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Tempestades de acero

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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />

Mi advertencia llegó <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>; cuando levanté la vista los ingleses se escurrían como topos por<br />

<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> su alambrada y <strong>de</strong>saparecían en su trinchera. El ambiente se hizo entonces sofocante. Me<br />

producía un sabor amargo en la boca el mero pensar lo siguiente: «Enseguida pondrán en posición <strong>de</strong><br />

disparo una ametralladora». También los otros abrigaban temores parecidos. Nos <strong>de</strong>slizamos hacia atrás<br />

sobre el vientre, produciendo un gran estruendo con las armas que llevábamos. La trinchera inglesa<br />

comenzó a animarse. Correteos, susurros, idas y venidas. Psss..., una bengala <strong>de</strong> iluminación. A nuestro<br />

alre<strong>de</strong>dor se hizo una claridad como <strong>de</strong> pleno día, mientras nos esforzábamos en escon<strong>de</strong>r nuestras<br />

cabezas en las matas <strong>de</strong> hierba. Otra bengala. Momentos angustiosos. Uno <strong>de</strong>searía que la tierra se lo<br />

tragase y preferiría estar en cualquier otro lugar antes que a diez metros <strong>de</strong> los centinelas enemigos. Otra<br />

bengala más. ¡Pac! ¡Pac! La inconfundible <strong>de</strong>tonación seca, ensor<strong>de</strong>cedora, <strong>de</strong> disparos <strong>de</strong> fusil hechos a<br />

muy corta distancia.<br />

—¡Ah! ¡Nos han <strong>de</strong>scubierto!<br />

Sin adoptar más precauciones nos animamos en voz alta a escapar <strong>de</strong> allí para salvar la vida. De un<br />

salto nos levantamos y nos precipitamos hacia nuestra posición en medio <strong>de</strong> una ruidosa lluvia <strong>de</strong> balas.<br />

Tropecé a las pocas zancadas y caí <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un embudo pequeño y poco profundo abierto por una<br />

granada, mientras los otros tres me daban por muerto y pasaban corriendo a mi lado a toda velocidad. Me<br />

apreté con fuerza contra el suelo, encogí cabeza y piernas y <strong>de</strong>jé que las balas pasasen por encima <strong>de</strong> mí<br />

barriendo la alta hierba. Tan molestas como las balas eran las incan<strong>de</strong>scentes bolas <strong>de</strong> magnesio <strong>de</strong> las<br />

bengalas luminosas que <strong>de</strong>scendían, unas bolas que en parte terminaban <strong>de</strong> quemarse muy cerca <strong>de</strong> mí y<br />

que yo intentaba alejar con la gorra. Poco a poco el tiroteo fue haciéndose más débil. Dejé pasar otro<br />

cuarto <strong>de</strong> hora y entonces abandoné mi refugio, con lentitud al principio, y luego lo más <strong>de</strong>prisa que me<br />

permitieron mis manos y mis pies. Entretanto la luna había <strong>de</strong>saparecido; pronto perdí por completo la<br />

orientación y no sabía dón<strong>de</strong> quedaban ni el lado inglés ni el lado alemán. Ni siquiera se <strong>de</strong>stacaban en el<br />

horizonte las características ruinas <strong>de</strong>l molino <strong>de</strong> Monchy. A veces pasaban a ras <strong>de</strong>l suelo, con una<br />

precisión angustiosa, balas disparadas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> uno y otro lado. Acabé echándome en la hierba y resolví<br />

aguardar a que amaneciera. De repente sonó cerca <strong>de</strong> mí un cuchicheo. Otra vez me dispuse a combatir;<br />

como hombre precavido, lo primero que hice fue emitir una serie <strong>de</strong> sonidos naturales <strong>de</strong> los que era<br />

imposible colegir si yo era un alemán o un inglés. Decidí respon<strong>de</strong>r con una granada <strong>de</strong> mano a las<br />

primeras palabras que alguien pronunciase en inglés. Con alegría comprobé que tenía ante mí a hombres<br />

nuestros; en aquel momento se disponían a quitarse los cinturones para retirar sobre ellos mi cadáver.<br />

Estuvimos sentados juntos algún tiempo en un embudo, contentos por aquel reencuentro feliz. Luego<br />

volvimos a nuestra trinchera, a la que llegamos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber estado ausentes <strong>de</strong> ella tres horas.<br />

A las cinco <strong>de</strong> la madrugada me tocaba otra vez entrar <strong>de</strong> servicio en la trinchera. En la zona ocupada<br />

por la Tercera Sección encontré al sargento Hock <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> su abrigo. Le dije que me sorprendía verlo<br />

allí a hora tan temprana y me contó entonces que andaba al acecho <strong>de</strong> una gran rata que con sus chillidos<br />

y correrías no le <strong>de</strong>jaba pegar ojo por las noches. Mientras hablaba, observaba con atención su abrigo, que<br />

era ridículamente pequeño y al que había bautizado con el nombre <strong>de</strong> «Villa Pollita».<br />

Mientras estábamos allí juntos <strong>de</strong> pie, oímos un disparo sordo, que no tenía, sin embargo, ningún<br />

significado especial. Hock, que el día anterior había estado a punto <strong>de</strong> ser aplastado por una mina esférica<br />

y que por ello tenía mucho miedo, salió como un rayo hacia la entrada <strong>de</strong> la galería más próxima, pero<br />

con las prisas bajó los quince primeros escalones con el trasero y empleó los quince últimos en dar tres<br />

vueltas <strong>de</strong> campana. Yo estaba arriba junto a la entrada; la risa me hizo olvidar la mina y la galería<br />

cuando oí a la pobre víctima lamentarse <strong>de</strong> aquella dolorosa interrupción <strong>de</strong> una cacería <strong>de</strong> ratas, mientras<br />

con cuidado se frotaba distintas partes <strong>de</strong>l cuerpo e intentaba en<strong>de</strong>rezar uno <strong>de</strong> sus pulgares, que se había<br />

dislocado. El infeliz me confesó también que el día anterior estaba sentado cenando cuando una mina le<br />

dio tal susto que lo hizo ponerse <strong>de</strong> pie. Para empezar, toda su comida quedó llena <strong>de</strong> arena; y luego, él<br />

había caído escaleras abajo, haciéndose mucho daño. Había llegado <strong>de</strong> su casa poco antes y aún no se<br />

había habituado a la ru<strong>de</strong>za <strong>de</strong> nuestra forma <strong>de</strong> vida.<br />

Tras este inci<strong>de</strong>nte volví a mi abrigo, pero estaba claro que tampoco aquel día iba a encontrar el sueño<br />

reparador. Des<strong>de</strong> muy temprano, y a intervalos cada vez más cortos, el enemigo bombar<strong>de</strong>ó con minas<br />

nuestra trinchera. Hacia el mediodía me harté <strong>de</strong> aquello. Ayudado por algunos <strong>de</strong> mis hombres puse en<br />

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