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Tempestades de acero

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Ernst Jünger El bosquecillo 125<br />

Línea principal <strong>de</strong> resistencia<br />

Hoy me ha llamado la atención un extraño contraste — el que se da entre este paisaje extraordinario en<br />

que vivimos y que sin duda nunca volverá y el creciente aburrimiento que <strong>de</strong> nosotros se apo<strong>de</strong>ra. Todos<br />

nosotros tuvimos la sensación, cuando estalló la guerra, <strong>de</strong> que alcanzaríamos a ver con nuestros propios<br />

ojos cosas que hasta ese momento sólo habíamos leído en las novelas que <strong>de</strong>scribían una futura<br />

conflagración mundial. Con enorme expectación aguardábamos los sucesos que vendrían, y antes que<br />

quedarnos en casa habríamos preferido rechazar una fortuna. En aquella época casi todos los voluntarios<br />

llevaban en su mochila un cua<strong>de</strong>rno; sólo algunas páginas <strong>de</strong> él fueron escritas, y más tar<strong>de</strong> quedó<br />

abandonado en cualquier lugar, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la primera batalla. Con frecuencia he visto cua<strong>de</strong>rnos <strong>de</strong> ésos;<br />

casi siempre, en su primera página estaban escritas, con gruesos caracteres, estas palabras: «Diario <strong>de</strong><br />

guerra»; luego venían algunas anotaciones garabateadas a toda prisa durante la instrucción impartida por<br />

los cabos, así como direcciones, cifras referentes a partidas <strong>de</strong> cartas y cosas por el estilo. Resulta casi<br />

increíble la rapi<strong>de</strong>z con que el ser humano se hastía <strong>de</strong> estar participando en «acontecimientos <strong>de</strong> la<br />

historia universal».<br />

Es, en verdad, una cosa extraña — pues qué sacrificios no haría uno por ver con sus propios ojos, por<br />

ejemplo, la batalla <strong>de</strong>l bosque <strong>de</strong> Teutoburgo o el asedio <strong>de</strong> Jerusalén. Pero, en cambio, apenas nos<br />

conmueve la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> estar asistiendo a un giro <strong>de</strong> los tiempos <strong>de</strong>l que tal vez se seguirá hablando <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> mil años. De vez en cuando <strong>de</strong>beríamos pensar en ello, sin embargo; así nos percataríamos —más allá<br />

<strong>de</strong>l dolor, <strong>de</strong>l hastío y <strong>de</strong>l aburrimiento— <strong>de</strong>l núcleo esencial en que consiste nuestra vida. Cuando uno<br />

conoce la resistencia que el ser humano opone a las exigencias históricas, parece un prodigio que pueda<br />

llegar a haber historia.<br />

Al segundo día <strong>de</strong> encontrarnos en la línea principal <strong>de</strong> resistencia hice que me sustituyeran por<br />

algunas horas para así po<strong>de</strong>r ir a la al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Puisieux. El tiempo era cálido y hermoso. Me llevé<br />

únicamente la máscara antigás y el bastón <strong>de</strong> paseo; el casco <strong>de</strong> <strong>acero</strong> lo sustituí por la ligera gorra <strong>de</strong><br />

campaña. De nuevo me a<strong>de</strong>ntré, pero ahora en dirección contraria, por el Camino <strong>de</strong> Puisieux. Tan pronto<br />

como me fue posible lo abandoné; un seto pelado me ofrecía una mediana cobertura, <strong>de</strong> modo que salí <strong>de</strong>l<br />

camino y anduve a campo traviesa; así podía contemplar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> arriba el terreno.<br />

Todo se hallaba en calma; tan sólo dos aviones, ro<strong>de</strong>ados por las nubecillas producidas por los<br />

shrapnels, estuvieron persiguiéndose mutuamente durante algún tiempo.<br />

Avancé por un sinuoso sen<strong>de</strong>ro que atraviesa el campo <strong>de</strong> embudos que ciñe la al<strong>de</strong>a. Cuando, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> la gran Batalla <strong>de</strong>l Somme, evacuamos esta región, no quedaba aquí ni la más mísera brizna <strong>de</strong> hierba;<br />

la vasta zona en que se habían <strong>de</strong>sarrollado los combates estaba pelada como un lugar <strong>de</strong>l Sahara. Pero,<br />

aunque las innumerables granadas habían quemado y arrancado <strong>de</strong> cuajo todas las raíces, incluso las más<br />

pequeñas, la Vida seguía estando en el suelo, gracias a los millones <strong>de</strong> semillas, y volvió a pren<strong>de</strong>r<br />

enseguida en la removida tierra, formando espesas alfombras vegetales. Cuando luego volvió a quedar<br />

<strong>de</strong>tenida en este lugar la gran ofensiva <strong>de</strong> la primavera <strong>de</strong> 1918, la labor <strong>de</strong> los proyectiles recomenzó;<br />

primero <strong>de</strong> manera aislada, luego con una <strong>de</strong>nsidad cada vez mayor, grabaron sus pardas quemaduras en<br />

las alfombras ver<strong>de</strong>s. Precisamente aquí, en esta zona, había quedado <strong>de</strong>tenido al avance; eso se notaba en<br />

los numerosos vehículos, <strong>de</strong>strozados por los disparos, cuyos restos yacían dispersos por todos lados, y<br />

también en los cadáveres <strong>de</strong> los caballos, que ya estaban calcificados y empezaban a reducirse a menudos<br />

pedazos. Reempren<strong>de</strong>r la ofensiva en este páramo fue una i<strong>de</strong>a audaz; pues esta zona, en la que no hay<br />

caminos y que está llena <strong>de</strong> trincheras y setos <strong>de</strong> alambre, proporciona al <strong>de</strong>fensor un bastión po<strong>de</strong>roso.<br />

Parecido era el aspecto que ofrecía la al<strong>de</strong>a. Había allí, arrojados al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l camino, armones <strong>de</strong><br />

artillería cuyas partes metálicas estaban agujereadas y retorcidas; también había pilas <strong>de</strong> cajas <strong>de</strong><br />

munición vacías, cascos perforados, fusiles rotos, mochilas <strong>de</strong>sgarradas. Aquellos eran los restos y<br />

escombros <strong>de</strong> una gran ofensiva que había sido <strong>de</strong>tenida por un puño <strong>de</strong> hierro, y rivalizaban con las<br />

ruinas <strong>de</strong> los edificios en obstruir las estrechas calles. En medio <strong>de</strong> tal confusión yacían utensilios<br />

pacíficos, absurdamente pacíficos: un arado, una cuchara sopera rota y una talla <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra que<br />

representaba a un santo y cuyo dorado había sido <strong>de</strong>sprendido por la lluvia. El rojo pavimento <strong>de</strong> ladrillo<br />

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