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Tempestades de acero

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Ernst Jünger El bosquecillo 125<br />

claramente <strong>de</strong>l sordo estrépito producido por las masas <strong>de</strong> tierra. El proyectil ha estado a punto <strong>de</strong><br />

alcanzarnos; si hubiera explotado unos pasos más atrás, ahora, renegridos e inmóviles, yaceríamos<br />

<strong>de</strong>sparramados alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> un ardiente cráter calcinado, como uno más <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sconocidos grupos <strong>de</strong><br />

cadáveres que el soldado que va vagando en medio <strong>de</strong>l tiro <strong>de</strong> tambor mira <strong>de</strong>prisa con una mirada fugaz.<br />

El primero en levantarse es Otto. Ha perdido su casco <strong>de</strong> <strong>acero</strong>, y sobre el rostro, que, pálido y<br />

exangüe, parece tallado en hueso, le caen los cabellos. Con ojos inmóviles mira en redondo y luego<br />

apunta con el brazo extendido hacia el Bosquecillo.<br />

—¡Esos perros!<br />

Sus palabras actúan como una locura contagiosa que arrastra consigo los últimos jirones <strong>de</strong> razón. Sólo<br />

ahora empezamos a sentir a nuestro adversario como un po<strong>de</strong>r hostil y corpóreo que se escon<strong>de</strong> tras esta<br />

oleada <strong>de</strong> impresiones. Nos llegan refuerzos: portadores <strong>de</strong> granadas <strong>de</strong> mano y los sirvientes <strong>de</strong> una<br />

ametralladora irrumpen <strong>de</strong>s<strong>de</strong> atrás en la hondonada; pronto se apretuja en ella una aglomeración <strong>de</strong> seres<br />

humanos vociferantes. Todos han sucumbido a una danzarina excitación y hasta Schüd<strong>de</strong>kopf, mo<strong>de</strong>lo y<br />

ejemplo <strong>de</strong> la calma nórdica, profiere gritos breves, ininteligibles, que recuerdan las entrecortadas voces<br />

con que en las regatas animan los timoneles a sus tripulaciones.<br />

Y <strong>de</strong> repente, sin que se haya dado ninguna or<strong>de</strong>n ni adoptado ningún acuerdo, todo el mundo<br />

comienza a moverse <strong>de</strong>prisa hacia el Bosquecillo. Ya no necesitamos enten<strong>de</strong>rnos con palabras o gestos,<br />

somos un solo ser, fundido en una unidad, un ser al que guían otras fuerzas. Si fuera la fría razón la que<br />

nos dirigiese, ¿cómo íbamos a lanzarnos contra ese muro <strong>de</strong> fuego? Nadie oye ya el siseo <strong>de</strong> los pedazos<br />

<strong>de</strong> hierro que pasan volando junto a nuestros cráneos, nadie piensa ya en agacharse o en tirarse al suelo<br />

para esquivar así su Destino. En un minuto se ha alcanzado la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l Bosquecillo.<br />

El instante en que la hilera <strong>de</strong> figuras humanas <strong>de</strong>sdibujadas en el humo se sumerge en el lugar cuya<br />

revuelta tierra ha absorbido ya tanta Sangre es el momento <strong>de</strong>cisivo. Sin él, los estruendos y fragores <strong>de</strong> la<br />

maquinaria, que parecen <strong>de</strong>vorar todo lo <strong>de</strong>más, serían únicamente un juego inerte, serían tan sólo como<br />

una erupción <strong>de</strong> volcanes en un <strong>de</strong>sierto mundo <strong>de</strong> cráteres. Pero todas las energías <strong>de</strong> <strong>acero</strong> y <strong>de</strong> fuego<br />

dilapidadas esta noche pue<strong>de</strong>n quedar confirmadas o abolidas por un centenar <strong>de</strong> seres humanos.<br />

De un salto se salva la arrasada trinchera que circunda el Bosquecillo; nos recibe una confusa mezcla<br />

<strong>de</strong> troncos abatidos, ramas <strong>de</strong>sgajadas y alambre espinoso en el que han quedado prendidas las malezas<br />

arrancadas; todas esas cosas nos arrancan <strong>de</strong>l cuerpo a jirones los uniformes. Pero pronto vuelve a haber<br />

más espacio <strong>de</strong>spejado entre los troncos, y el blanco fondo <strong>de</strong> los innumerables embudos difun<strong>de</strong> una luz<br />

mortecina a cuyo resplandor se hacen claramente visibles los árboles. La cortina <strong>de</strong> fuego queda ahora<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> nosotros; nos ro<strong>de</strong>a un silencio que a cada instante se vuelve más amenazador. Schüd<strong>de</strong>kopf,<br />

Otto y los <strong>de</strong>más se han perdido en la espesura; el único hombre que a mi lado veo es un joven recluta<br />

llegado hace pocos días <strong>de</strong>l <strong>de</strong>pósito. Con sus brazos estrecha una ametralladora y me pregunta a gritos<br />

dón<strong>de</strong> están los ingleses; sin duda piensa que esa ciencia guarda relación con los galones <strong>de</strong> las<br />

hombreras.<br />

Una serie <strong>de</strong> golpes sordos que se suce<strong>de</strong>n con rapi<strong>de</strong>z a nuestra <strong>de</strong>recha me quita <strong>de</strong> la boca la<br />

respuesta. Han sido granadas <strong>de</strong> mano. Inmediatamente <strong>de</strong>spués se eleva siseante una bengala luminosa y<br />

empiezan a oírse unas tenues <strong>de</strong>tonaciones producidas por disparos <strong>de</strong> fusil; son confusas e irregulares,<br />

como si alguien estuviera <strong>de</strong>rramando un saco <strong>de</strong> guisantes. Nuestros camaradas han topado sin duda con<br />

el enemigo. De nuevo echamos a correr; vamos tropezando en las raíces levantadas y cayendo cuan largos<br />

somos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los embudos, mientras por todos lados <strong>de</strong>sgarran el aire las <strong>de</strong>tonaciones breves y secas<br />

<strong>de</strong> los proyectiles que chocan contra los árboles. Es claro que nos hemos perdido, pues <strong>de</strong> repente nos<br />

encontramos en campo abierto.<br />

Pero también parecen llegar ahora los otros; vemos una serie <strong>de</strong> figuras humanas, cargadas con bultos,<br />

que se van sucediendo apresuradamente en la puntiaguda esquina <strong>de</strong>l Bosquecillo. No estamos muy lejos<br />

<strong>de</strong> ellas; las llamamos a gritos, pero no parecen prestarnos atención. Sólo una se da la vuelta y empieza a<br />

caminar hacia nosotros; luego se queda parada. Su silueta se <strong>de</strong>staca vagamente contra el cielo, que las<br />

primeras luces <strong>de</strong>l día comienzan a colorear <strong>de</strong> gris.<br />

¿Pero qué es eso? Agarro con una mano crispada el brazo <strong>de</strong> mi acompañante y ambos nos <strong>de</strong>jamos<br />

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