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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />

60<br />

Isabel Allende<br />

privaciones de su infancia. Clara nunca fue a ver la <strong>casa</strong> durante el proceso de<br />

construcción. Parecía interesarle tan poco como su propio ajuar, y depositó las<br />

decisiones en su novio y en su futura cuñada.<br />

Al morir su madre, Férula se encontró sola y sin nada útil a lo cual dedicar su vida, a<br />

una edad en que no tenía ilusión de <strong>casa</strong>rse. Por un tiempo estuvo visitando<br />

conventillos todos los días, en una frenética obra piadosa que le provocó una<br />

bronquitis crónica y no llevó nada de paz a su alma atormentada. Esteban quiso que<br />

viajara, se comprara ropa y se divirtiera por primera vez en su melancólica existencia,<br />

pero ella tenía el hábito de la austeridad y llevaba demasiado tiempo encerrada en su<br />

<strong>casa</strong>. Tenía miedo de todo. El matrimonio de su hermano la sumía en la incertidumbre,<br />

porque pensaba que ése sería un motivo más de alejamiento para Esteban, que era su<br />

único sustento. Temía terminar sus días haciendo ganchillo en un asilo para solteronas<br />

de buena familia, por eso se sintió muy feliz al descubrir que Clara era incompetente<br />

para todas las cosas de orden doméstico y cada vez que tenía que enfrentar una<br />

decisión, adoptaba un aire distraído y vago. «Es un poco idiota», concluyó Férula<br />

encantada. Era evidente que Clara sería incapaz de administrar el caserón que su<br />

hermano estaba construyendo y que necesitaría mucha ayuda. De maneras sutiles<br />

procuró hacer saber a Esteban que su futura mujer era una inútil y que ella, con su<br />

espíritu de sacrificio tan ampliamente demostrado, podría ayudarla y estaba dispuesta<br />

a hacerlo. Esteban no seguía la conversación cuando tomaba por esos rumbos. A<br />

medida que se acercaba la fecha del matrimonio y se veía en la necesidad de decidir su<br />

destino, Férula empezó a desesperarse. Convencida de que con su hermano no iba a<br />

conseguir nada, buscó la oportunidad de hablar a solas con Clara y la encontró un<br />

sábado a las cinco de la tarde en que la vio paseando por la calle. La invitó al Hotel<br />

Francés a tomar el té. Las dos mujeres se sentaron rodeadas de pastelillos con crema<br />

y porcelana de Bavaria, mientras al fondo del salón una orquesta de señoritas<br />

interpretaba un melancólico cuarteto de cuerdas. Férula observaba con disimulo a su<br />

futura cuñada, que parecía de quince años y todavía tenía la voz desafinada, producto<br />

de los años de silencio, sin saber cómo abordar el tema. Después de una pausa<br />

larguísima en la que se comieron una bandeja de masitas y se bebieron dos tazas de<br />

té de jazmín cada una, Clara se acomodó un mechón de pelo que le caía sobre los<br />

ojos, sonrió y dio una palmadita cariñosa en la mano de Férula.<br />

-No te preocupes. Vas a vivir con nosotros y las dos seremos como hermanas -dijo<br />

la muchacha.<br />

Férula se sobresaltó, preguntándose si serían ciertos los chismes sobre la habilidad<br />

de Clara para leer el pensamiento ajeno. Su primera reacción fue de orgullo y hubiera<br />

rechazado la oferta nada más que por la belleza del gesto, pero Clara no le dio tiempo.<br />

Se inclinó y la besó en la mejilla con tal candor, que Férula perdió el control y rompió a<br />

llorar. Hacía mucho tiempo que no derramaba una lágrima y comprobó asombrada<br />

cuánta falta le hacía un gesto de ternura. No recordaba la última vez que alguien la<br />

había tocado espontáneamente. Lloró largo rato, desahogándose de muchas tristezas y<br />

soledades pasadas, de la mano de Clara, que la ayudaba a sonarse y entre sollozo y<br />

sollozo le daba más pedazos de pastel y sorbos de té. Se quedaron llorando y hablando<br />

hasta las ocho de la noche y esa tarde en el Hotel Francés sellaron un pacto de<br />

amistad que duró muchos años.<br />

Apenas terminó el duelo por la muerte de doña Ester y estuvo lista la gran <strong>casa</strong> de<br />

la esquina, Esteban Trueba y Clara del Valle se <strong>casa</strong>ron en una discreta ceremonia.<br />

Esteban regaló a su novia un aderezo de brillantes, que ella encontró muy bonito, lo<br />

guardó en una caja de zapatos y enseguida olvidó dónde lo había puesto. Se fueron de

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