Tempestades de acero
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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />
lado, aunque no tenía plaza <strong>de</strong> rancho en el hospital y se veía obligado a mendigar la comida en la<br />
cocina.<br />
Cuando uno se aburre en la cama procura distraerse <strong>de</strong> múltiples maneras. Así, en una ocasión<br />
pasé el tiempo haciendo un recuento <strong>de</strong> mis heridas. Prescindiendo <strong>de</strong> pequeñeces como los rasguños y<br />
las contusiones producidas por balas <strong>de</strong> rebote, mi cuerpo había retenido al menos catorce proyectiles<br />
que dieron en el blanco, a saber: cinco balas <strong>de</strong> fusil, dos cascos <strong>de</strong> metralla <strong>de</strong> granadas <strong>de</strong> artillería, un<br />
balín <strong>de</strong> shrapnel, cuatro cascos <strong>de</strong> metralla <strong>de</strong> granadas <strong>de</strong> mano y dos cascos <strong>de</strong> granadas <strong>de</strong> fusil;<br />
contando las entradas y salidas me habían <strong>de</strong>jado veinte cicatrices. En aquella guerra en la que ya se<br />
disparaba más a los espacios que a los individuos había conseguido que once <strong>de</strong> aquellos proyectiles<br />
dieran en mi cuerpo. Por ello tenía <strong>de</strong>recho a pren<strong>de</strong>r en mi pecho el Distintivo <strong>de</strong> Oro <strong>de</strong> los heridos que<br />
por aquellos días me fue concedido.<br />
Dos semanas más tar<strong>de</strong> me encontraba tendido en una blanda cama <strong>de</strong> un tren-hospital. El paisaje<br />
alemán estaba ya sumergido en los primeros brillos otoñales. Tuve la suerte <strong>de</strong> que me <strong>de</strong>scargasen en<br />
Hannover; allí me hospitalizaron en la fundación Clementina. Pronto empezaron a llegar las visitas; a<br />
quien más me gustaba ver era a mi hermano, que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que fue herido, había crecido, aunque no en el<br />
lado <strong>de</strong>recho <strong>de</strong>l cuerpo, que había sufrido graves heridas.<br />
Un joven aviador <strong>de</strong> la escuadrilla Richthofen compartía mi habitación; se llamaba Wenzel y era una<br />
<strong>de</strong> esas figuras alargadas y audaces que aún sigue engendrando nuestro país. Hacía honor a la divisa <strong>de</strong> su<br />
escuadrilla: «¡De hierro, pero alocados!». Aquel hombre había <strong>de</strong>rribado en combate a doce adversarios;<br />
el último, antes <strong>de</strong> caer al suelo, le <strong>de</strong>strozó <strong>de</strong> un disparo el húmero.<br />
Con él, mi hermano y algunos otros camaradas que aguardaban el tren que los llevase a sus lugares <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>stino celebramos mi primera salida con una fiesta en los salones <strong>de</strong>l viejo Regimiento «Gibraltar» <strong>de</strong><br />
Hannover. Como alguien pusiera en duda nuestra aptitud para la guerra sentimos una necesidad<br />
apremiante <strong>de</strong> escalar <strong>de</strong> diversas maneras un gigantesco sillón que allí había. Nos fue mal; Wenzel<br />
volvió a romperse el brazo y yo yacía en cama a la mañana siguiente con cuarenta grados <strong>de</strong> fiebre; mi<br />
curva <strong>de</strong> temperatura realizó algunos inquietantes avances hacia aquella línea roja pasada la cual fracasa<br />
el arte <strong>de</strong> los médicos. Cuando uno alcanza esas temperaturas pier<strong>de</strong> el sentido <strong>de</strong>l tiempo; mientras las<br />
enfermeras luchaban por salvarme, yo permanecía acostado y soñaba esos sueños que la fiebre produce y<br />
que a veces son muy divertidos.<br />
Uno <strong>de</strong> aquellos días, el 22 <strong>de</strong> septiembre <strong>de</strong> 1918, recibí <strong>de</strong>l general von Busse el siguiente telegrama:<br />
«Su Majestad el Emperador le ha concedido la Or<strong>de</strong>n pour le Mérite. Le felicito en nombre <strong>de</strong> toda la<br />
división».<br />
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