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Tempestades de acero

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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />

Aquella noche, con sus vastos e inhóspitos espacios, fue <strong>de</strong> una soledad fantasmal. Cuando, en medio<br />

<strong>de</strong> aquellas tinieblas, topaba con centinelas o con soldados perdidos que iban errantes <strong>de</strong> un lado para<br />

otro, tenía el sentimiento glacial <strong>de</strong> que yo no hablaba con seres humanos, sino con <strong>de</strong>monios. Me parecía<br />

estar vagando por una escombrera gigantesca, situada más allá <strong>de</strong> los límites <strong>de</strong>l mundo conocido.<br />

El 12 <strong>de</strong> noviembre, con la esperanza <strong>de</strong> tener mejor suerte, hice mi segunda caminata hacia la primera<br />

línea; la misión que llevaba era comprobar la situación <strong>de</strong> los contactos en la <strong>de</strong>nominada «Posición <strong>de</strong><br />

los Embudos». Fui caminando hacia mi objetivo siguiendo una ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> puestos <strong>de</strong> relé que estaban<br />

ocultos en agujeros hechos en la tierra.<br />

La Posición <strong>de</strong> los Embudos llevaba ese nombre con toda propiedad. En una loma situada <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la<br />

al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Rancourt se hallaban numerosos cráteres dispersos; unos cuantos hombres ocupaban acá y allá<br />

algunos <strong>de</strong> ellos. La oscura planicie, por encima <strong>de</strong> la cual se cruzaban silbando los proyectiles <strong>de</strong> ambos<br />

bandos, era una zona <strong>de</strong>solada, que infundía miedo.<br />

Al cabo <strong>de</strong> algún tiempo perdí el contacto con la ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> embudos; para evitar caer en manos <strong>de</strong> los<br />

franceses volví hacia atrás. Topé entonces con un oficial <strong>de</strong>l 164? Regimiento al que conocía; me advirtió<br />

que no me quedase por allí cuando amaneciera. Me apresuré, pues, a cruzar el Bosque sin Nombre; fui<br />

dando traspiés, atravesando embudos profundos, saltando sobre árboles arrancados <strong>de</strong> cuajo y sobre una<br />

casi infranqueable maraña <strong>de</strong> ramas <strong>de</strong>sgajadas.<br />

Cuando salí <strong>de</strong> la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l bosque era ya <strong>de</strong> día. Ante mí se extendía, sin el menor rastro <strong>de</strong> vida, el<br />

campo <strong>de</strong> embudos. Perplejo, me <strong>de</strong>tuve, pues en la guerra las llanuras vacías <strong>de</strong> seres humanos son<br />

siempre sospechosas.<br />

De pronto un soldado invisible disparó un tiro <strong>de</strong> fusil, que me dio en las dos piernas. Me arrojé al<br />

embudo más próximo y con el pañuelo me vendé las heridas, pues, como siempre, había vuelto a olvidar<br />

mi paquete <strong>de</strong> vendas. Una bala me había atravesado la pantorrilla <strong>de</strong>recha y rozado la izquierda.<br />

Con suma precaución, arrastrándome, me metí otra vez en el bosque y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí me dirigí, cojeando,<br />

hacia el puesto <strong>de</strong> socorro, atravesando un terreno intensamente bombar<strong>de</strong>ado.<br />

Poco antes <strong>de</strong> llegar a aquél tuve una vez más ocasión <strong>de</strong> comprobar en vivo que en la guerra las<br />

pequeñas circunstancias son las que <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>n la suerte. Cuando me hallaba a unos cien metros <strong>de</strong> un cruce<br />

<strong>de</strong> caminos hacia el que me dirigía, me llamó el jefe <strong>de</strong> un <strong>de</strong>stacamento <strong>de</strong> zapadores con el que había<br />

coincidido en la Novena Compañía. Llevábamos hablando apenas un minuto cuando una granada explotó<br />

en medio <strong>de</strong> aquel cruce; es probable que, si no me hubiera topado con aquel hombre, la granada me<br />

hubiese matado. Uno no consi<strong>de</strong>ra que un hecho como ése sea casual.<br />

Una vez se hizo <strong>de</strong> noche me llevaron en camilla hasta Nurlu. De allí me recogió con un auto nuestro<br />

capitán. Mientras recorríamos el camino vecinal, iluminado por reflectores enemigos, el conductor frenó<br />

bruscamente. Un obstáculo oscuro cerraba el camino. Böckelmann, que me llevaba cogido por los<br />

hombros, me dijo:<br />

—¡No mire!<br />

Era un pelotón <strong>de</strong> infantería con su jefe; acababan <strong>de</strong> sucumbir, víctimas <strong>de</strong> una granada que los<br />

alcanzó <strong>de</strong> lleno. Como si fueran pacíficos durmientes, los camaradas yacían unidos en la muerte.<br />

Una vez en la casa parroquial, tomé parte en la cena; cuando menos, me tendieron sobre un sofá en la<br />

habitación <strong>de</strong> uso común y allí hice que me sirvieran un vaso <strong>de</strong> vino tinto. Pronto la «bendición<br />

vespertina» que todas las noches recibía Liéramont estropeó aquel ambiente tan grato. Los bombar<strong>de</strong>os en<br />

las poblaciones son especialmente molestos; por ello, tras haber escuchado con atención unas cuantas<br />

veces el canto siseante <strong>de</strong> los mensajeros <strong>de</strong> hierro, canto que acababa en un estampido en los jardines o<br />

en las vigas <strong>de</strong> la casa, nos apresuramos a trasladarnos al sótano.<br />

A mí me bajaron el primero, envuelto en una manta. Aquella misma noche me evacuaron al hospital <strong>de</strong><br />

campaña <strong>de</strong> Villeret y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí me llevaron luego al hospital <strong>de</strong> guerra <strong>de</strong> Valenciennes.<br />

Este hospital se hallaba instalado en el Instituto <strong>de</strong> Bachillerato, cerca <strong>de</strong> la estación, y albergaba a más<br />

<strong>de</strong> cuatrocientos heridos graves. Día tras día salía por el gran portal, entre el sordo redoblar <strong>de</strong> los<br />

tambores, un cortejo fúnebre. Todas las calamida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la guerra se concentraban en la amplia sala <strong>de</strong><br />

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