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Tempestades de acero

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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />

amplia zona a nuestro alre<strong>de</strong>dor comenzó a agitarse; por encima <strong>de</strong>l lugar en que estábamos se cruzaban<br />

enjambres <strong>de</strong> proyectiles.<br />

Tras una lucha <strong>de</strong> corta duración se oyeron en el otro lado unas voces nerviosas, y antes <strong>de</strong> que<br />

pudiéramos compren<strong>de</strong>r bien lo que sucedía empezaron a venir hacia nosotros con las manos en alto los<br />

primeros ingleses. Iban apareciendo uno a uno por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los traveses y se quitaban el correaje;<br />

entretanto nuestros fusiles y pistolas los apuntaban amenazadores. Todos aquellos ingleses eran hombres<br />

jóvenes, fornidos, y llevaban uniformes nuevos. Los hacía <strong>de</strong>sfilar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí mientras los conminaba<br />

con estas palabras:<br />

—Hands down!<br />

Luego encargaba a un pelotón <strong>de</strong> hombres nuestros que se los llevase <strong>de</strong> allí.<br />

La sonrisa confiada que se veía en la mayor parte <strong>de</strong> aquellos rostros revelaba que no nos consi<strong>de</strong>raban<br />

capaces <strong>de</strong> cometer atrocida<strong>de</strong>s inhumanas. Algunos intentaban inclinarnos a la clemencia tendiéndonos<br />

paquetes <strong>de</strong> cigarrillos y tabletas <strong>de</strong> chocolate. Con la alegría creciente propia <strong>de</strong> un cazador vi que<br />

habíamos realizado unas capturas inmensas; aquella comitiva <strong>de</strong> hombres parecía no tener fin. Habíamos<br />

contado ya ciento cincuenta y aún seguían apareciendo más hombres con las manos en alto. Paré a un<br />

oficial y le pregunté por el trazado <strong>de</strong> la posición y por las tropas que la <strong>de</strong>fendían. Me contestó muy<br />

cortésmente; era innecesario que, mientras lo hacía, se cuadrase. Luego me condujo hasta el jefe <strong>de</strong> la<br />

compañía, un captain; estaba herido y se encontraba en un abrigo cercano. Era un hombre joven, que<br />

tendría unos veintiséis años; los rasgos <strong>de</strong> su rostro eran <strong>de</strong>licados. Estaba apoyado en el marco <strong>de</strong> una<br />

galería y tenía atravesada por una bala una <strong>de</strong> sus pantorrillas. Cuando me presenté se llevó a la gorra la<br />

mano, en la que refulgía una ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> oro, me dijo su nombre y me hizo entrega <strong>de</strong> su pistola. Sus<br />

primeras palabras mostraron que tenía <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí a todo un hombre.<br />

—We were surroun<strong>de</strong>d about!<br />

Le urgía explicar a su adversario la razón por la que su compañía se había rendido tan pronto.<br />

Estuvimos conversando en francés sobre varios asuntos. Me contó que en un abrigo cercano había un<br />

grupo <strong>de</strong> soldados alemanes heridos; sus hombres los habían vendado y curado. Cuando le pregunté por el<br />

número <strong>de</strong> tropas que ocupaban la parte ulterior <strong>de</strong> la Posición Sigfrido se negó a contestarme. Le prometí<br />

que lo haría evacuar, a él y a los <strong>de</strong>más heridos, hacia la retaguardia; luego nos <strong>de</strong>spedimos con un<br />

apretón <strong>de</strong> manos.<br />

Delante <strong>de</strong> la galería estaba Hoppenrath y me comunicó que habíamos hecho cerca <strong>de</strong> doscientos<br />

prisioneros. Para una compañía como la nuestra, que contaba con ochenta hombres, no estaba nada mal.<br />

Aposté centinelas y luego exploramos la trinchera conquistada; se hallaba abarrotada <strong>de</strong> armas y <strong>de</strong> piezas<br />

<strong>de</strong> equipo. En los aposta<strong>de</strong>ros había ametralladoras, lanzaminas, granadas <strong>de</strong> mano y <strong>de</strong> fusil,<br />

cantimploras, chalecos con forro <strong>de</strong> piel, impermeables, lonas <strong>de</strong> tienda <strong>de</strong> campaña, latas llenas <strong>de</strong> carne,<br />

<strong>de</strong> mermelada, <strong>de</strong> té, <strong>de</strong> café, <strong>de</strong> cacao y <strong>de</strong> tabaco, botellas <strong>de</strong> coñac, herramientas, pistolas <strong>de</strong> combate y<br />

<strong>de</strong> señales, —ropa blanca, guantes; en suma, todo lo que uno pueda imaginar. Como si fuera un viejo jefe<br />

<strong>de</strong> lansquenetes concedí un breve espacio <strong>de</strong> tiempo para que los hombres se <strong>de</strong>dicasen al pillaje y<br />

pudieran examinar con más <strong>de</strong>talle las muchas cosas buenas que allí había. Tampoco yo pu<strong>de</strong> resistir la<br />

tentación <strong>de</strong> prepararme en la entrada <strong>de</strong> una galería un pequeño <strong>de</strong>sayuno y <strong>de</strong> llenarme la pipa con el<br />

magnífico Navy Cut, mientras garabateaba mi informe para el jefe <strong>de</strong> las tropas combatientes. Como<br />

hombre precavido envié una copia al jefe <strong>de</strong> nuestro batallón.<br />

Media hora <strong>de</strong>spués reiniciamos la marcha; caminábamos muy eufóricos —no negaré que a ello<br />

contribuyó un poco el coñac inglés— y nos fuimos <strong>de</strong>slizando <strong>de</strong> través en través a lo largo <strong>de</strong> la Posición<br />

Sigfrido.<br />

Des<strong>de</strong> un fortín <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, un blocao empotrado en el talud <strong>de</strong> la trinchera, abrieron fuego contra<br />

nosotros. Quisimos echar un vistazo alre<strong>de</strong>dor y nos subimos a los aposta<strong>de</strong>ros más próximos. Mientras<br />

intercambiábamos algunos disparos con los ocupantes <strong>de</strong>l mencionado blocao, uno <strong>de</strong> nuestros hombres<br />

cayó al suelo como empujado por un puño invisible. Una bala había perforado la parte superior <strong>de</strong> su<br />

casco <strong>de</strong> <strong>acero</strong> y le había abierto una larga ranura en la tapa <strong>de</strong> los sesos. A cada latido <strong>de</strong> la sangre el<br />

cerebro subía y bajaba en la herida; a pesar <strong>de</strong> ello pudo retirarse por sus propios pies. Tuve que or<strong>de</strong>narle<br />

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