Estereotipos negativos hacia la vejez y su relación con variables ...
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Variables re<strong>la</strong>cionadas <strong>con</strong> <strong>la</strong>s imágenes <strong>hacia</strong> <strong>la</strong> <strong>vejez</strong> y <strong>con</strong> <strong>la</strong> autopercepción<br />
salud (Pinquart y Sörensen, 2001b). Por <strong>su</strong> parte, Bazo y Maiztegui (1999) en<strong>con</strong>traron<br />
que <strong>la</strong>s personas casadas se sentían viejas en menor proporción que <strong>la</strong>s viudas.<br />
Además, existe <strong>la</strong> creencia de que <strong>la</strong> pérdida del cónyuge actúa como un factor<br />
de riesgo para <strong>la</strong> salud física y mental, hasta el punto que <strong>la</strong> OMS <strong>con</strong>sidera a <strong>la</strong><br />
viudedad reciente, en el periodo inferior a un año, como uno de los indicadores de<br />
“fragilidad”. Este término, referido a <strong>la</strong> <strong>vejez</strong>, hace referencia a aquel<strong>la</strong>s personas que se<br />
encuentran en <strong>con</strong>diciones clínicas, mentales o sociales muy inestables, y que tienen<br />
una alta probabilidad de tras<strong>la</strong>darse a vivir en una residencia. Wolinsky, Cal<strong>la</strong>han,<br />
Fizgerald y Johnson (1993) pusieron de manifiesto esta circunstancia en un estudio<br />
longitudinal, cuyos re<strong>su</strong>ltados mostraron que <strong>la</strong> viudedad incrementaba el riesgo de vivir<br />
en una institución. Por <strong>su</strong> parte, Mendes de Leon, Kasl y Jacobs (1995) en<strong>con</strong>traron que<br />
una alta sintomatología depresiva después del primer año de viudedad se asociaba <strong>con</strong><br />
individuos de edades comprendidas entre 65 y 74 años. Estos autores <strong>su</strong>gieren,<br />
basándose en tales re<strong>su</strong>ltados que, cuando los <strong>su</strong>jetos pierden al cónyuge en estas<br />
edades, los trastornos depresivos pueden llegar fácilmente a <strong>con</strong>vertirse en una<br />
patología crónica. De esta forma, teniendo en cuenta que hay mucha más proporción de<br />
mujeres viudas que de hombres en esta misma situación, parecería que <strong>la</strong>s mujeres se<br />
encuentran más cercanas que ellos al <strong>con</strong>cepto de “persona mayor frágil”. No obstante,<br />
no hay unanimidad en este aspecto, puesto que los re<strong>su</strong>ltados de otros estudios ponen<br />
en duda que, en <strong>la</strong> mayoría de los casos, <strong>la</strong> viudedad tenga <strong>con</strong>secuencias adversas<br />
serias para <strong>la</strong> salud de <strong>la</strong>s mujeres, dando así un tono menos pesimista a esta realidad<br />
social. Por ejemplo, en un trabajo longitudinal reciente realizado por Feldman, Byles y<br />
Beaumont (2000) <strong>con</strong> más de 12.000 mujeres de 70 a 75 años, los autores encuentran<br />
re<strong>su</strong>ltados que <strong>su</strong>gieren que, aunque <strong>la</strong> viudedad, inicialmente, tiene un impacto<br />
negativo sobre <strong>la</strong> salud de <strong>la</strong>s mujeres, sin embargo a <strong>la</strong>rgo p<strong>la</strong>zo puede estar<br />
acompañada de cambios positivos. Tales cambios tienen re<strong>la</strong>ción <strong>con</strong> experiencias<br />
vitales estimu<strong>la</strong>ntes que pueden enmarcar una nueva etapa de <strong>la</strong> vida para muchas<br />
mujeres que han perdido a <strong>su</strong> cónyuge. Tales experiencias se asocian <strong>con</strong> una mayor<br />
autonomía personal y e<strong>con</strong>ómica, y <strong>con</strong> <strong>la</strong> posibilidad de elegir y de tomar decisiones en<br />
función de <strong>su</strong>s propios intereses y motivaciones. No puede olvidarse, en este aspecto,<br />
que <strong>la</strong>s mujeres <strong>su</strong>elen ser más jóvenes que <strong>su</strong> pareja y que, antes de enviudar, muchas<br />
de el<strong>la</strong>s han permanecido cuidando a <strong>su</strong> cónyuge, a veces durante un <strong>la</strong>rgo periodo<br />
temporal. De esta forma, no es extraño que Arber y Ginn (1996) en<strong>con</strong>traran que, en<br />
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