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jóvenes, culturas urbanas y redes digitales - Artica – Centro Cultural ...

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Política digital y nuevas prácticas tecnológicas<br />

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crear software o implementar protocolos de red no se pueden distinguir de las ideas o<br />

principios sobre el orden social y moral” (Kelty, 2005: 186). El imaginario tecnológico<br />

es también un imaginario social. Dice Miguel: “yo creo que la tecnología, además de ser<br />

una revolución en la manera de entender el conocimiento y los medios, es una manera<br />

de entender nuevamente el mundo y dejar realmente el antiguo régimen”. O, en palabras<br />

de Daniel: “en esto del hacktivismo, de los hackers, es muy complicado separar lo<br />

técnico de lo político. Porque todo lo que se hace es por algo. El cerebro se hace porque<br />

se necesita llenar de neuronas y conectar <strong>redes</strong>”. Los usos de la tecnología no están<br />

dados sólo por el diseño técnico, también por la lógica social que la constituye, la lógica<br />

de la conexión entre objetos técnicos y prácticas de los seres humanos. Si estas<br />

cuestiones de política digital emergen tan frecuentemente es en buena medida por su<br />

papel de mediadores en estas conexiones, que los hace especialmente sensibles a<br />

esos problemas.<br />

Ciertamente necesitamos conceptos nuevos que permitan dar cuenta de estos nuevos<br />

fenómenos. Entre ellos sugerimos el concepto de procomún. Este concepto (Stalder,<br />

2010; Ghosh, 2005; Benkler, 2006; Boyle, 2008) permite situar en perspectiva los cambios<br />

producidos en las Industrias Creativas e iluminar las controversias sobre la Propiedad<br />

Intelectual. Podemos entender por procomún un repositorio común, a libre disposición<br />

de quien quiera usarlo, de recursos (al menos de dos tipos: productos creativos o<br />

“culturales” y herramientas para producirlos) a partir del cual desarrollar procesos creativos.<br />

El papel de instancias como Medialab-Prado o el CSA La Tabacalera en Madrid no<br />

se podrían de hecho entender sin su insistencia en la promoción del procomún.<br />

Esta dimensión política de la que venimos hablando se concreta en un entorno que<br />

construye procomún en torno a las tecnologías, y con ello pone las bases para el desarrollo<br />

de la cultura libre. Cuando en este entorno se habla de software o cultura libres, el<br />

adjetivo tiene un signifi cado bien defi nido. No supone un ideal abstracto, sino un conjunto<br />

preciso de derechos de uso que se conceden al receptor de esas obras, y se especifi<br />

can en las licencias utilizadas. Los discursos y prácticas que estamos considerando<br />

en torno a la cultura libre se refi eren entonces a condiciones concretas de posibilidad de<br />

actividad y creatividad. Sin duda, los discursos sobre lo “libre” que hemos encontrado<br />

han de ser analizados también como narrativas que expresan una determinada visión<br />

del mundo y de la propia actividad. Pero se encarnan también en prácticas en las que lo<br />

“libre”, independientemente de sus connotaciones, ha sido claramente articulado.<br />

Por otra parte, la distinción cultura propietaria/libre no se deja traducir a la distinción<br />

entre capitalismo y formas económicas alternativas. El software libre ha sido adoptado<br />

por hacktivistas, pero también por grandes corporaciones. Existen prácticas emergentes<br />

de producción colaborativa, pero no se pueden entender como algo alternativo al<br />

mercado, pues están imbricadas con él. El procomún se construye entonces fundamentalmente<br />

a través de la utilización de licencias libres, siendo las más conocidas la General<br />

Public License para el software y las Creative Commons para producciones culturales

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