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Tempestades de acero

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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />

reflejaba una gran excitación; vi también cómo levantaba apresuradamente su fusil y hacía un disparo<br />

contra la segunda <strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong> la zanja; aquel tiro me pasó rozando la cabeza.<br />

Como el bloque <strong>de</strong> tierra me impedía ver nada, me resultaba completamente inexplicable lo ocurrido;<br />

pero me bastó dar un paso atrás y echar una mirada por la primera <strong>de</strong>sembocadura para compren<strong>de</strong>r todo.<br />

Lo que contemplé me <strong>de</strong>jó ciertamente petrificado, pues junto a mí se hallaba <strong>de</strong> pie, tan cerca que casi<br />

podía agarrarlo con la mano, un neozelandés <strong>de</strong> complexión atlética. Simultáneamente resonaron en la<br />

parte baja gritos <strong>de</strong> atacantes, todavía invisibles, que se acercaban apresuradamente a campo <strong>de</strong>scubierto<br />

para cortarnos la retirada. Aquel neozelandés que había aparecido como por arte <strong>de</strong> magia a nuestra<br />

espalda, y frente al cual me hallaba como hechizado, era ciego para mi presencia, y en eso estuvo su<br />

ruina. Toda su atención se concentraba en el suboficial Meier, a cuyo disparo replicó con el lanzamiento<br />

<strong>de</strong> una granada <strong>de</strong> mano. Vi cómo se arrancaba <strong>de</strong>l pecho una <strong>de</strong> aquellas granadas que tenían forma <strong>de</strong><br />

limón y cómo la lanzaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> Meier, quien intentaba escapar a la muerte corriendo hacia a<strong>de</strong>lante. Al<br />

mismo tiempo preparé yo mi granada <strong>de</strong> mango, única arma que llevaba conmigo, y, más que arrojarla, la<br />

<strong>de</strong>jé caer con un leve impulso casi a los pies mismos <strong>de</strong>l neozelandés. No tuve tiempo <strong>de</strong> contemplar su<br />

ascensión a los cielos, pues aquél era el último instante en que aún podía esperar alcanzar <strong>de</strong> nuevo<br />

nuestra posición <strong>de</strong> partida. A toda prisa empecé a dar saltos hacia atrás; todavía vi aparecer <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí<br />

al pequeño Wilzek, que había tenido la buena i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> pasar por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la granada <strong>de</strong>l neozelandés,<br />

saltando al lado <strong>de</strong> Meier en dirección hacia don<strong>de</strong> yo me encontraba. Un huevo <strong>de</strong> hierro que todavía nos<br />

arrojaron le <strong>de</strong>sgarró el cinto y los fondillos <strong>de</strong>l pantalón, pero no le causó ninguna herida. Tan <strong>de</strong>nso era<br />

el cerrojo que el enemigo había instalado <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> nosotros, mientras Voigt y los otros cuarenta atacantes<br />

se encontraban cercados y perdidos. Sin sospechar nada <strong>de</strong>l extraño inci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l que yo había sido<br />

testigo, se sintieron empujados <strong>de</strong>s<strong>de</strong> atrás hacia la muerte. Gritos <strong>de</strong> combate y numerosas explosiones<br />

indicaron que vendieron caras sus vidas.<br />

Para acudir en su ayuda or<strong>de</strong>né que el pelotón <strong>de</strong>l ca<strong>de</strong>te Mohrmann avanzase por la Trinchera <strong>de</strong>l<br />

Seto. Tuvimos que <strong>de</strong>tenernos, sin embargo, ante una barrera <strong>de</strong> minas <strong>de</strong> botella que caían como<br />

granizos. Un casco <strong>de</strong> metralla llegó volando a estrellarse contra mi pecho; quedó retenido por la hebilla<br />

<strong>de</strong> mis tirantes.<br />

Se <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nó entonces un fuego artillero <strong>de</strong> gran violencia. A nuestro alre<strong>de</strong>dor surgían rayos <strong>de</strong><br />

tierra <strong>de</strong> los vapores coloreados, y el sordo retumbar <strong>de</strong> los proyectiles que contra el suelo reventaban se<br />

mezclaba con unos chillidos agudos, metálicos, que recordaban el sonido producido por una sierra<br />

circular al cortar troncos <strong>de</strong> árboles. Bramando se aproximaban, a intervalos siniestramente cortos,<br />

bloques <strong>de</strong> hierro, y en medio <strong>de</strong> todo aquello cantaban y gorjeaban nubes <strong>de</strong> shrapnels. Como era <strong>de</strong><br />

temer un ataque, me puse uno <strong>de</strong> los cascos <strong>de</strong> <strong>acero</strong> que por el suelo andaban <strong>de</strong>sparramados y regresé a<br />

toda prisa, con algunos compañeros, a nuestra trinchera <strong>de</strong> lucha.<br />

En el otro lado aparecieron algunas figuras humanas. Nos apoyamos en el <strong>de</strong>rruido talud <strong>de</strong> la<br />

trinchera y abrimos fuego contra ellas. A mi lado un guerrero jovencísimo apretaba con manos febriles el<br />

gatillo <strong>de</strong> su ametralladora, pero no conseguía que por el cañón saliese una sola bala. Le quité el arma <strong>de</strong><br />

las manos y logré hacer algunos disparos; luego volvió a encasquillarse, como en una pesadilla. Sin<br />

embargo, los atacantes <strong>de</strong>saparecieron en trincheras y embudos, mientras se hacía cada vez más intenso el<br />

fuego. La artillería no hacía ya distinción ninguna entre un bando y otro.<br />

Cuando, seguido <strong>de</strong> un enlace, caminaba hacia mi abrigo, algo se estrelló, entre él y yo, contra el talud<br />

<strong>de</strong> la trinchera; con extraordinaria violencia me arrancó <strong>de</strong> la cabeza el casco <strong>de</strong> <strong>acero</strong> y lo arrojó lejos.<br />

Creí que me había caído encima toda una ráfaga <strong>de</strong> shrapnels y, medio aturdido, me introduje en mi<br />

madriguera; segundos <strong>de</strong>spués estallaba en su bor<strong>de</strong> una granada, que llenó <strong>de</strong> una <strong>de</strong>nsa humareda aquel<br />

pequeño habitáculo. Un largo casco <strong>de</strong> metralla aplastó un envase <strong>de</strong> pepinos que estaba junto a mis pies.<br />

Volví a salir <strong>de</strong>l agujero, para no quedar sepultado bajo masas <strong>de</strong> tierra, y me metí a rastras en la<br />

trinchera; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> abajo exhortaba a los dos enlaces y a mi or<strong>de</strong>nanza a que permaneciesen muy <strong>de</strong>spiertos.<br />

Fue una media hora muy penosa; la Muerte volvió a pasar por la criba a mi compañía, ya muy<br />

reducida. Una vez comenzó el reflujo <strong>de</strong> aquella ola <strong>de</strong> fuego, recorrí la trinchera, examiné los daños y<br />

comprobé que aún quedábamos catorce hombres. Con ellos solos era imposible <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r una posición tan<br />

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