Tempestades de acero
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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />
voladizos contra la lluvia colocados en las entradas <strong>de</strong> las galerías, y escucha absorto el uniforme caer <strong>de</strong><br />
las gotas.<br />
Está prohibido pararse en la boca <strong>de</strong> las galerías; por ello, si se oyen las pisadas <strong>de</strong> un superior en el<br />
húmedo suelo <strong>de</strong> la trinchera, uno sale rápidamente <strong>de</strong> don<strong>de</strong> está, avanza unos pasos, da <strong>de</strong> repente<br />
media vuelta, da un taconazo y se presenta:<br />
—Suboficial <strong>de</strong> servicio en la trinchera. ¡Sin novedad en el sector!<br />
Uno piensa en otras cosas. Mira a la luna y recuerda días bellos y agradables pasados en casa, o se<br />
imagina la gran ciudad que queda allá, muy lejos, por la parte <strong>de</strong> atrás, y en la cual la gente sale <strong>de</strong> los<br />
cafés precisamente a esta hora y muchos faroles iluminan el intenso trajín nocturno <strong>de</strong>l centro. Parece<br />
como si esas cosas las hubiera soñado — quedan increíblemente lejos.<br />
De repente se ha movido algo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la trinchera, produciendo un murmullo. Los sueños se<br />
esfuman en un momento, todos los sentidos se aguzan hasta tal punto que llega a resultar doloroso. Uno<br />
trepa hasta el aposta<strong>de</strong>ro y dispara a lo alto una bengala luminosa; nada se mueve. Seguramente habrá<br />
sido una liebre o una perdiz.<br />
A menudo se oye trabajar al enemigo en sus alambradas. Entonces uno dispara rápidamente varios<br />
tiros seguidos en esa dirección, hasta vaciar el cargador <strong>de</strong>l fusil. Y hace eso no sólo porque así está<br />
mandado, sino también porque encuentra en ello cierta satisfacción. Piensa lo siguiente: «Ahora ellos<br />
estarán allí, aplastados contra la tierra al otro lado. Incluso es probable que hayas dado a alguien».<br />
También nosotros ten<strong>de</strong>mos alambradas todas las noches y con frecuencia tenemos heridos. Entonces<br />
lanzamos maldiciones contra aquellos ingleses, que son unos cerdos miserables.<br />
En muchos sitios <strong>de</strong> la posición, por ejemplo en los extremos <strong>de</strong>lanteros <strong>de</strong> las <strong>de</strong>nominadas «zapas»,<br />
es <strong>de</strong>cir, los ramales ciegos que avanzan hacia el enemigo, los centinelas <strong>de</strong> ambos bandos no están a más<br />
<strong>de</strong> treinta pasos <strong>de</strong> distancia. Allí llegan a establecerse a veces relaciones personales, como las que se dan<br />
entre conocidos; por su manera <strong>de</strong> toser, silbar o cantar reconoce uno a Fritz, a Wilhelm o a Tommy. De<br />
un lado al otro van y vienen cortas frases que no carecen <strong>de</strong> un humor tosco.<br />
—Eh, Tommy, ¿sigues ahí?<br />
—¡Sí!<br />
—¡Pues agacha la cabeza, que voy a disparar!<br />
A veces se oye también, tras un disparo sordo, algo que llega silbando y aleteando.<br />
—¡Atención! ¡Una mina!<br />
Uno se precipita hacia la entrada <strong>de</strong> la galería que le queda más cerca y contiene la respiración. Las<br />
minas explotan <strong>de</strong> una manera por completo distinta a las granadas, su estallido nos pone mucho más<br />
nerviosos; tienen en sí algo <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgarrador, <strong>de</strong> pérfido, algo que es como una animosidad personal. Las<br />
granadas <strong>de</strong> fusil son ediciones en miniatura <strong>de</strong> las minas. Ascien<strong>de</strong>n como flechas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la trinchera<br />
enemiga; sus cabezas están hechas <strong>de</strong> un metal <strong>de</strong> color marrón rojizo y, para que puedan fragmentarse<br />
con mayor facilidad, su superficie está cuadriculada a la manera <strong>de</strong> las tabletas <strong>de</strong> chocolate. Cuando el<br />
horizonte nocturno se ilumina en <strong>de</strong>terminados sitios, todos los centinelas bajan <strong>de</strong> un salto <strong>de</strong> su<br />
aposta<strong>de</strong>ro y <strong>de</strong>saparecen. Saben por larga experiencia dón<strong>de</strong> están emplazados los cañones que apuntan<br />
contra el Sector C.<br />
Por fin la esfera <strong>de</strong>l reloj luminoso anuncia que han pasado dos horas. Ahora, a <strong>de</strong>spertar rápidamente<br />
a los hombres <strong>de</strong>l relevo y a meterse en el abrigo. Tal vez los soldados encargados <strong>de</strong> transportar el<br />
rancho a las trincheras han traído cartas, paquetes o un periódico. Uno experimenta una sensación extraña<br />
al leer las noticias que hablan <strong>de</strong> la patria y <strong>de</strong> sus pacíficas preocupaciones, mientras las sombras<br />
proyectadas por la luz temblorosa <strong>de</strong> una vela se <strong>de</strong>slizan rápidas por los toscos ma<strong>de</strong>ros situados a poca<br />
altura por encima <strong>de</strong> la propia cabeza. Tras haberme raspado con una astilla lo peor <strong>de</strong> la suciedad<br />
adherida a las botas y haber restregado éstas contra la pata <strong>de</strong> una mesa toscamente labrada, me tumbo en<br />
el camastro y me cubro la cabeza con una manta para <strong>de</strong>dicarme durante cuatro horas a «roncar»; ésa es la<br />
expresión técnica con que <strong>de</strong>nominamos tal forma <strong>de</strong> dormir. Afuera los proyectiles continúan cayendo<br />
ruidosamente, con monótona repetición, sobre la capa <strong>de</strong> tierra que queda encima <strong>de</strong>l abrigo. Por mi cara<br />
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