Tempestades de acero
Tempestades de acero
Tempestades de acero
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />
relámpagos <strong>de</strong> los shrapnels al reventar. Sólo las señales <strong>de</strong> colores, mudos gritos <strong>de</strong> auxilio dirigidos a la<br />
artillería, revelaban que aún quedaba vida en las posiciones. Allí fue don<strong>de</strong> por vez primera contemplé un<br />
fuego que sólo podía compararse con un espectáculo producido por la naturaleza.<br />
Cuando, al atar<strong>de</strong>cer, íbamos por fin a echarnos a dormir, recibimos la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> dirigirnos a Monchy<br />
para cargar en vehículos minas <strong>de</strong> grueso calibre. Allí nos vimos obligados a esperar en vano durante toda<br />
la noche la llegada <strong>de</strong> un vehículo que se había averiado, mientras los ingleses hacían varios intentos,<br />
afortunadamente sin éxito, <strong>de</strong> acabar con nuestras vidas, recurriendo al tiro curvo <strong>de</strong> sus ametralladoras y<br />
a shrapnels que barrían la carretera. Especiales molestias nos causó un virtuoso <strong>de</strong> la ametralladora;<br />
lanzaba tan <strong>de</strong>rechas al aire sus ráfagas, que éstas, aceleradas por la simple fuerza <strong>de</strong> la gravedad, caían al<br />
suelo verticalmente. Por ello carecía <strong>de</strong> sentido ir a resguardarse <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una pared.<br />
Nuestro adversario nos dio aquella noche una prueba <strong>de</strong> la extremada minuciosidad <strong>de</strong> sus<br />
observaciones. En la segunda posición, a unos dos mil metros <strong>de</strong>l enemigo, se alzaba un montón <strong>de</strong> greda<br />
<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> un polvorín subterráneo aún en construcción. Los ingleses sacaron <strong>de</strong> ello la conclusión,<br />
correcta por <strong>de</strong>sgracia, <strong>de</strong> que por la noche intentaríamos camuflar aquel montículo, y dispararon hacía<br />
allí una salva <strong>de</strong> shrapnels con la que, en efecto, causaron graves heridas a tres <strong>de</strong> nuestros hombres.<br />
Por la mañana me sacó bruscamente <strong>de</strong>l sueño una or<strong>de</strong>n que me mandaba conducir mi sección al<br />
Sector C, para realizar allí trabajos <strong>de</strong> fortificación. Mis pelotones fueron distribuidos entre la Sexta<br />
Compañía. Con algunos <strong>de</strong> mis hombres volví luego al bosque <strong>de</strong> Adinfer y allí los puse a talar árboles.<br />
Cuando regresé a la trinchera me metí en mi abrigo para reposar media horita. Pero fue inútil; durante<br />
aquellos días no llegaría a tener un solo minuto <strong>de</strong> sueño tranquilo. Acababa <strong>de</strong> quitarme las botas cuando<br />
oí que nuestra artillería abría fuego con extraña intensidad <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l bosque. Al mismo tiempo<br />
apareció en la boca <strong>de</strong> la galería mi or<strong>de</strong>nanza, Paulicke, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> arriba me gritó:<br />
—¡Ataque <strong>de</strong> gas!<br />
Saqué la máscara antigás, me puse las botas, me abroché el cinturón y eché a correr hacia fuera. Allí vi<br />
cómo una gigantesca nube <strong>de</strong> gas, formada <strong>de</strong> espesos vapores blancuzcos, estaba suspendida encima <strong>de</strong><br />
Monchy, y cómo, impulsada por un viento suave, iba rodando hacia la cota_ 124, situada en una<br />
hondonada.<br />
Dado que la mayoría <strong>de</strong> los hombres <strong>de</strong> mi sección se encontraba en la primera línea y que era<br />
probable un ataque, no fue preciso meditar mucho tiempo para saber lo que había que hacer. Salté las<br />
alambradas <strong>de</strong> la segunda posición, corrí hacia <strong>de</strong>lante y pronto me encontré metido <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la nube <strong>de</strong><br />
gas. Un acre olor a cloro me enseñó que tampoco éstas eran nieblas artificiales, como había pensado al<br />
principio, sino que realmente se trataba <strong>de</strong> un potente gas <strong>de</strong> combate. Me puse, pues, la máscara, pero<br />
volví a quitármela al instante. Tan <strong>de</strong>prisa había corrido que ahora no podía recibir suficiente aire por el<br />
respirador; también quedaron empañados en un santiamén los cristales <strong>de</strong> las gafas y se volvieron<br />
completamente opacos. Nada <strong>de</strong> esto se correspondía con las «Instrucciones sobre ataques <strong>de</strong> gas» que yo<br />
mismo había enseñado tantas veces. Como notaba punzadas en el pecho, intenté al menos cruzar lo más<br />
rápidamente posible aquella nube. A la entrada misma <strong>de</strong>l pueblo tuve que atravesar un fuego <strong>de</strong> barrera<br />
cuyos impactos trazaban un cordón largo y regular en los <strong>de</strong>solados campos, nunca antes pisados por mí.<br />
Por encima <strong>de</strong> aquellos proyectiles iban numerosas nubes <strong>de</strong> shrapnels.<br />
En un terreno <strong>de</strong>scubierto como aquél, en el que uno pue<strong>de</strong> moverse con libertad, el fuego <strong>de</strong> artillería<br />
no causa ni el mismo efecto material ni el mismo efecto moral que produce en los lugares habitados o en<br />
las posiciones <strong>de</strong> combate. En un santiamén <strong>de</strong>jé a mis espaldas la línea <strong>de</strong> fuego y me encontré en<br />
Monchy, sobre el que caía una buena granizada <strong>de</strong> shrapnels. Un diluvio <strong>de</strong> balas, vainas y espoletas<br />
siseaba al atravesar las ramas <strong>de</strong> los árboles frutales que en los abandonados huertos se alzaban o chocaba<br />
contra las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> las casas.<br />
Dentro <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los abrigos construidos en los jardines vi sentados a Sievers y a Vogel, camaradas <strong>de</strong><br />
mi compañía; habían encendido una gran hoguera <strong>de</strong> leña y se inclinaban sobre la purificadora llama para<br />
escapar así a los efectos <strong>de</strong>l cloro. Les hice compañía en esta ocupación hasta que los disparos fueron<br />
disminuyendo; entonces, por el ramal 6 <strong>de</strong> aproximación, me dirigí hacia la primera línea.<br />
49