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Tempestades de acero

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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />

imprevisible una situación. Aquel griterío provenía <strong>de</strong> un oficial ayudante <strong>de</strong>l regimiento vecino situado a<br />

nuestra izquierda; quería establecer contacto con nosotros y estaba poseído <strong>de</strong> una enorme acometividad.<br />

La borrachera parecía haber <strong>de</strong>satado hasta el frenesí su innata valentía.<br />

—¿Dón<strong>de</strong> están los Tommys? ¡A por esos perros! Vamos, ¿quién me acompaña?<br />

En su furia <strong>de</strong>rribó nuestra bonita barricada y se lanzó hacia a<strong>de</strong>lante, abriéndose camino con<br />

retumbantes granadas <strong>de</strong> mano. Delante <strong>de</strong> él se <strong>de</strong>slizaba por la trinchera su or<strong>de</strong>nanza e iba <strong>de</strong>rribando<br />

con los disparos <strong>de</strong> su fusil a quienes se habían librado <strong>de</strong> los explosivos.<br />

El coraje, la loca audacia con que algunos arriesgan su propio pellejo, tiene siempre un efecto<br />

entusiástico. También nosotros fuimos arrebatados por el furor y, recogiendo unas cuantas granadas <strong>de</strong><br />

mano, iniciamos una competición en aquella marcha <strong>de</strong> guerreros furibundos. Pronto me encontré junto a<br />

quienes iban recorriendo la posición; tampoco se hicieron <strong>de</strong> rogar mucho tiempo los otros oficiales, que<br />

fueron seguidos por los fusileros <strong>de</strong> mi compañía. Hasta el capitán von Brixen, jefe <strong>de</strong>l batallón, se<br />

encontró pronto, con un fusil en la mano, entre los primeros <strong>de</strong> aquella comitiva; disparando por encima<br />

<strong>de</strong> nuestras cabezas, <strong>de</strong>rribó a varios grana<strong>de</strong>ros enemigos.<br />

Los ingleses se <strong>de</strong>fendieron con gallardía. Cada uno <strong>de</strong> los traveses fue disputado. Las bolas negras <strong>de</strong><br />

sus granadas <strong>de</strong> mano Mill se cruzaban en el aire con nuestras granadas <strong>de</strong> mango. Detrás <strong>de</strong> cada uno <strong>de</strong><br />

los traveses que conquistábamos encontrábamos cuerpos aún palpitantes o cadáveres. La gente se mataba<br />

sin verse. También nosotros tuvimos bajas. Un trozo <strong>de</strong> hierro cayó al lado <strong>de</strong> mi or<strong>de</strong>nanza, que no pudo<br />

esquivarlo; se <strong>de</strong>rrumbó mientras <strong>de</strong> sus numerosas heridas caía al suelo la sangre.<br />

Saltamos por encima <strong>de</strong> su cuerpo y seguimos avanzando. Estampidos atronadores señalaban el<br />

camino que seguíamos. En aquel terreno muerto había centenares <strong>de</strong> ojos que, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> fusiles y<br />

ametralladoras, estaban al acecho <strong>de</strong> un blanco. Ya nos habíamos alejado bastante <strong>de</strong> nuestras líneas. De<br />

todos lados llegaban proyectiles que silbaban alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> nuestros cascos <strong>de</strong> <strong>acero</strong> e iban a estrellarse<br />

con una <strong>de</strong>tonación seca contra el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la trinchera. Cada vez que en la línea <strong>de</strong>l horizonte se alzaba<br />

una <strong>de</strong> aquellas masas <strong>de</strong> hierro en forma <strong>de</strong> huevo los ojos la captaban con esa clarivi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> la que el<br />

ser humano es capaz únicamente cuando está enfrentado a una <strong>de</strong>cisión a vida o muerte. Durante aquellos<br />

momentos expectantes era preciso intentar colocarse en un sitio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el que pudiera divisarse el mayor<br />

espacio posible <strong>de</strong> cielo, ya que sólo contra su fondo pálido se dibujaba con niti<strong>de</strong>z suficiente el negro<br />

hierro acanalado <strong>de</strong> aquellas bolas mortales. Después lanzaba uno su propia granada y daba un salto hacia<br />

a<strong>de</strong>lante. Apenas rozaba con una mirada el <strong>de</strong>splomado cuerpo <strong>de</strong>l adversario; había quedado fuera <strong>de</strong><br />

combate y ahora se iniciaba un nuevo duelo. La lucha con granadas <strong>de</strong> mano se parece a la esgrima <strong>de</strong><br />

florete; es preciso dar saltos como en el ballet. De los combates entre dos personas es éste el más<br />

mortífero <strong>de</strong> todos, pues sólo termina cuando uno <strong>de</strong> los dos adversarios vuela por los aires. También<br />

pue<strong>de</strong> ocurrir que ambos caigan muertos.<br />

Durante aquellos minutos podía ver sin estremecerme los muertos por encima <strong>de</strong> los cuales pasaba a<br />

cada salto. Todos ellos yacían en esa postura relajada y suavemente tendida que es peculiar <strong>de</strong> los<br />

instantes en que la Vida se <strong>de</strong>spi<strong>de</strong>. Mientras iba saltando <strong>de</strong> aquella manera tuve una discusión con el<br />

oficial ayudante, que era en verdad un tipo loco. Reivindicaba para sí el primer lugar y me exigía que yo<br />

no lanzase granadas, sino que se las fuera pasando a él. En medio <strong>de</strong> los gritos breves, terribles, con que<br />

en esos momentos se regula el trabajo y se atien<strong>de</strong> a los movimientos <strong>de</strong>l adversario, oía <strong>de</strong> vez en cuando<br />

su voz:<br />

—¡Solo uno arroja granadas! ¡Yo he sido instructor en el batallón en que se han formado las unida<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> asalto!<br />

Hombres <strong>de</strong>l 225° Regimiento, que nos iban siguiendo, limpiaron una trinchera que se <strong>de</strong>sviaba a la<br />

<strong>de</strong>recha. Cogidos en un movimiento <strong>de</strong> tenaza, los ingleses intentaron huir a campo abierto. Fueron<br />

abatidos por los disparos que inmediatamente se hicieron contra ellos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> todos los lados.<br />

La Posición Sigfrido fue funesta también para los otros, para aquellos a quienes nosotros íbamos<br />

pisando los talones. Intentaron escapar por una trinchera <strong>de</strong> enlace que torcía hacia la <strong>de</strong>recha. Saltamos a<br />

los aposta<strong>de</strong>ros y lo que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ellos vimos nos arrancó <strong>de</strong> las gargantas un salvaje grito <strong>de</strong> júbilo. La<br />

trinchera por la que pretendían escabullirse daba la vuelta y, como la armadura curva <strong>de</strong> una lira, volvía<br />

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