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Tempestades de acero

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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />

Los heridos que regresaban <strong>de</strong> la primera línea traían noticias confusas y exageradas sobre un ataque<br />

inglés; en vista <strong>de</strong> ello, a las once me or<strong>de</strong>nó el mando que me dirigiese con mis cuatro hombres hacia<br />

<strong>de</strong>lante y averiguase más exactamente lo que ocurría. Nuestra ruta atravesaba zonas batidas por un fuego<br />

intenso. Nos encontramos con numerosos heridos; uno <strong>de</strong> ellos, el alférez Spitz, jefe <strong>de</strong> la Duodécima<br />

Compañía, tenía un balazo en la barbilla. Ya en el terreno que quedaba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la galería ocupada por<br />

el jefe <strong>de</strong> las tropas combatientes me vi envuelto en un fuego preciso <strong>de</strong> ametralladora, señal <strong>de</strong> que el<br />

enemigo había hundido nuestras líneas. El comandante Dietlein, jefe <strong>de</strong>l Tercer Batallón, me confirmó<br />

esta sospecha. A aquel viejo oficial lo encontré muy ocupado en salir a gatas <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> su fortín <strong>de</strong><br />

hormigón, cubierto ya por el agua hasta tres cuartos <strong>de</strong> su altura, y en repescar con mucho ahínco su pipa<br />

<strong>de</strong> espuma <strong>de</strong> mar, que se le había caído en el cieno.<br />

Los ingleses habían penetrado en nuestra primera línea y se habían apo<strong>de</strong>rado <strong>de</strong> una loma <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />

que podían batir con sus disparos el cauce <strong>de</strong>l arroyo Pad<strong>de</strong>, don<strong>de</strong> estaba el jefe <strong>de</strong> las tropas<br />

combatientes. Con unas rayas rojas señalé en mi mapa este cambio <strong>de</strong> la situación y luego animé a mis<br />

hombres a cruzar otra vez a la carrera aquel barrizal. A toda prisa atravesamos, dando saltos, la zona llana<br />

que quedaba a la vista <strong>de</strong>l enemigo; una vez que llegamos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la primera elevación <strong>de</strong>l terreno<br />

acortamos el paso y nos dirigimos hacia la Granja <strong>de</strong>l Norte. A nuestra <strong>de</strong>recha y a nuestra izquierda<br />

caían en el fango las granadas y lanzaban a lo alto gigantescos conos <strong>de</strong> cieno, que iban ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong><br />

innumerables salpicaduras. La Granja <strong>de</strong>l Norte estaba batida por granadas <strong>de</strong> efecto explosivo y nos fue<br />

preciso salvarla a saltos. Cuando estallaban, aquellos artefactos producían una <strong>de</strong>tonación atroz y<br />

ensor<strong>de</strong>cedora. Llegaban en ráfagas, a intervalos muy cortos; había que ganar terreno con un rápido salto<br />

y luego aguardar en un embudo la llegada <strong>de</strong>l próximo proyectil. En el tiempo que mediaba entre el<br />

primer aullido lejano y la explosión cercanísima a nosotros, la voluntad <strong>de</strong> vivir se contraía con una<br />

convulsión especialmente dolorosa, pues el cuerpo se veía obligado a aguardar in<strong>de</strong>fenso e inmóvil su<br />

<strong>de</strong>stino.<br />

Entre los proyectiles <strong>de</strong> grueso calibre iban mezclados también shrapnels; uno <strong>de</strong> ellos arrojó con gran<br />

estruendo su carga <strong>de</strong> balines en medio <strong>de</strong> nosotros. Uno <strong>de</strong> los hombres que me acompañaba fue<br />

alcanzado en el bor<strong>de</strong> posterior <strong>de</strong> su casco <strong>de</strong> <strong>acero</strong> y tirado al suelo. Allí estuvo algún tiempo aturdido,<br />

pero luego se levantó <strong>de</strong> repente y siguió corriendo. El terreno que ro<strong>de</strong>aba la Granja <strong>de</strong>l Norte estaba<br />

cubierto <strong>de</strong> una muchedumbre <strong>de</strong> cadáveres horrorosamente <strong>de</strong>strozados.<br />

Nos entregábamos con mucho celo a nuestra tarea <strong>de</strong> reconocedores <strong>de</strong>l terreno y por ello tuvimos<br />

acceso con frecuencia a lugares que poco antes habían sido intransitables. Echábamos así una ojeada a los<br />

fenómenos ocultos que acontecen en el campo <strong>de</strong> batalla. En todas partes topamos con las huellas <strong>de</strong> la<br />

Muerte; parecía que ningún alma viviente habitara aquel <strong>de</strong>sierto. Aquí yacía, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un seto <strong>de</strong>rruido,<br />

un grupo <strong>de</strong> hombres; los cuerpos estaban aún cubiertos por la tierra reciente que sobre ellos había caído<br />

como una lluvia <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la explosión. Allí yacían dos enlaces, <strong>de</strong>rribados junto a un embudo <strong>de</strong>l que<br />

seguía brotando el vaho sofocante <strong>de</strong> los gases explosivos. En otro lugar encontramos numerosos<br />

cadáveres diseminados en una pequeña extensión: allí había muerto sin duda una unidad <strong>de</strong> camilleros,<br />

caída en el centro <strong>de</strong> un remolino <strong>de</strong> fuego, o tal vez fueran los hombres <strong>de</strong> una sección <strong>de</strong> la reserva que<br />

se habían extraviado. Nosotros aparecíamos y abarcábamos <strong>de</strong> una ojeada los secretos <strong>de</strong> aquellos<br />

rincones mortales; luego <strong>de</strong>saparecíamos.<br />

Tras haber cruzado rápidamente, sanos y salvos, el barranco situado <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la carretera que unía<br />

Passchendaale con Westroosebeke, pudimos presentar nuestro informe al coronel von Oppen.<br />

A las seis <strong>de</strong> la mañana siguiente el mando me envió hacia la primera línea con la misión <strong>de</strong><br />

comprobar si nuestro regimiento mantenía el contacto con las unida<strong>de</strong>s vecinas; y si lo mantenía, en qué<br />

lugares lo hacía. En el camino me tropecé con el sargento Ferchland; iba a transmitir a la Octava<br />

Compañía la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> que avanzase hacia Goudberg y cerrase, en el caso <strong>de</strong> que la hubiera, la brecha<br />

entre nosotros y el regimiento que quedaba a nuestra izquierda. Lo mejor que podía hacer para cumplir<br />

con toda rapi<strong>de</strong>z mi misión era acompañarlo. Tras una larga búsqueda encontramos al jefe <strong>de</strong> la Octava<br />

Compañía, mi amigo Tebbe; estaba en una inhóspita zona <strong>de</strong> embudos, cerca <strong>de</strong> la cabecera <strong>de</strong><br />

transmisión <strong>de</strong> mensajes. Se mostró muy poco contento <strong>de</strong> que se le or<strong>de</strong>nase realizar a plena luz <strong>de</strong>l día<br />

un movimiento tan llamativo como aquél. Mantuvimos una charla lacónica; sobre ella gravitaba la<br />

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