impecable<br />
organización de su cuñada para barajar el caos de la gran <strong>casa</strong> de la esquina, se<br />
despreocupó de las cosas domésticas. Delegó todo en manos de la Nana y de los otros<br />
empleados y se sumió en el mundo de los aparecidos y de los experimentos psíquicos.<br />
Los cuadernos de anotar la vida se embrollaron, su caligrafía perdió la elegancia de<br />
convento, que siempre tuvo, y degeneró en unos trazos despachurrados que a veces<br />
eran tan minúsculos que no se podían leer y otras tan grandes que tres palabras<br />
llenaban la página.<br />
En los años siguientes se juntó alrededor de Clara y las tres hermanas Mora un<br />
grupo de estudiosos de Gourdieff, de rosacruces, de espiritistas y de bohemios<br />
trasnochados que hacían tres comidas diarias en la <strong>casa</strong> y que alternaban su tiempo<br />
entre consultas perentorias a los espíritus de la mesa de tres patas y la lectura de los<br />
versos del último poeta iluminado que aterrizaba en el regazo de Clara. Esteban<br />
permitía esa invasión de estrafalarios; porque hacía mucho tiempo que se dio cuenta<br />
que era inútil interferir en la vida de su mujer. Decidió que por lo menos los niños<br />
varones debían estar al margen de la magia, de modo que Jaime y Nicolás fueron<br />
internos a un colegio inglés victoriano, donde cualquier pretexto era bueno para<br />
bajarles los pantalones y darles varillazos por el trasero, especialmente a Jaime, que<br />
se burlaba de la familia real británica y a los doce años estaba interesado en leer a<br />
Marx, un judío que provocaba revoluciones en todo el mundo. Nicolás heredó el<br />
espíritu aventurero del tío abuelo Marcos y la propensión de fabricar horóscopos y<br />
descifrar el futuro de su madre, pero eso no constituía un delito grave en la rígida<br />
formación del colegio, sino sólo una excentricidad, así es que el joven fue mucho<br />
menos castigado que su hermano.