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Tempestades de acero

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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />

realizar misiones tácticas. Nos alojamos en sótanos y galerías situados en la salida hacia Bucquoy.<br />

Precisamente en el momento en que llegábamos cayó en los huertos colindantes una ráfaga <strong>de</strong> granadas<br />

<strong>de</strong> grueso calibre. Aquello no me hizo <strong>de</strong>sistir, sin embargo, <strong>de</strong> tomar mi <strong>de</strong>sayuno en un cenador situado<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la entrada <strong>de</strong> mi galería. Al poco tiempo llegó rugiendo una nueva ráfaga. Me tiré al suelo.<br />

Junto a mí se alzó una llamarada. Un enfermero <strong>de</strong> mi compañía, llamado Kenziota, que en aquel<br />

momento pasaba por allí con unas perolas llenas <strong>de</strong> agua, se <strong>de</strong>splomó; había sido alcanzado en el<br />

abdomen. Corrí hacia él y con la ayuda <strong>de</strong> un centinela <strong>de</strong> bengalas lo arrastré hasta el puesto <strong>de</strong> socorro;<br />

por suerte la entrada <strong>de</strong> éste quedaba muy cerca <strong>de</strong>l lugar <strong>de</strong> la explosión.<br />

—Bueno, ¿también usted ha <strong>de</strong>sayunado como es <strong>de</strong>bido? —preguntó, mientras vendaba la gran<br />

herida <strong>de</strong>l vientre, el doctor Köppen, un viejo y auténtico médico militar, que también a mí me había<br />

tenido varias veces en sus manos.<br />

—Sí, sí, un gran plato <strong>de</strong> fi<strong>de</strong>os —dijo entre gemidos aquel <strong>de</strong>sventurado, que sin duda creía entrever<br />

allí un rayo <strong>de</strong> esperanza.<br />

—Vaya, vaya —intentó consolarlo Köppen, al tiempo que con la cabeza me hacía un gesto<br />

preocupado.<br />

Pero las personas heridas <strong>de</strong> gravedad poseen una capacidad <strong>de</strong> percepción muy fina. Aquel hombre<br />

empezó <strong>de</strong> pronto a quejarse, mientras en su frente aparecían gran<strong>de</strong>s gotas <strong>de</strong> sudor.<br />

—El balazo es mortal, me doy cuenta, estoy seguro.<br />

A pesar <strong>de</strong> aquella profecía pu<strong>de</strong> estrechar su mano medio año más tar<strong>de</strong>, cuando hicimos nuestra<br />

entrada en Hannover.<br />

Por la tar<strong>de</strong> di a solas un paseo por Puisieux, que estaba completamente en ruinas. Ya durante las<br />

batallas <strong>de</strong>l Somme había sido machacada aquella al<strong>de</strong>a hasta quedar reducida a un montón <strong>de</strong><br />

escombros. Los embudos y los restos <strong>de</strong> pare<strong>de</strong>s estaban cubiertos <strong>de</strong> un espeso verdor, <strong>de</strong>l que en todas<br />

partes <strong>de</strong>stacaban por su brillo los discos blancos <strong>de</strong>l saúco, una planta amiga <strong>de</strong> las ruinas. Numerosos<br />

impactos recientes habían <strong>de</strong>sgarrado aquel revestimiento vegetal, <strong>de</strong>jando otra vez al <strong>de</strong>scubierto la tierra<br />

<strong>de</strong> los huertos, removida ya en tantas ocasiones.<br />

La calle principal <strong>de</strong> la al<strong>de</strong>a estaba orlada <strong>de</strong> restos <strong>de</strong> material <strong>de</strong> guerra proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l avance que<br />

había quedado <strong>de</strong>tenido. Vehículos <strong>de</strong>strozados por los disparos, munición <strong>de</strong>rramada por los suelos,<br />

herrumbrosas armas <strong>de</strong> infantería y vagos perfiles <strong>de</strong> caballos a medio pudrir, envueltos en nubes <strong>de</strong><br />

moscas zumbantes y relucientes, proclamaban la inanidad <strong>de</strong> todas las cosas en la lucha. La iglesia,<br />

situada en el punto más alto <strong>de</strong> la al<strong>de</strong>a, no era ya más que un informe montón <strong>de</strong> piedras. Mientras estaba<br />

cortando un ramo <strong>de</strong> rosas silvestres, unas cuantas granadas que cayeron cerca me advirtieron que tuviese<br />

pru<strong>de</strong>ncia en aquella pista <strong>de</strong> baile <strong>de</strong> la Muerte.<br />

Unos días más tar<strong>de</strong> relevamos a la Novena Compañía en la finca principal <strong>de</strong> resistencia, que quedaba<br />

a unos quinientos pasos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la primera línea. Mientras procedíamos al relevo fueron heridos tres<br />

hombres <strong>de</strong> mi Séptima Compañía. Al día siguiente un balín <strong>de</strong> shrapnel hirió en el pie, cuando se hallaba<br />

cerca <strong>de</strong> mi abrigo, al capitán von Le<strong>de</strong>bour. Aunque se encontraba gravemente enfermo <strong>de</strong> los pulmones,<br />

aquel hombre sentía que su <strong>de</strong>stino estaba en la lucha. Y así hubo <strong>de</strong> sucumbir a aquella herida, que en sí<br />

misma no era grave. Murió poco <strong>de</strong>spués en el hospital <strong>de</strong> sangre. El día 28 un casco <strong>de</strong> metralla <strong>de</strong> una<br />

ganada hirió al sargento Gruner, jefe <strong>de</strong> los hombres encargados <strong>de</strong> traer el rancho. Era la novena baja<br />

que en el espacio <strong>de</strong> poco tiempo sufría mi compañía.<br />

Pasamos una semana en la primera línea y luego tuvimos que ocupar <strong>de</strong> nuevo la línea principal <strong>de</strong><br />

resistencia, pues la gripe, el <strong>de</strong>nominado «mal español», casi había disuelto el batallón que <strong>de</strong>bía<br />

relevarnos. Todos los días enfermaban <strong>de</strong> aquella dolencia también algunos hombres <strong>de</strong> mi compañía. La<br />

gripe causó tales estragos en la división vecina que un avión enemigo arrojó octaviIlas en las que se <strong>de</strong>cía<br />

que los ingleses tomarían el relevo en el caso <strong>de</strong> que la tropa no fuera retirada pronto. Pero nos enteramos<br />

<strong>de</strong> que aquella epi<strong>de</strong>mia hacía también progresos cada vez mayores en el otro bando; <strong>de</strong> todos modos,<br />

nosotros estábamos más expuestos a contraer la enfermedad, pues nuestra alimentación era muy<br />

<strong>de</strong>ficiente. Precisamente los hombres jóvenes morían a menudo <strong>de</strong> la noche a la mañana. A<strong>de</strong>más, nos<br />

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