Tempestades de acero
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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />
Los heridos continuaban lanzando sus gritos terribles. Algunos llegaban hasta mí a rastras y, al<br />
reconocer mi voz, me <strong>de</strong>cían entre gemidos:<br />
—¡Mi alférez, mi alférez!<br />
Jasinski, uno <strong>de</strong> mis reclutas más queridos, al que un casco <strong>de</strong> metralla le había partido el muslo, se<br />
agarró a mis piernas. Maldiciendo mi impotencia, le di unas palmaditas en los hombros, pues no sabía qué<br />
otra cosa podía hacer. Instantes como ése se quedan grabados para siempre.<br />
Tuve que <strong>de</strong>jar a aquel <strong>de</strong>sventurado en manos <strong>de</strong>l único camillero que aún seguía vivo, para conducir<br />
fuera <strong>de</strong> la zona <strong>de</strong> peligro al puñado <strong>de</strong> hombres que habían salido ilesos y que se habían congregado a<br />
mi alre<strong>de</strong>dor. Media hora antes me hallaba aún a la cabeza <strong>de</strong> una compañía completa; ahora andaba<br />
errante por la maraña <strong>de</strong> las trincheras con unos pocos hombres enteramente abatidos. Pocos días antes un<br />
muchachito se había echado a llorar durante la instrucción porque sus camaradas se burlaban <strong>de</strong> él; le<br />
pesaban <strong>de</strong>masiado las cajas <strong>de</strong> munición. Ahora aquel muchachito arrastraba fielmente por nuestros<br />
penosos caminos aquella carga, que había conseguido salvar <strong>de</strong>l lugar <strong>de</strong>l horror. La visión <strong>de</strong> aquello<br />
acabó <strong>de</strong> hundirme. Me arrojé al suelo y prorrumpí en sollozos convulsos, mientras mis hombres, <strong>de</strong> pie<br />
junto a mí, me ro<strong>de</strong>aban sombríos.<br />
Amenazados a menudo por granadas que explotaban a nuestro lado, anduvimos corriendo durante<br />
horas enteras por las trincheras, en las que el cieno y el agua nos llegaban a media pierna. Como no<br />
encontramos lo que buscábamos, acabamos metiéndonos, mortalmente agotados, en algunas <strong>de</strong> las<br />
cavida<strong>de</strong>s para la munición abiertas en los talu<strong>de</strong>s. Vinke me cubrió con su manta, pero no pu<strong>de</strong> pegar<br />
ojo, y fumando puro tras puro aguardé la llegada <strong>de</strong>l amanecer con una sensación <strong>de</strong> total indiferencia.<br />
Las primeras luces <strong>de</strong>l día iluminaron una increíble actividad en el campo <strong>de</strong> embudos. Innumerables<br />
unida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> infantería seguían aún buscando sus alojamientos. Los artilleros arrastraban municiones; los<br />
encargados <strong>de</strong> los lanzaminas tiraban <strong>de</strong> sus vehículos; los telefonistas y los hombres <strong>de</strong> las señales<br />
ópticas tendían sus cables. Aquello era una verda<strong>de</strong>ra feria y se <strong>de</strong>sarrollaba a mil metros <strong>de</strong>l enemigo,<br />
que, <strong>de</strong> manera incomprensible, no parecía notar nada.<br />
Al fin topé con el jefe <strong>de</strong> la compañía <strong>de</strong> ametralladoras, el alférez Fallenstein, un viejo oficial <strong>de</strong>l<br />
frente, que pudo indicarnos nuestro alojamiento. Sus primeras palabras fueron:<br />
—Pero, hombre, ¿cómo tiene ese aspecto? Su cara está completamente amarilla.<br />
Me señaló con el <strong>de</strong>do una gran galería al lado <strong>de</strong> la cual habíamos pasado corriendo aquella noche<br />
seguramente una docena <strong>de</strong> veces. Dentro <strong>de</strong> ella encontré a Schmidtito, que nada sabía aún <strong>de</strong> nuestra<br />
<strong>de</strong>sgracia; y también volví a encontrar allí a los hombres que <strong>de</strong>bían habernos conducido a aquel lugar.<br />
Des<strong>de</strong> aquella fecha, siempre que hemos ocupado una posición nueva he elegido yo mismo a los guías, y<br />
los he elegido con la máxima pru<strong>de</strong>ncia. En la guerra se apren<strong>de</strong> a fondo, pero las lecciones se pagan<br />
caras.<br />
Una vez que <strong>de</strong>jé allí instalados a los hombres que me acompañaban me encaminé hacia el lugar <strong>de</strong> los<br />
horrores <strong>de</strong> la noche anterior. Aquel lugar presentaba un aspecto espantoso. Alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l calcinado sitio<br />
en que había explotado la granada yacían más <strong>de</strong> veinte cadáveres ennegrecidos; casi todos ellos estaban<br />
<strong>de</strong> tal modo <strong>de</strong>spedazados que resultaban irreconocibles. Más tar<strong>de</strong> tuvimos que dar por <strong>de</strong>saparecidos a<br />
algunos <strong>de</strong> los caídos, pues no había quedado el menor rastro <strong>de</strong> ellos.<br />
Soldados <strong>de</strong> las trincheras vecinas estaban ocupados en extraer <strong>de</strong> aquella confusión horrible los<br />
ensangrentados objetos propiedad <strong>de</strong> los muertos y en hacer pillaje <strong>de</strong> lo que quedaba. Los expulsé <strong>de</strong> allí<br />
y encargué a mi enlace que recogiese las carteras y los objetos <strong>de</strong> valor, para enviarlos a los familiares. Al<br />
día siguiente, sin embargo, al empezar el ataque, hubimos <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar abandonado todo aquello.<br />
Tuve la alegría <strong>de</strong> ver que <strong>de</strong> una galería cercana salía Sprenger con un grupo <strong>de</strong> hombres que habían<br />
pasado allí la noche. Or<strong>de</strong>né que se me presentaran los jefes <strong>de</strong> pelotón y supe que aún quedábamos<br />
setenta y tres. ¡A la cabeza <strong>de</strong> más <strong>de</strong> ciento cincuenta hombres, y con una moral excelente, había partido<br />
la noche anterior <strong>de</strong> Brunemont! Conseguí i<strong>de</strong>ntificar a más <strong>de</strong> veinte muertos y a más <strong>de</strong> sesenta heridos;<br />
muchos <strong>de</strong> éstos sucumbieron más tar<strong>de</strong> a sus lesiones. Estas investigaciones me obligaron a andar<br />
trotando por trincheras y embudos, pero me distraían <strong>de</strong> las imágenes <strong>de</strong>l horror.<br />
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