Tempestades de acero
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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />
Apartamos a un lado las bicicletas que obstruían la salida <strong>de</strong> la galería al sótano, nos arrastramos a<br />
gatas por encima <strong>de</strong>l montón <strong>de</strong> ruinas y salimos al aire libre por una grieta <strong>de</strong> la pared. Sin <strong>de</strong>tenernos a<br />
contemplar la increíble transformación <strong>de</strong> aquel lugar echamos a correr hacia la salida <strong>de</strong> la al<strong>de</strong>a.<br />
Cuando el último <strong>de</strong> nosotros acababa <strong>de</strong> abandonar el portal <strong>de</strong>l patio, el edificio, alcanzado por un<br />
potente proyectil, recibió el golpe <strong>de</strong> gracia.<br />
En el espacio intermedio entre la periferia <strong>de</strong> la al<strong>de</strong>a y el puesto <strong>de</strong> socorro había un cerrojo <strong>de</strong> fuego.<br />
Granadas <strong>de</strong> pequeño y <strong>de</strong> grueso calibre, provistas <strong>de</strong> espoletas <strong>de</strong> percusión, <strong>de</strong> retardo e incendiarias,<br />
así como proyectiles no estallados, vainas y shrapnels producían una confusión <strong>de</strong> locura, capaz <strong>de</strong> turbar<br />
ojos y oídos. En medio <strong>de</strong> todo aquello avanzaban unida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> apoyo, que evitaban por la <strong>de</strong>recha y por<br />
la izquierda el atolla<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la al<strong>de</strong>a.<br />
En Fresnoy se sucedían continuamente las columnas <strong>de</strong> tierra, altas como campanarios; cada segundo<br />
parecía querer sobrepujar en violencia al anterior. La tierra se tragaba casa tras casa como por arte <strong>de</strong><br />
magia, las pare<strong>de</strong>s se venían abajo, las fachadas se <strong>de</strong>rrumbaban, los <strong>de</strong>snudos armazones <strong>de</strong> las<br />
techumbres eran lanzados por los aires e iban a segar los techos vecinos. Por encima <strong>de</strong> blancuzcos<br />
bancos <strong>de</strong> vapor danzaban nubes <strong>de</strong> cascos <strong>de</strong> metralla; ojos y oídos permanecían hechizados por aquel<br />
exterminio vertiginoso.<br />
En el puesto <strong>de</strong> socorro pasamos dos días; estuvimos atrozmente apretujados, pues, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> mis<br />
hombres, también se alojaban allí las planas mayores <strong>de</strong> dos regimientos, los comandos <strong>de</strong> relevo y los<br />
inevitables «<strong>de</strong>spistados». Naturalmente, el intenso tráfago en las entradas, <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> las cuales había<br />
siempre una aglomeración parecida a la que se da ante las piqueras <strong>de</strong> las colmenas, no pasó inadvertido<br />
al enemigo. En el camino que pasaba por <strong>de</strong>lante empezaron a caer pronto, a intervalos <strong>de</strong> un minuto,<br />
granadas <strong>de</strong> tiro preciso, que se cobraron numerosas víctimas; las voces <strong>de</strong> llamada a los enfermeros eran<br />
continuas. Aquel molesto tiroteo me hizo per<strong>de</strong>r cuatro bicicletas que habíamos <strong>de</strong>jado junto a la entrada<br />
<strong>de</strong> la galería en la que aquel puesto <strong>de</strong> socorro estaba instalado. Fueron lanzadas por los aires y quedaron<br />
retorcidas <strong>de</strong> un modo extraño.<br />
Envuelto en una lona <strong>de</strong> tienda <strong>de</strong> campaña yacía ante la entrada, rígido y mudo, el jefe <strong>de</strong> la Octava<br />
Compañía, el alférez Lemiére, al que sus hombres habían llevado hasta allí; aún tenía puestas sus gran<strong>de</strong>s<br />
gafas <strong>de</strong> concha. Un tiro le había entrado por la boca. Víctima <strong>de</strong> una herida igual moriría unos meses<br />
más tar<strong>de</strong> su hermano pequeño.<br />
El 30 <strong>de</strong> abril se hizo cargo <strong>de</strong>l servicio mi sucesor, un hombre <strong>de</strong>l 25° Regimiento, que fue el que<br />
vino a relevarnos. Nosotros salimos hacia Flers, punto <strong>de</strong> concentración <strong>de</strong>l Primer Batallón. Dejando a la<br />
izquierda la calera «Chezbontemps», que había sido alcanzada por proyectiles <strong>de</strong> grueso calibre, en una<br />
tar<strong>de</strong> cálida fuimos marchando alborozados por el camino vecinal que conducía a Beaumont. Contentos<br />
<strong>de</strong> haber escapado a la inaguantable estrechez <strong>de</strong> aquel agujero que era el puesto <strong>de</strong> socorro, los ojos<br />
disfrutaban otra vez <strong>de</strong> la belleza <strong>de</strong> la tierra, y los pulmones se embriagaban con el aire tibio <strong>de</strong> la<br />
primavera. Teniendo a las espaldas el tronar <strong>de</strong> los cañones nos era lícito <strong>de</strong>cir:<br />
Ein Tag, von Gott, <strong>de</strong>m hohen Herrn <strong>de</strong>r belt,<br />
Gemacht zu süsserm Ding als sich zu schlagen<br />
[Un día hecho por Dios, Señor <strong>de</strong>l mundo,<br />
para cosas más dulces que el andar golpeándose]<br />
En Flers encontré ocupado por algunos sargentos <strong>de</strong>l servicio <strong>de</strong> retaguardia el alojamiento que me<br />
había sido asignado; se negaban a hacerme sitio con la excusa <strong>de</strong> que tenían que guardar aquella<br />
habitación para el barón X. Pero no habían contado con el mal humor <strong>de</strong> un cansado e irritado soldado <strong>de</strong>l<br />
frente. Sin más contemplaciones hice que mis acompañantes echaran abajo la puerta; tras un breve<br />
forcejeo, que se <strong>de</strong>sarrolló ante los ojos <strong>de</strong> los asustados moradores <strong>de</strong> la casa, que acudieron en camisón,<br />
aquellos caballeros salieron volando escaleras abajo. Knigge llevó tan lejos la cortesía que les arrojó,<br />
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