Tempestades de acero
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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />
incendiado con sus disparos. Perseguido por el furioso tiroteo <strong>de</strong> la <strong>de</strong>fensa antiaérea, nuestro avión<br />
escapó sano y salvo <strong>de</strong>scribiendo abruptos círculos.<br />
Al atar<strong>de</strong>cer vino a verme el cabo Schnau y me informó <strong>de</strong> que <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l abrigo <strong>de</strong> su pelotón se<br />
venía oyendo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía ya cuatro días, un ruido <strong>de</strong> golpes <strong>de</strong> pico. Retransmití aquel informe y me<br />
enviaron un <strong>de</strong>stacamento <strong>de</strong> zapadores provisto <strong>de</strong> aparatos <strong>de</strong> escucha, pero éstos no llegaron a <strong>de</strong>tectar<br />
nada sospechoso. Más tar<strong>de</strong> se dijo que la totalidad <strong>de</strong> la posición había estado minada.<br />
El 5 <strong>de</strong> marzo, a primeras horas <strong>de</strong> la madrugada, se aproximó a nuestra posición una patrulla enemiga<br />
y comenzó a cortar las alambradas. Alertado por un centinela, acudí <strong>de</strong>prisa con unos cuantos hombres y<br />
arrojé granadas <strong>de</strong> mano; ante esto los atacantes emprendieron la huida, pero <strong>de</strong>jaron a dos hombres<br />
tendidos sobre el terreno. Uno <strong>de</strong> ellos, un alférez joven, murió enseguida; el otro, un sargento, tenía<br />
graves heridas en los brazos y en las piernas. Por los documentos <strong>de</strong>l oficial pudimos saber que se<br />
llamaba Stokes y que pertenecía al 2 ° Regimiento <strong>de</strong> fusileros Royal Munster. Iba muy bien vestido y su<br />
rostro, al que la muerte había dado una expresión convulsa, tenía unas facciones inteligentes y enérgicas.<br />
En su agenda pu<strong>de</strong> leer un gran número <strong>de</strong> direcciones <strong>de</strong> chicas <strong>de</strong> Londres; esto me conmovió. Lo<br />
enterramos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> nuestra trinchera y le pusimos una cruz sencilla en la que hice inscribir su nombre<br />
con tachuelas clavadas. Este inci<strong>de</strong>nte me enseñó que no todas las patrullas tenían un final tan feliz como<br />
las realizadas por mí hasta aquel momento.<br />
A la madrugada siguiente, tras una corta preparación artillera, los ingleses atacaron con cincuenta<br />
hombres el sector <strong>de</strong>fendido por la compañía vecina a la nuestra, sector que estaba al mando <strong>de</strong>l alférez<br />
Reinhardt. Los atacantes se <strong>de</strong>slizaron sigilosamente hasta llegar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nuestras alambradas; una vez<br />
allí, uno <strong>de</strong> ellos, usando un frotador que llevaba fijado a la manga, transmitió una señal luminosa para<br />
hacer callar a las ametralladoras inglesas. Entonces echaron a correr hacia nuestras trincheras al tiempo<br />
que caían las últimas granadas. Todos ellos llevaban tiznados <strong>de</strong> hollín los rostros, para distinguirse lo<br />
menos posible en la oscuridad.<br />
Fue tan magistral, sin embargo, el recibimiento que los nuestros les dispensaron que sólo uno <strong>de</strong> ellos<br />
consiguió llegar hasta nuestra trinchera. La atravesó y siguió corriendo hasta alcanzar la segunda línea;<br />
allí fue abatido a tiros, pues no hizo caso cuando le conminaron a que se entregase. Sólo un alférez y un<br />
sargento ingleses consiguieron saltar nuestra alambrada. El alférez cayó muerto, aunque <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l<br />
uniforme llevaba una coraza; una bala <strong>de</strong> pistola, que Reinhardt le disparó a quemarropa, le metió en el<br />
cuerpo una placa <strong>de</strong> la coraza. Al sargento los cascos <strong>de</strong> metralla <strong>de</strong> las granadas <strong>de</strong> mano le arrancaron<br />
ambas piernas; a pesar <strong>de</strong> ello, con una calma estoica, mantuvo apretada entre los dientes su corta pipa<br />
hasta que murió. También en esta ocasión tuvimos una vez más, como siempre que topábamos con<br />
ingleses, la grata impresión <strong>de</strong> enfrentarnos a gentes viriles y audaces.<br />
A última hora <strong>de</strong> esa mañana tan pródiga en éxitos iba paseando por mi trinchera cuando vi en un<br />
aposta<strong>de</strong>ro al alférez Pfaffendorf; estaba dirigiendo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí, con un anteojo goniométrico, el tiro <strong>de</strong> sus<br />
lanzaminas. Me puse a su lado y, nada más hacerlo, <strong>de</strong>scubrí a un inglés que caminaba a <strong>de</strong>scubierto por<br />
<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la tercera línea enemiga; con su uniforme gris caqui se <strong>de</strong>stacaba nítidamente <strong>de</strong>l horizonte. Le<br />
arrebaté <strong>de</strong> las manos el fusil al centinela que más cerca me quedaba, puse el alza a seiscientos metros,<br />
apunté con todo cuidado, un poco <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> su cabeza, y apreté el gatillo. El inglés dio todavía tres pasos<br />
y luego se <strong>de</strong>rrumbó <strong>de</strong> espaldas, como si le hubieran quitado <strong>de</strong> <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l cuerpo las piernas; un par <strong>de</strong><br />
veces batió los brazos y <strong>de</strong>spués cayó rodando en un agujero abierto por una granada. Largo tiempo vi<br />
brillar aún, con los prismáticos, la manga gris <strong>de</strong> su uniforme.<br />
El 9 <strong>de</strong> marzo los ingleses volvieron a apisonar nuestro sector según todas las reglas <strong>de</strong> la balística. A<br />
hora muy temprana <strong>de</strong> la mañana me <strong>de</strong>spertó un intenso ataque artillero por sorpresa; cogí mi pistola y,<br />
adormilado, me precipité afuera. Al apartar a un lado la lona <strong>de</strong> tienda <strong>de</strong> campaña que cerraba la entrada<br />
<strong>de</strong> mi galería vi que aún era noche cerrada. Los cegadores fogonazos <strong>de</strong> los proyectiles y el barro que<br />
zumbaba en el aire me <strong>de</strong>spabilaron inmediatamente. Eché a correr por la trinchera, pero no encontré en<br />
ella alma viviente hasta que llegué a la escalera <strong>de</strong> una galería; allí estaban acurrucados, como gallinas<br />
apretujadas cuando llueve, los hombres <strong>de</strong> un pelotón sin jefe. Me los llevé conmigo y movilicé la<br />
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