Tempestades de acero
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Ernst Jünger El bosquecillo 125<br />
estos hombres que carece <strong>de</strong> toda importancia la pérdida o la ganancia <strong>de</strong> una parcela <strong>de</strong> terreno tan<br />
mezquina como ésa, sin duda no sería mucho lo que podrían replicar. A pesar <strong>de</strong> todo, sentirían que ese<br />
terreno representa algo más que una mezcla <strong>de</strong> greda y arena plantada <strong>de</strong> astillados troncos <strong>de</strong> árboles,<br />
cuya situación es <strong>de</strong>terminable en un mapa y cuya superficie pue<strong>de</strong> ser medida — <strong>de</strong> igual manera que la<br />
Cruz <strong>de</strong> Hierro que muchos llevan en su pecho significa para ellos algo más que un trozo <strong>de</strong> hierro con un<br />
bor<strong>de</strong> plateado. El Bosquecillo 125 <strong>de</strong>spertaría en estos hombres el recuerdo <strong>de</strong> marchas difíciles, <strong>de</strong><br />
pesadas semanas <strong>de</strong> trabajo, <strong>de</strong> guardias nocturnas durante las cuales ese pedazo <strong>de</strong> tierra se <strong>de</strong>stacaba en<br />
la oscuridad como un llameante alto horno, y <strong>de</strong> días en que sus ojos lo veían aplastado bajo el peso <strong>de</strong><br />
nubes <strong>de</strong> proyectiles. El nombre <strong>de</strong>l Bosquecillo 125 no se les aparecería como un nombre cualquiera,<br />
sino como un nombre que se graba al rojo vivo en la memoria y que evoca tal cantidad <strong>de</strong> acciones y<br />
sentimientos que, al mencionarlo, todos los <strong>de</strong>talles se vuelven insignificantes, como cuando<br />
contemplamos uno <strong>de</strong> esos sepulcros megalíticos que se han conservado <strong>de</strong> tiempos remotos. Esos<br />
hombres sentirían también que ese Bosquecillo no pue<strong>de</strong> ser un lugar como otro cualquiera, porque cada<br />
uno <strong>de</strong> los pasos que en él dieron hubo <strong>de</strong> ser comprado con la vida, y porque el gran <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> los<br />
pueblos fue allí vivido y sufrido en el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong>l individuo. Lo que el mensajero <strong>de</strong> los pocos<br />
supervivientes <strong>de</strong> la guarnición <strong>de</strong>l Bosquecillo acaba <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir suena como una sentencia dictada por un<br />
Po<strong>de</strong>r superior, pero como una sentencia <strong>de</strong> la que uno no tiene por' qué avergonzarse, a pesar <strong>de</strong> lo dura<br />
que es.<br />
El comandante empieza a dictar al oficial ayudante <strong>de</strong>l regimiento ór<strong>de</strong>nes breves, que son escritas en<br />
papeles especiales. También a mí me entregan uno. La or<strong>de</strong>n que recibo me manda llevar munición a los<br />
hombres que se encuentran en la Trinchera <strong>de</strong>l Seto y luego dirigirme con mi compañía hasta el Camino<br />
<strong>de</strong> Elbing, para instalar un cerrojo en la izquierda <strong>de</strong> la posición. Provisionalmente queda <strong>de</strong>scartado todo<br />
intento <strong>de</strong> reconquistar el Bosquecillo. En esta maraña <strong>de</strong> trincheras que por todos lados comienza a<br />
<strong>de</strong>smoronarse, ya es bastante aferrarse a un lugar con un diminuto número <strong>de</strong> combatientes y lograr que<br />
no se venga completamente abajo la posición.<br />
Y así comienza <strong>de</strong> nuevo la marcha por el Camino <strong>de</strong> Puisieux; en él volvemos a encontrar, tendidos<br />
en el suelo, muertos cuyos rostros y uniformes se hallan cubiertos por el polvo gris que durante el<br />
bombar<strong>de</strong>o se ha <strong>de</strong>positado sobre ellos y ha sorbido su sangre. El fuego continúa, pero ya no está<br />
concentrado en un punto concreto, para apoyar unas acciones ofensivas concretas, sino que cae <strong>de</strong> modo<br />
disperso sobre toda la llanura; se parece a una tempestad que se va disipando entre rayos cuyos truenos<br />
retumban largamente. Apenas hemos atravesado la línea principal <strong>de</strong> resistencia notamos que ya no nos<br />
pertenece el Bosquecillo; con sus <strong>de</strong>strozados postes se <strong>de</strong>staca, negro, <strong>de</strong>l cielo <strong>de</strong>l oeste, un cielo que<br />
ar<strong>de</strong> con los rayos <strong>de</strong>l sol poniente. Casi en toda su longitud el Camino <strong>de</strong> Puisieux conduce directo hacia<br />
él; las <strong>de</strong>tonantes explosiones <strong>de</strong> los proyectiles que, a nuestra <strong>de</strong>recha y a nuestra izquierda, se estrellan<br />
en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la trinchera y chirrían en enjambres alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> nuestros cascos <strong>de</strong> <strong>acero</strong> indican que el<br />
enemigo está observando nuestra marcha. Los proyectiles nos obligan a avanzar a saltos, <strong>de</strong> uno en uno,<br />
en los cortos tramos sinuosos <strong>de</strong> la trinchera y a salvar a rastras sus partes rectas. Los numerosos<br />
estallidos secos que nos acompañan <strong>de</strong> cerca, y cuyo sonido sólo es comparable al ¡crac! que produce un<br />
gran ma<strong>de</strong>ro al romperse, nos ponen aún más nerviosos que el fuego <strong>de</strong> la artillería, pues en ellos se<br />
manifiesta <strong>de</strong> un modo directo una voluntad hostil. Los hombres que tienen que ir arrastrando las<br />
ametralladoras y las cajas <strong>de</strong> munición provocan atascos, lo que hace que aumente el nerviosismo. Esta<br />
amenaza que se cierne sobre la única vía <strong>de</strong> acceso <strong>de</strong> que disponemos permite adivinar que estamos<br />
pendientes <strong>de</strong> un hilo.<br />
Por fin llegamos a una posición intermedia que nos permite caminar erguidos. Hemos <strong>de</strong> movernos sin<br />
causar ningún ruido, pues el adversario pue<strong>de</strong> estar muy cerca. Adoptando muchas precauciones, <strong>de</strong>jando<br />
largos intervalos entre los hombres, atravesamos agachados un tramo <strong>de</strong> trinchera poco profundo en el<br />
cual parece haberse <strong>de</strong>sarrollado la fase final <strong>de</strong>l encarnizado combate cuerpo a cuerpo por el<br />
Bosquecillo.<br />
Todos los embudos están sembrados <strong>de</strong> grises granadas <strong>de</strong> mano provistas <strong>de</strong> mango y <strong>de</strong> bolas <strong>de</strong><br />
hierro negras y estriadas. En los parapetos hay cajas llenas <strong>de</strong> granadas <strong>de</strong> mano; las más han quedado<br />
dispersas por el suelo; se ve que los hombres tiraron <strong>de</strong> ellas apresuradamente. Dentro <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s<br />
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