Tempestades de acero
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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />
carretera; algo parecido les ocurrió también a los <strong>de</strong>más moradores <strong>de</strong> aquel lugar. Temblorosos y<br />
ateridos, con el cuerpo completamente empapado, estábamos <strong>de</strong> pie en medio <strong>de</strong>l cieno <strong>de</strong> la carretera y<br />
éramos conscientes <strong>de</strong> que el próximo bombar<strong>de</strong>o nos sorpren<strong>de</strong>ría sin ningún lugar don<strong>de</strong> refugiarnos.<br />
Fue una mañana atroz. Una vez más pu<strong>de</strong> comprobar que ningún fuego <strong>de</strong> artillería es capaz <strong>de</strong><br />
quebrantar la fuerza <strong>de</strong> resistencia con la eficacia con que lo hacen la humedad y el frío.<br />
Aquella lluvia representó para nosotros, sin embargo, en el marco general <strong>de</strong> la batalla, un verda<strong>de</strong>ro<br />
regalo divino, pues obligó al ataque inglés a <strong>de</strong>tenerse precisamente en los primeros días, que son los más<br />
importantes. Mientras nosotros podíamos traer nuestros carros <strong>de</strong> municiones por carreteras que<br />
permanecían intactas, nuestro adversario se vio forzado a salvar con su artillería una empantanada zona<br />
<strong>de</strong> embudos.<br />
A las once <strong>de</strong> la mañana, cuando ya éramos presa <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sesperación, apareció un ángel salvador; lo<br />
hizo en la figura <strong>de</strong> un enlace que nos trajo la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> que el regimiento se concentrase en Kokuit.<br />
En el camino hacia esa población pudimos ver lo difícil que tuvo que ser mantener el contacto con la<br />
primera línea el día en que se inició el ataque. Las carreteras estaban sembradas <strong>de</strong> cadáveres <strong>de</strong> hombres<br />
y animales. Junto a unos cuantos armones agujereados como un rallador yacían, cerrando el camino, doce<br />
caballos horriblemente mutilados.<br />
Los restos <strong>de</strong> nuestro regimiento se congregaron en un prado que estaba inundado por el agua <strong>de</strong> la<br />
lluvia; por encima <strong>de</strong> él se veían, como si fueran nubecillas, las bolas, <strong>de</strong> un color blanco lechoso, <strong>de</strong><br />
algunos shrapnels aislados. Lo que allí quedaba era un puñado <strong>de</strong> hombres, su número equivaldría a los<br />
efectivos <strong>de</strong> una compañía. En medio <strong>de</strong> la tropa había algunos oficiales. ¡Cuántas pérdidas! Casi la<br />
totalidad <strong>de</strong> los oficiales y <strong>de</strong> los soldados <strong>de</strong> dos batallones. Bajo una lluvia torrencial se mantenían allí<br />
en pie, con una mirada sombría, los supervivientes, aguardando a que llegasen los aposentadores. Más<br />
tar<strong>de</strong> nos secamos, agrupados alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> una estufa al rojo vivo, en una barraca <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra; un<br />
<strong>de</strong>sayuno abundante nos <strong>de</strong>volvió el coraje <strong>de</strong> vivir.<br />
A última hora <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> cayeron algunas granadas en la al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Kokuit. Fue alcanzada una barraca y<br />
algunos hombres <strong>de</strong> la Tercera Compañía murieron. A pesar <strong>de</strong>l bombar<strong>de</strong>o, pronto nos acostamos; una<br />
sola esperanza abrigábamos: que no nos sacasen <strong>de</strong> allí otra vez, que no nos hiciesen salir otra vez afuera,<br />
a la lluvia, para lanzarnos a un contraataque o a organizar <strong>de</strong> repente una <strong>de</strong>fensa.<br />
A las tres <strong>de</strong> la madrugada llegó una or<strong>de</strong>n que nos mandaba replegarnos. Caminamos hacia Sta<strong>de</strong>n<br />
por la carretera; estaba cu bierta <strong>de</strong> cadáveres y vehículos <strong>de</strong>struidos por los disparos. El fuego había<br />
llevado su furia hasta allí. Encontramos un cráter que había sido abierto por un único proyectil; alre<strong>de</strong>dor<br />
yacían doce muertos. Sta<strong>de</strong>n, que cuando llegamos era todavía una población llena <strong>de</strong> vida, mostraba ya<br />
numerosos edificios <strong>de</strong>struidos por los disparos. La <strong>de</strong>sierta plaza mayor estaba sembrada <strong>de</strong> enseres<br />
domésticos <strong>de</strong>strozados. Una familia abandonó el pueblo al mismo tiempo que nosotros; lo único que se<br />
llevaba consigo era una vaca, que caminaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ellos. Eran gente sencilla; el marido tenía una pata<br />
<strong>de</strong> palo y la mujer llevaba cogidos <strong>de</strong> la mano a los hijos, que iban llorando. El confuso ruido que a<br />
nuestras espaldas se oía hacía aún más sombrío aquel triste cuadro.<br />
Los restos <strong>de</strong>l Segundo Batallón fueron alojados en una solitaria casa <strong>de</strong> labor; quedaba oculta por<br />
unos espesos setos y se hallaba en medio <strong>de</strong> unos campos jugosos, en los que la vegetación estaba muy<br />
crecida. Allí se me confió el mando <strong>de</strong> la Séptima Compañía; con ella había <strong>de</strong> compartir alegrías y<br />
sufrimientos hasta el final <strong>de</strong> la guerra.<br />
Al atar<strong>de</strong>cer nos sentamos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> una chimenea que tenía un revestimiento <strong>de</strong> viejos azulejos; en<br />
aquel lugar recuperamos fuerzas gracias a un ponche caliente bien cargado y escuchamos con atención el<br />
renovado tronar <strong>de</strong> la batalla. En un periódico reciente leí un comunicado militar; una <strong>de</strong> sus frases me<br />
llamó la atención: «Conseguimos <strong>de</strong>tener al enemigo en la línea <strong>de</strong>l arroyo Steen».<br />
Resultaba extraño enterarse <strong>de</strong> que se daba publicidad a una actividad aparentemente confusa que<br />
habíamos realizado en medio <strong>de</strong> las tinieblas <strong>de</strong> la noche. Habíamos contribuido con la parte que nos<br />
tocaba a paralizar un ataque enemigo iniciado con unas fuerzas muy po<strong>de</strong>rosas. Las masas <strong>de</strong> hombres y<br />
material podrían ser ingentes, pero el trabajo en los lugares <strong>de</strong>cisivos lo habían llevado a cabo unos pocos<br />
combatientes.<br />
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