Tempestades de acero
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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />
—Coño, vaya meada que les cae encima. ¡Pobre Tommy! Allí no queda uno vivo.<br />
Les gusta disparar hacia la otra parte granadas <strong>de</strong> fusil o minas <strong>de</strong> pequeño calibre. A los espíritus<br />
timoratos esto les <strong>de</strong>sagrada mucho.<br />
—Pero, hombre, <strong>de</strong>ja esa estupi<strong>de</strong>z, ¡ya recibimos bastante leña!<br />
Esto no les impi<strong>de</strong>, sin embargo, estar continuamente pensando en la mejor manera <strong>de</strong> lanzar granadas<br />
<strong>de</strong> mano con una especie <strong>de</strong> catapultas inventadas por ellos mismos, o en el modo <strong>de</strong> hacer más peligroso,<br />
mediante cualquier tipo <strong>de</strong> máquinas infernales, el terreno que se extien<strong>de</strong> <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ellos. Unas veces<br />
abren con las tijeras un estrecho pasillo en el obstáculo <strong>de</strong> alambre situado frente a su aposta<strong>de</strong>ro, para<br />
atraer así hacia su fusil a algún explorador enemigo al que le agra<strong>de</strong> aquel paso tan cómodo. Otras se<br />
<strong>de</strong>slizan silenciosamente ellos mismos hacia el otro lado y cuelgan <strong>de</strong> las alambradas una campana;<br />
luego, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la trinchera propia, tiran <strong>de</strong> ella con una larga cuerda y así ponen nerviosos a los centinelas<br />
ingleses. La guerra los divierte.<br />
En algunas ocasiones pue<strong>de</strong> ser muy agradable la hora <strong>de</strong>l café <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Ocurre a menudo que el<br />
sargento aspirante a oficial ha <strong>de</strong> hacer compañía a alguno <strong>de</strong> los oficiales. Se guardan todas la<br />
formalida<strong>de</strong>s; incluso hay allí dos tazas <strong>de</strong> porcelana que brillan sobre el tablero <strong>de</strong> la mesa; éste se halla<br />
cubierto con un mantel hecho <strong>de</strong> tela <strong>de</strong> saco terrero. Luego el or<strong>de</strong>nanza coloca una botella y dos vasos<br />
en la mesa, que se bambolea. La charla se hace más confi<strong>de</strong>ncial. Resulta curioso que también aquí sea el<br />
prójimo, el querido prójimo, el que tenga que proporcionar la materia predilecta <strong>de</strong> las conversaciones.<br />
Incluso ha llegado a <strong>de</strong>sarrollarse un floreciente chismorreo <strong>de</strong> trincheras; en las visitas <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> la<br />
gente difun<strong>de</strong> con todo celo esos chismes; muy pronto ocurre lo mismo que en una pequeña guarnición.<br />
Los superiores, los camaradas y los subordinados son sometidos a una crítica sistemática, y un rumor<br />
nuevo recorre en un santiamén la totalidad <strong>de</strong> los abrigos <strong>de</strong> los jefes <strong>de</strong> sección <strong>de</strong> los seis sectores,<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el flanco <strong>de</strong>recho hasta el izquierdo. En este asunto <strong>de</strong>l chismorreo no están enteramente libres <strong>de</strong><br />
culpa los oficiales <strong>de</strong> reconocimiento, quienes, cargados con sus prismáticos y su carpeta <strong>de</strong> planos,<br />
recorren la posición ocupada por nuestro regimiento y van escudriñándolo todo. La posición <strong>de</strong>fendida<br />
por nuestra compañía no está, en efecto, completamente aislada y cerrada; hay un intenso tráfico <strong>de</strong> gente<br />
que pasa por ella. En las horas tranquilas <strong>de</strong> la mañana aparecen los oficiales <strong>de</strong> Estado Mayor y hacen<br />
que la gente trabaje con mucha diligencia. Tales visitas fastidian mucho al pobre soldado raso, el llamado<br />
«cerdo <strong>de</strong>l frente», que acaba <strong>de</strong> echarse a dormir <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la última guardia y tiene que salir corriendo<br />
<strong>de</strong> la galería, vestido reglamentariamente, cuando suenan estas palabras espantosas:<br />
—¡Está en la trinchera el jefe <strong>de</strong> la división!<br />
Luego llegan los oficiales <strong>de</strong> zapadores, los oficiales <strong>de</strong> construcción <strong>de</strong> zanjas, los oficiales<br />
encargados <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sagües — todos ellos se comportan como si la trinchera hubiera sido creada<br />
exclusivamente para sus trabajos especiales. De manera poco amistosa se saluda al oficial observador <strong>de</strong><br />
artillería, que quiere hacer una prueba <strong>de</strong> tiro <strong>de</strong> barrera; tan pronto se ha ido con su anteojo goniometrico<br />
—un aparato que saca acá y allá sus antenas por encima <strong>de</strong> la trinchera y las agita como si <strong>de</strong> un insecto<br />
se tratara—, hace acto <strong>de</strong> presencia la artillería inglesa. Y siempre es el soldado <strong>de</strong> infantería el que ha <strong>de</strong><br />
pagar los platos rotos. Tampoco <strong>de</strong>jan <strong>de</strong> comparecer los mandos <strong>de</strong> los <strong>de</strong>stacamentos avanzados y <strong>de</strong> las<br />
secciones <strong>de</strong> excavación. Estos se sientan en el abrigo <strong>de</strong>l jefe <strong>de</strong> sección hasta que se hace<br />
completamente <strong>de</strong> noche, beben ponche caliente, juegan a la lotería polaca y al final <strong>de</strong>jan limpia la mesa,<br />
como si fueran ratas ambulantes. A una hora tardía aparece por la trinchera, como un fantasma, un<br />
hombrecillo; se <strong>de</strong>sliza sigiloso <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los centinelas, les grita al oído «¡ataque <strong>de</strong> gas!» y cuenta los<br />
segundos que al centinela le lleva ponerse la mascarilla. Es el oficial encargado <strong>de</strong> la protección contra<br />
los gases. En plena noche, una vez más vuelve alguien a llamar a la puerta, hecha <strong>de</strong> tablas, <strong>de</strong> mi abrigo:<br />
—Pero, hombre, ¿es que ya está usted durmiendo? ¡Fírmeme aquí enseguida un recibo por veinte<br />
caballos <strong>de</strong> Frisia y por seis marcos <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra para las galerías!<br />
Es que han llegado los hombres que traen los materiales. Hay así, al menos en los días tranquilos, un<br />
constante ir y venir. Al <strong>de</strong>sgraciado habitante <strong>de</strong> las galerías subterráneas este ajetreo acaba arrancándole<br />
el siguiente suspiro:<br />
—¡Si al menos hubiese un poco <strong>de</strong> tiroteo! Así tendría uno al fin un poco <strong>de</strong> tranquilidad.<br />
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