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Tempestades de acero

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Ernst Jünger El bosquecillo 125<br />

—¡Alto!<br />

Los hombres se van pasando en voz baja la or<strong>de</strong>n, mientras un gélido escalofrío recorre las espaldas.<br />

No es agradable la atmósfera que aquí reina. Detrás <strong>de</strong> mí oigo una respiración ja<strong>de</strong>ante; dos granadas <strong>de</strong><br />

mano que alguien lleva en el cinturón chocan entre sí y, al chocar, producen un suave tintineo.<br />

Los sucesos que luego vienen se <strong>de</strong>sarrollan con gran celeridad. Inmediatamente <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros se<br />

oye una tenue llamada; un sofocado tintineo metálico la sigue <strong>de</strong> inmediato. Sobre el montón <strong>de</strong> tierra cae<br />

un objeto —es como si alguien hubiera lanzado un pedazo <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra— y explota casi en el mismo<br />

momento <strong>de</strong> caer. Simultáneamente se alza un confuso griterío compuesto <strong>de</strong> muchas voces; se alza tanto<br />

en nuestro lado como en el lado enemigo, <strong>de</strong> manera que parece brotar <strong>de</strong> una única masa compacta. Con<br />

un silbido se eleva por los aires un enjambre <strong>de</strong> bengalas <strong>de</strong> encendido color rojo; luego se <strong>de</strong>spliega<br />

radiante por encima <strong>de</strong> nosotros. Un cielo bajo, sembrado <strong>de</strong> centelleantes estrellas, nos ro<strong>de</strong>a. Tiramos<br />

<strong>de</strong> las mechas rápidas <strong>de</strong> las granadas <strong>de</strong> mano y las arrojamos al azar hacia a<strong>de</strong>lante; las diferentes<br />

<strong>de</strong>tonaciones se unen formando una única explosión prolongada, que hace que la trinchera tiemble y<br />

que<strong>de</strong> cubierta por una blanquísima nube <strong>de</strong> vapor. Girando en espiral ascien<strong>de</strong> a las alturas una señal<br />

amarilla, que luego <strong>de</strong>ja caer escamas incan<strong>de</strong>scentes; sin duda es la señal <strong>de</strong> tiro <strong>de</strong> barrera para la<br />

artillería inglesa; los truenos <strong>de</strong> ésta quedan tapados por el estruendo que nosotros producimos. Se<br />

<strong>de</strong>senca<strong>de</strong>na una tormenta <strong>de</strong> fuego por <strong>de</strong>lante y por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> don<strong>de</strong> nos encontramos; son<br />

ametralladoras y nos envuelven en un rugiente manto <strong>de</strong> disparos. En medio <strong>de</strong> todo ese estruendo se<br />

<strong>de</strong>sliza el chirrido <strong>de</strong> los disparos <strong>de</strong> los fusiles que lanzan granadas; como un golpe en la espalda<br />

sentimos cada uno <strong>de</strong> esos chirridos; parecidas a piezas <strong>de</strong> una libra <strong>de</strong> peso, las granadas <strong>de</strong> fusil silban<br />

junto a los cascos. Sacos llenos <strong>de</strong> granadas <strong>de</strong> mano van pasando <strong>de</strong> hombre en hombre hacia a<strong>de</strong>lante;<br />

un número cada vez mayor <strong>de</strong> proyectiles penetra dando vueltas en la plateada nube, para romperse luego<br />

entre fulgores rojos.<br />

Es imposible que no que<strong>de</strong> aniquilado todo en este vendaval. Vamos dando saltos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las<br />

explosiones, nos introducimos en la humeante brecha que ellas abren. Nos bastan unas pocas zancadas<br />

para salvar la barricada enemiga; <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ella yacen dos muertos ingleses; están ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> granadas<br />

<strong>de</strong> mano no utilizadas y <strong>de</strong> fusiles tirados. Murieron en el acto. Sus miembros están aún flexibles, no se<br />

han puesto rígidos todavía; es como si se hubieran echado a dormir. La visión <strong>de</strong> estos cuerpos provoca<br />

en nosotros una alegría salvaje, nos enar<strong>de</strong>ce. Así, pues, también quienes se enfrentan a nosotros son<br />

únicamente carne y sangre. Tan alta es nuestra moral que estaríamos dispuestos a plantar cara al diablo<br />

mismo. ¡A<strong>de</strong>lante, pues!<br />

Una vez <strong>de</strong>rribada la entrada nos resulta posible recorrer <strong>de</strong>prisa la posición como si caminásemos por<br />

un pasillo oscuro. Hemos ido a parar a un sector cuyo trazado es regular y esto facilita nuestra labor <strong>de</strong><br />

limpieza. Numerosos y recios traveses, que forman meandros, quiebran el trazado recto <strong>de</strong> la trinchera;<br />

entre un recodo y el siguiente hay siempre, por tanto, un tramo recto <strong>de</strong> unos ocho pasos <strong>de</strong> largo. Ese<br />

tramo es el que hay que batir con granadas <strong>de</strong> mano; una sola basta para <strong>de</strong>rribar a quienes no han<br />

quedado ya <strong>de</strong>sgarrados por los cascos <strong>de</strong> la metralla. El asalto se articula en golpes <strong>de</strong> breve duración:<br />

primero damos un salto hacia a<strong>de</strong>lante y nos quedamos agazapados <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los enormes bloques<br />

<strong>de</strong> los traveses y, mientras realizamos esas operaciones, intentamos batir el recorrido ulterior <strong>de</strong> la<br />

trinchera; luego volvemos a dar otro salto hacia a<strong>de</strong>lante, que coinci<strong>de</strong> con el trueno <strong>de</strong> los proyectiles<br />

que arrojamos. Con el sentimiento sabemos perfectamente, gracias a nuestra múltiple práctica, cuál es el<br />

tiempo <strong>de</strong> combustión <strong>de</strong> esos proyectiles. Como con la llama <strong>de</strong> un soplete vamos a<strong>de</strong>ntrándonos en el<br />

oscuro espacio; este trabajo, que se <strong>de</strong>sarrolla en silencio, lo realizamos por fases y su única regulación<br />

consiste en exclamaciones como: «salto», «lanzamiento», «granadas <strong>de</strong> mano», «atención», «fuera la<br />

cabeza», «otra vez», «atrás», «tocado». A veces vemos elevarse unas bolas negras <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lugares que se<br />

hallan a la distancia <strong>de</strong> dos o tres traveses <strong>de</strong> aquel junto al cual nos encontramos; son claramente visibles<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l plateado vapor y es preciso fijarse bien en ellas para po<strong>de</strong>r esquivarlas con ágiles saltos. Este<br />

juego consistente en lanzar proyectiles es un juego a vida o muerte. Mientras uno se entrega a él no ve al<br />

adversario, el cual nunca está, sin embargo, a más <strong>de</strong> diez o doce pasos <strong>de</strong> distancia; lo más que uno<br />

distingue son dos o tres sombras fugitivas que se pier<strong>de</strong>n <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un recodo; entonces intenta lanzar por<br />

encima <strong>de</strong> ellas unas cuantas granadas <strong>de</strong> mano, para cortarles la retirada o empujarlas hacia su propia<br />

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