Tempestades de acero
Tempestades de acero
Tempestades de acero
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />
—Pero, hombre ¿es que aún no se ha enterado <strong>de</strong> que los proyectiles han aplastado su casa?<br />
Cuando me levanté y revisé los daños hube <strong>de</strong> comprobar que una granada <strong>de</strong> grueso calibre había<br />
reventado en el tejado; todas las habitaciones, incluida aquella en que estaba el puesto <strong>de</strong> observación,<br />
habían quedado arrasadas. Si la espoleta <strong>de</strong> aquella granada hubiera sido un poco menos sensible, habrían<br />
tenido que «recogerme raspando con una cuchara y enterrarme en una c<strong>acero</strong>la», como se <strong>de</strong>cía<br />
bonitamente en el frente. Schultz me contó que su enlace le había dicho, al ver la casa <strong>de</strong>struida:<br />
—Ahí <strong>de</strong>ntro vivía ayer un alférez; vamos a ver si todavía sigue ahí.<br />
A Knigge le sacaba <strong>de</strong> sus casillas mi sueño increíblemente pesado.<br />
Por la mañana nos trasladamos a nuestro nuevo sótano. Por el camino estuvieron a punto <strong>de</strong><br />
aplastarnos las ruinas <strong>de</strong> un campanario que se <strong>de</strong>rrumbó al pasar nosotros; para impedir que la artillería<br />
enemiga lo utilizase como punto <strong>de</strong> referencia, el comando <strong>de</strong> zapadores lo había hecho saltar sin dar<br />
aviso a nadie. En una al<strong>de</strong>a vecina se olvidaron incluso <strong>de</strong> avisar a los dos hombres que estaban <strong>de</strong><br />
guardia en el observatorio <strong>de</strong> la torre; milagrosamente se los pudo rescatar ilesos <strong>de</strong> entre las vigas.<br />
Aquella misma mañana saltaron por los aires más <strong>de</strong> una docena <strong>de</strong> campanarios en las cercanías.<br />
Nos instalamos bastante aceptablemente en nuestro espacioso sótano, en el que reunimos, tal como nos<br />
vinieron a las manos, muebles sacados tanto <strong>de</strong> las casas ricas como <strong>de</strong> las humil<strong>de</strong>s. Lo que no nos<br />
gustaba lo quemábamos para calentarnos.<br />
En aquellos días se libraron por encima <strong>de</strong> nuestras cabezas varios enconados combates aéreos. Casi<br />
siempre terminaban con la <strong>de</strong>rrota <strong>de</strong> los ingleses, pues la escuadrilla <strong>de</strong> Richthofen sobrevolaba entonces<br />
aquella zona. A veces ocurría que seis o siete aviones enemigos eran obligados a aterrizar uno tras otro o<br />
eran incendiados por los disparos <strong>de</strong> los nuestros. En una ocasión vimos cómo el ocupante <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> ellos<br />
trazaba amplios círculos fuera ya <strong>de</strong>l avión y luego caía a tierra, como un punto negro, separado <strong>de</strong> su<br />
máquina. Pero el mirar mucho hacia arriba encerraba también, ciertamente, sus peligros; así, un casco <strong>de</strong><br />
metralla que cayó <strong>de</strong> lo alto hirió mortalmente en el cuello a un hombre <strong>de</strong> la Cuarta Compañía.<br />
El 18 <strong>de</strong> abril fui a hacer una visita a la posición <strong>de</strong>fendida por la Segunda Compañía; era una trinchera<br />
en forma <strong>de</strong> arco trazada alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Arleux. Hasta aquel momento, según me contó Boje, no<br />
había tenido más que un herido, ya que el pedante tiro <strong>de</strong> ensayo <strong>de</strong> los ingleses permitía evacuar el sector<br />
bombar<strong>de</strong>ado en cada momento.<br />
Tras <strong>de</strong>searle buena suerte salí <strong>de</strong> aquella al<strong>de</strong>a al galope, dado que continuamente estaban llegando<br />
granadas <strong>de</strong> grueso calibre. A trescientos metros <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> Arleux me paré y estuve contemplando las<br />
nubes que las explosiones levantaban; eran <strong>de</strong> color rojo o negro, según diesen las granadas contra obras<br />
<strong>de</strong> ladrillo o contra la tierra <strong>de</strong> los jardines. El color respectivo iba siempre mezclado con el suave color<br />
blanco <strong>de</strong> los shrapnels que reventaban. Pero cuando algunas ráfagas <strong>de</strong> granadas <strong>de</strong> pequeño calibre<br />
cayeron sobre los estrechos sen<strong>de</strong>ros que unían Arleux con Fresnoy, renuncié a ulteriores impresiones y<br />
abandoné aprisa el campo, para no <strong>de</strong>jarme «apiolar», como solía <strong>de</strong>cirse entonces en el argot <strong>de</strong> la<br />
Segunda Compañía.<br />
Por entonces realicé con bastante frecuencia paseos semejantes a éste y alguna vez llegué incluso hasta<br />
el pueblo <strong>de</strong> Henin-Liétard; me fue posible hacerlo porque en las dos primeras semanas no tuve ninguna<br />
noticia que transmitir, a pesar <strong>de</strong>l numeroso personal que estaba a mis ór<strong>de</strong>nes.<br />
Una pieza <strong>de</strong> artillería <strong>de</strong> marina bombar<strong>de</strong>ó Fresnoy a partir <strong>de</strong>l 20 <strong>de</strong> abril; sus granadas llegaban con<br />
un rugido que se parecía a un bufido infernal. Después <strong>de</strong> cada explosión la al<strong>de</strong>a quedaba envuelta en<br />
una enorme nube pardo-rojiza <strong>de</strong> ácido pícrico, que se expandía en forma <strong>de</strong> hongo. Incluso los<br />
proyectiles que no explotaban causaban un pequeño terremoto. Uno <strong>de</strong> ellos sorprendió en el patio <strong>de</strong>l<br />
castillo a un hombre <strong>de</strong> la Novena Compañía y lo lanzó a lo alto por encima <strong>de</strong> los árboles <strong>de</strong>l parque; al<br />
caer se rompió todos los huesos.<br />
Un atar<strong>de</strong>cer me dirigía en bicicleta a la al<strong>de</strong>a. Bajaba <strong>de</strong> una loma que la dominaba cuando vi<br />
ascen<strong>de</strong>r la bien conocida nube <strong>de</strong> color pardo-rojizo. Me apeé <strong>de</strong> la bicicleta y, dispuesto a aguardar con<br />
calma el final <strong>de</strong>l bombar<strong>de</strong>o, me acomodé en un campo <strong>de</strong> labor. Aproximadamente a los tres segundos<br />
<strong>de</strong> cada impacto oía un violento estampido, al que seguían unos silbidos y gorjeos polifónicos, como si se<br />
80