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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />
207<br />
Isabel Allende<br />
Aquélla era una casona de estilo colonial rodeada por un patio de adoquines. Al<br />
llegar el senador Trucha ya había varios coches estacionados. Lo recibieron<br />
efusivamente, porque era uno de los líderes indiscutidos de la derecha y porque él,<br />
previniendo lo que se avecinaba, había hecho los contactos necesarios con meses de<br />
anticipación. Después de la comida: corvina fría con salsa de palta, lechón asado en<br />
brandy y mousse de chocolate, despidieron a los mozos y trancaron las puertas del<br />
salón. Allí trazaron a grandes líneas su estrategia y después, de pie, hicieron un brindis<br />
por la patria. Todos ellos, menos los extranjeros, estaban dispuestos a arriesgar la<br />
mitad de su fortuna personal en la empresa, pero sólo el viejo Trucha estaba dispuesto<br />
a dar también la vida.<br />
-No lo dejaremos en paz ni un minuto. Tendrá que renunciar -dijo con firmeza.<br />
-Y si eso no resulta, senador, tenemos esto -agregó el general Hurtado poniendo su<br />
arma de reglamento sobre el mantel.<br />
-No nos interesa un cuartelazo, general -replicó en su correcto castellano el agente<br />
de inteligencia de la embajada-. Queremos que el marxismo fracase estrepitosamente<br />
y caiga solo, para quitar esa idea de la cabeza a otro países del continente.<br />
Comprende? Este asunto lo vamos a arreglar con dinero. 'Todavía podemos comprar a<br />
algunos parlamentarios para que no lo confirmen como presidente. Está en su<br />
Constitución: no obtuvo la mayoría absoluta y el Parlamento debe decidir.<br />
-¡Sáquese esa idea de la cabeza, míster! -exclamó el senador Trueba-. ¡Aquí no va a<br />
poder sobornar a nadie! El Congreso y las Fuerzas Armadas son incorruptibles. Mejor<br />
destinamos ese dinero a comprar todos los medios de comunicación. Así podremos<br />
manejar a la opinión pública, que es lo único que cuenta en realidad.<br />
-¡Eso es una locura! ¡Lo primero que harán los marxistas será acabar con la libertad<br />
de prensa! -dijeron varias voces al unísono.<br />
-Créanme, caballeros -replicó el senador Trueba-. Yo conozco a este país. Nunca<br />
acabarán con la libertad de prensa. Por lo demás, está en su programa de gobierno, ha<br />
jurado respetar las libertades democráticas. Lo cazaremos en su propia trampa.<br />
El senador Trueba tenía razón. No pudieron sobornar a los parlamentarios y en el<br />
plazo estipulado por la ley la izquierda asumió tranquilamente el poder. Y entonces la<br />
derecha comenzó a juntar odio.<br />
Después de la elección, a todo el mundo le cambió la vida y los que pensaron que<br />
podían seguir como siempre, muy pronto se dieron cuenta que eso era una ilusión.<br />
Para Pedro Tercero García el cambio fue brutal. Había vivido sorteando las trampas de<br />
la rutina, libre y pobre como un trovador errante, sin haber usado nunca zapatos de<br />
cuero, corbata ni reloj, permitiéndose el lujo de la ternura, el candor, el despilfarro y la<br />
siesta, porque no tenía que rendir cuentas a nadie. Cada vez le costaba más trabajo<br />
encontrar la inquietud y el dolor necesarios para componer una nueva canción, porque<br />
con los años había llegado a tener una gran paz interior y la rebeldía que lo movilizaba<br />
en la juventud se había transformado en la mansedumbre del hombre satisfecho<br />
consigo mismo. Era austero como un franciscano. No tenía ninguna ambición de dinero<br />
o de poder. El único manchón en su tranquilidad era Blanca. Le había dejado de<br />
interesar el amor sin futuro de las adolescentes y había adquirido la certeza de que<br />
Blanca era la única mujer para él. Contó los años que la había amado en la<br />
clandestinidad y no pudo recordar ni un momento de su vida en que ella no estuviera<br />
presente. Después de la elección presidencial, vio el equilibrio de su existencia<br />
destrozado por la urgencia de colaborar con el gobierno. No pudo negarse, porque,