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Tempestades de acero

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Ernst Jünger El bosquecillo 125<br />

agujeros abiertos por las granadas <strong>de</strong> la artillería pue<strong>de</strong>n versé por todas partes unos hoyos pequeños,<br />

negros y calcinados, que tienen forma <strong>de</strong> plato: ahí fue don<strong>de</strong> reventaron las granadas <strong>de</strong> mano en medio<br />

<strong>de</strong>l revoltijo <strong>de</strong> los combatientes. En los cadáveres se pone <strong>de</strong> manifiesto el efecto producido por el hierro<br />

al estallar y dispersarse —a esa distancia eleva por los aires a los alcanzados y luego los <strong>de</strong>ja caer inertes<br />

al suelo-; yacen por tierra, tendidos unos al lado <strong>de</strong> otros, o amontonados, en aquellas mismas posturas en<br />

que la Muerte los <strong>de</strong>rribó. Sus rostros y sus cuerpos se hallan agujereados por los cascos <strong>de</strong> metralla; sus<br />

uniformes, quemados y ennegrecidos por las llamaradas <strong>de</strong> las explosiones. Los rostros <strong>de</strong> quienes yacen<br />

<strong>de</strong> espaldas están <strong>de</strong>sfigurados; sus ojos se hallan muy abiertos, como si estuvieran viendo una catástrofe<br />

a la que no se le adivina ninguna salida. Quienes los perseguían les iban pisando tan <strong>de</strong> cerca los talones<br />

que las granadas <strong>de</strong> mano que lanzaban contra ellos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> atrás pasaban, en su trayectoria, por encima <strong>de</strong><br />

sus cabezas e iban a caer <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sus pies, <strong>de</strong> modo que en sus últimos momentos se vieron ro<strong>de</strong>ados<br />

por unos anillos llameantes <strong>de</strong> los que era imposible evadirse. La granada <strong>de</strong> mano que uno <strong>de</strong> los<br />

perseguidos sigue aún aferrando crispadamente en su puño muestra que éstos, en su carrera, fueron<br />

<strong>de</strong>jando caer al suelo granadas preparadas para estallar; con ello pretendían levantar a sus espaldas una<br />

barrera <strong>de</strong> fuego — pero no pudieron <strong>de</strong>tener su Destino. En el lugar en que yace el último <strong>de</strong> los<br />

perseguidos se apila, <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> un embudo gigantesco, una montaña <strong>de</strong> brillantes vainas <strong>de</strong> latón. Sin<br />

duda fue ahí don<strong>de</strong> estuvo actuando el apuntador <strong>de</strong> la ametralladora que <strong>de</strong>tuvo el avance <strong>de</strong> los ingleses.<br />

Disparó contra el lugar en que más <strong>de</strong>nso era el revoltijo <strong>de</strong> gente. La Muerte ha recogido una cosecha<br />

abundante; a las figuras vestidas con uniforme gris se agregan quienes lo llevan <strong>de</strong> color <strong>de</strong> barro; casi<br />

todas estas últimas yacen <strong>de</strong>rribadas <strong>de</strong> espaldas, y sus rostros, cuyos ojos miran fijamente hacia arriba,<br />

tienen una expresión completamente distinta <strong>de</strong> la <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más caídos.<br />

Los últimos atacantes están tendidos en una especie <strong>de</strong> dique <strong>de</strong> arena poco profundo, parecido a los<br />

que los niños se construyen con sus manos a orillas <strong>de</strong>l mar. Entre sus cuerpos se encuentran, dispersos<br />

acá y allá, alargadas vainas <strong>de</strong> cartuchos y proyectiles semejantes a flechas. Sin duda se han <strong>de</strong>fendido<br />

con granadas <strong>de</strong> fusil y disparos aislados, hasta que los <strong>de</strong>rribó el enjambre <strong>de</strong> balas <strong>de</strong> nuestra<br />

ametralladora. En el sitio en que esta hondonada compuesta <strong>de</strong> embudos se cruza con la Trinchera <strong>de</strong>l<br />

Seto yace muerto —tal vez fuera el último en caer— el oficial inglés que mandaba esta unidad <strong>de</strong> choque;<br />

aún conserva en la mano su revólver Colt. Ninguna herida se aprecia en su cuerpo; el impecable uniforme<br />

y el correaje meticulosamente ajustado contrastan <strong>de</strong> un modo extraño con el salvaje <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n que lo<br />

ro<strong>de</strong>a. Ni siquiera ha perdido la gorra, que lleva puesta en lugar <strong>de</strong>l casco <strong>de</strong> <strong>acero</strong>. Me inclino sobre él y<br />

en la oscuridad <strong>de</strong>l atar<strong>de</strong>cer leo estas palabras en la visera <strong>de</strong> su gorra, que es una especie <strong>de</strong> cinta<br />

abombada: «Otago-Rifles». El rostro <strong>de</strong> este oficial me mira con una fijeza sañuda; entre sus labios, que<br />

se han vuelto azules, enseña los dientes. Un tipo valiente, sin duda, que se abalanzó como un león sobre<br />

este tramo <strong>de</strong> trinchera.<br />

Aquí no se está bien, sin embargo. Es como si un furioso elemento <strong>de</strong> la Naturaleza, como si un volcán<br />

que hace un momento todavía estuviera en plena actividad, se hubiera quedado congelado. A<strong>de</strong>más,<br />

resulta muy difícil creer que no puedan ya tener ni pensamientos ni voluntad estos muertos, que hace muy<br />

poco vivían aún la exaltación más salvaje <strong>de</strong> sus existencias y que ahora yacen ahí cual si una varita<br />

mágica los hubiera tocado. Pues, a pesar <strong>de</strong> todo, son seres y no meras cosas. Una y otra vez se sorpren<strong>de</strong><br />

uno a sí mismo echando a hurtadillas miradas <strong>de</strong> soslayo, como si quisiera asegurarse <strong>de</strong> que están <strong>de</strong><br />

verdad completamente quietos en sus sitios y no realizan ningún movimiento. Uno se siente inclinado a<br />

atribuir intenciones ocultas y pérfidas a los silenciosos habitantes <strong>de</strong> este lugar, unos habitantes parecidos<br />

a seres humanos y sujetos a unas leyes <strong>de</strong>l todo <strong>de</strong>sconocidas; no está completamente seguro <strong>de</strong> que sean<br />

incapaces <strong>de</strong> llevar a la práctica sus intenciones. Aunque ocurriese cualquier cosa, uno no se asombraría<br />

<strong>de</strong> nada. No es en las horas más ruidosas cuando el Horror recorre el campo <strong>de</strong> batalla.<br />

A la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong> la hondonada se encuentra la <strong>de</strong>sviación <strong>de</strong> la Trinchera <strong>de</strong>l Seto. Está tallada<br />

profundamente en el terreno, como un barranco, y corre a lo largo <strong>de</strong> un seto totalmente <strong>de</strong>spojado <strong>de</strong> su<br />

follaje por los proyectiles. Ese seto es el que ha dado nombre a la trinchera; sin duda sirvió en otros<br />

tiempos como cerca <strong>de</strong> un pastizal para el ganado. Sólo necesitamos avanzar por ella unos cincuenta<br />

pasos para toparnos con la guarnición que la vigila; apenas es suficiente para <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r una barricada que a<br />

toda prisa ha sido construida. La guarnición ha cerrado con rollos <strong>de</strong> alambre un trecho <strong>de</strong> la trinchera y<br />

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