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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />

47<br />

Isabel Allende<br />

medicamentos, sus quejidos tenues, sus interminables oraciones, esa mujer sufriente<br />

que había poblado de prohibiciones y terrores su infancia y cargado de<br />

responsabilidades y culpas su vida de hombre.<br />

Llamó a Pedro Segundo García y le explicó la situación. Lo llevó al escritorio y le<br />

mostró el libro de contabilidad y las cuentas de la pulpería. Le entregó un manojo con<br />

todas las llaves, menos la de la bodega de los vinos, y le anunció que a partir de ese<br />

momento y hasta su regreso, él era responsable de todo lo que había en Las Tres<br />

Marías y que cualquier estupidez que cometiera la pagaría muy cara. Pedro Segundo<br />

García recibió las llaves, se metió el libro de cuentas debajo del brazo y sonrió sin<br />

alegría.<br />

-Uno hace lo que puede, no más, patrón -dijo encogiéndose de hombros.<br />

Al día siguiente Esteban Trueba rehizo por primera vez en años el camino que lo<br />

había llevado de la <strong>casa</strong> de su madre al campo. Se fue en una carreta con sus dos<br />

maletas de, cuero hasta la estación San Lucas, ton ió el coche de primera clase de los<br />

tiempos de la compañía inglesa de fi:rrocarriles y volvió a recorrer los vastos campos<br />

tendidos al pie de la cordillera.<br />

Cerró los ojos e intentó dormir, pero la imagen de su madre le espantó el sueño.

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