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Obras completas de SAN AGUSTÍN - 10

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542 Notas complementarias<br />

la obra Las actas <strong>de</strong>l proceso contra Pelagio para hacer frente a la propaganda<br />

<strong>de</strong>l heresiarca. Como ya dicho, el Santo reconoce que él personalmente<br />

fue absuelto, pero recuerda que la herejía fue con<strong>de</strong>nada. Pelagio,<br />

pues, no podía seguir apoyándose en aquella sentencia para <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r<br />

doctrinas <strong>de</strong> que nunca renegó. Contemporáneamente, los obispos<br />

africanos, reunidos en Cartago y Milevi y dirigidos por Agustín, con<strong>de</strong>naron<br />

<strong>de</strong> nuevo los errores pelagianos, junto con los herejes, mientras<br />

no renegasen <strong>de</strong> la herejía. Con<strong>de</strong>nación confirmada por el papa Inocencio<br />

I en el 417.<br />

[2] La mediación <strong>de</strong> la Iglesia en la concesión <strong>de</strong>l perdón.—La<br />

Iglesia, ya <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus comienzos, tuvo clara conciencia <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> perdonar<br />

que le confirió Jesús, como atestiguan los textos evangélicos<br />

(Mt 16,19: 18,18; Jn 20,22). Pero no faltaron herejes que limitaron este<br />

po<strong>de</strong>r o bien quitándoselo a la Iglesia institucional, para <strong>de</strong>jarlo a los<br />

espirituales (Tertuliano montañista), o bien excluyendo <strong>de</strong> él <strong>de</strong>terminadas<br />

categorías <strong>de</strong> pecados (Tertuliano también, Novaciano, etc.<br />

Véase la nota complementaria [5]: Herejías contrarias a la penitencia),<br />

<strong>de</strong>jando exclusivamente a Dios <strong>de</strong> forma directa el perdón <strong>de</strong> los mismos.<br />

Así la Iglesia <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser conditio sine qua non para el perdón. Evi<strong>de</strong>ntemente,<br />

Agustín, entroncado en la gran corriente <strong>de</strong> la tradición<br />

eclesial, no podía participar <strong>de</strong> esas opiniones. Por una parte, afirma<br />

que no hay pecado que no sea remisible por la Iglesia (en el célebre<br />

pecado contra el Espíritu Santo <strong>de</strong> Mt 12,32, el Santo ve la impenitencia<br />

final; cf. sermón 71); por otra, <strong>de</strong>fien<strong>de</strong> que sólo en la Iglesia y por<br />

la Iglesia se pue<strong>de</strong> obtener el perdón. En el sermón 71,37 lo indica con<br />

claridad: «Hemos <strong>de</strong> creer que la penitencia sólo es provechosa cuando<br />

se acepta en la Iglesia, en la que se da la remisión <strong>de</strong> los pecados y se<br />

mantiene la sociedad <strong>de</strong>l espíritu en el vínculo <strong>de</strong> la paz».<br />

Pero Agustín está convencido <strong>de</strong> que el perdón, en cuanto que es<br />

vida, sólo lo pue<strong>de</strong> otorgar Dios, quien auténticamente vivifica mediante<br />

el Espíritu <strong>de</strong> vida. En este contexto surge la pregunta por la función<br />

concreta <strong>de</strong> la Iglesia en el otorgamiento <strong>de</strong> ese perdón. Su método<br />

teológico <strong>de</strong> interpretar la Escritura le ha permitido hallar la solución<br />

o el modo <strong>de</strong> combinar la acción <strong>de</strong> Dios y la <strong>de</strong> la Iglesia en el texto<br />

<strong>de</strong> la resurrección <strong>de</strong> Lázaro, que siempre interpreta <strong>de</strong> idéntica manera.<br />

Lázaro, símbolo <strong>de</strong>l pecador enterrado ya bajo la losa <strong>de</strong> la costumbre<br />

<strong>de</strong>l pecado, vuelve a la vida ante la voz <strong>de</strong> Jesús. Agustín, que<br />

interpreta el texto en clave penitencial, se pone la objeción expresamente:<br />

«Dirá quizá alguno: '¿De qué sirve la Iglesia, si el que confiesa<br />

su pecado sale ya resucitado por la voz <strong>de</strong>l Señor? ¿Qué aprovecha<br />

al que confiesa su pecado la Iglesia, a la que dijo el Señor: Todo lo<br />

que <strong>de</strong>satéis en la tierra quedará <strong>de</strong>satado en el cielo? (Mt 18,18)'»<br />

(sermón 67,3). Atento a todos los <strong>de</strong>talles <strong>de</strong>l texto evangélico, el Santo<br />

advierte que en la resurrección <strong>de</strong> Lázaro se dan dos momentos: uno<br />

el propio volver a la vida y otro el ser <strong>de</strong>satado y po<strong>de</strong>r andar. La<br />

liberación plena sólo se da tras estos dos momentos, el primero <strong>de</strong> los<br />

cuales es obra <strong>de</strong>l Señor, y el segundo obra <strong>de</strong> los apóstoles (discípulos,<br />

ministros <strong>de</strong> la Iglesia) por encargo <strong>de</strong>l Señor. De hecho, Agustín asocia<br />

<strong>de</strong> forma constante Jn 11,44: Desatadlo y <strong>de</strong>jadlo ir, a Mt 18,18: Todo<br />

lo que <strong>de</strong>satéis en la tierra será <strong>de</strong>satado en el cielo. En el mismo sermón<br />

67 antes citado, Agustín continúa: «Observa a Lázaro cuando sale<br />

con sus ataduras. Ya vivía gracias a la confesión, pero aún no caminaba<br />

libre, constreñido por las mismas ataduras». Es <strong>de</strong>cir, centrándonos ahora<br />

en el pecador, se dan dos momentos: el primero es el <strong>de</strong>l confesar el<br />

propio pecado, el reconocerse pecador; ello es obra <strong>de</strong> Cristo, que llama<br />

Notas complementarias 543<br />

en el interior; pero no basta; aunque haya vuelto a la vida, ha <strong>de</strong> ser<br />

<strong>de</strong>satado por la Iglesia, por sus ministros. Sólo entonces se verá libre.<br />

«¿Qué ha <strong>de</strong> hacer, pues, la Iglesia, a la que se _dijo: Todo lo que<br />

<strong>de</strong>satéis en la tierra quedará <strong>de</strong>satado en el cielo, sino lo que el Señor<br />

dijo a continuación: Desatadlo y <strong>de</strong>jadlo ir?» (ibid.). «Los <strong>de</strong>satados<br />

teman ser atados; los atados oren para ser <strong>de</strong>satados. Fuera <strong>de</strong> la Iglesia<br />

nada se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>satar. A un muerto <strong>de</strong> cuatro días se le dice: Lázaro,<br />

sal fuera, y salió <strong>de</strong>l sepulcro, ligado <strong>de</strong> pies y manos con las vendas.<br />

El Señor <strong>de</strong>spierta al muerto para que salga <strong>de</strong>l sepulcro si toca el corazón<br />

para que salga fuera la confesión <strong>de</strong>l pecado. Pero todavía está<br />

algo atado. En consecuencia, <strong>de</strong>spués que Lázaro salió <strong>de</strong>l sepulcro, el<br />

Señor or<strong>de</strong>nó a sus discípulos, a quienes había dicho: Todo lo que<br />

<strong>de</strong>satéis en la tierra quedará <strong>de</strong>satado en el cielo, que lo <strong>de</strong>satasen y <strong>de</strong>jasen<br />

ir. Lo resucitó personalmente y lo <strong>de</strong>sató mediante sus discípulos<br />

(sermón 295,2. Véanse también los sermones 98,6; 139 A,2 [r=MAl,<br />

125]; 352,8; Tratados sobre el evangelio <strong>de</strong> San Juan 49,24). En los<br />

textos mencionados hay que <strong>de</strong>stacar el énfasis que pone el Santo en que<br />

la resurrección tiene lugar mediante la confesión, es <strong>de</strong>cir, mediante el<br />

reconocerse pecador, cuando otros lo pondrían, más bien, en las prácticas<br />

penitenciales.<br />

[3] Los banquetes funerarios.—Los banquetes en las tumbas <strong>de</strong> los<br />

muertos fueron siempre característica <strong>de</strong> la piedad pagana. El <strong>de</strong>ber sagrado<br />

para con el difunto exigía no sólo el darle sepultura y cuidarla,<br />

sino también el visitarle en ella, particularmente en ciertas fechas. Son<br />

célebres las Parentalia, que duraban <strong>de</strong>l 13 al 22 <strong>de</strong> febrero, fiestas <strong>de</strong>dicadas<br />

a celebrar el recuerdo <strong>de</strong> los difuntos <strong>de</strong> una familia. En esa<br />

ocasión, los parientes vivos se reunían en un banquete funerario en<br />

honor <strong>de</strong> los parientes muertos, que <strong>de</strong> algún modo se hacían presentes<br />

allí. El banquete les procuraba alivio, compañía y alimento, pues participaban<br />

como comensales invisibles <strong>de</strong>l mismo. De aquí el nombre <strong>de</strong><br />

refrigerium.<br />

Los cristianos mantuvieron algunos aspectos <strong>de</strong> esta piedad pagana,<br />

aunque transformados radicalmente en su significado. La nueva fe en la<br />

vida eterna iluminaba ahora el ambiente y los ritos. El banquete sacrificial<br />

a los muertos fue sustituido por la eucaristía, y, en lugar <strong>de</strong> alimentar<br />

a los espíritus <strong>de</strong> los antepasados, se alimentaba a los pobres.<br />

Pero las conversiones en masa que siguieron a la nueva política <strong>de</strong> Constantino<br />

cambiaron notablemente la situación. Cristianos menos convencidos<br />

volvían, más o menos veladamente, a sus antiguas costumbres más<br />

arraigadas. En no pocos casos, nombres y apariencias cristianas ocultan<br />

costumbres paganas. Los banquetes recuperan su auge, y su nota distintiva<br />

no es precisamente la sobriedad. Ya no se celebran sólo los antepasados<br />

carnales, sino también los personajes notables <strong>de</strong> la familia<br />

cristiana: los obispos <strong>de</strong> la ciudad y, sobre todo, los mártires. Las «memorias»<br />

<strong>de</strong> estos últimos se convierten, en ciertas fechas, en lugares <strong>de</strong><br />

fiesta, don<strong>de</strong> el vino corre en abundancia y <strong>de</strong>ja las marcas <strong>de</strong> su presencia.<br />

Muchos no van a ellas a orar, sino a emborracharse y a danzar,<br />

como es el caso <strong>de</strong> la memoria <strong>de</strong> San Cipriano en Cartago. Los espíritus<br />

más atentos advierten la <strong>de</strong>gradación a que se ha llegado. Los<br />

pastores más vigilantes consi<strong>de</strong>ran que han <strong>de</strong> tomarse medidas, aunque<br />

sean severas y encuentren la oposición <strong>de</strong> las masas. El primero <strong>de</strong> ellos<br />

es San Ambrosio, que <strong>de</strong> forma tajante prohibe toda clase <strong>de</strong> banquetes<br />

y comidas en las tumbas <strong>de</strong> los mártires. Fue la sorpresa que se llevó<br />

Santa Mónica cuando intentó seguir en Milán sus costumbres africanas<br />

(Confesiones VI 2,2). Otras Iglesias italianas, como Verona y Brescia,

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