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Tempestades de acero

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Ernst Jünger El bosquecillo 125<br />

con el Peligro, la i<strong>de</strong>a a él ligada <strong>de</strong> la Muerte; eso hace que el Peligro adquiera un matiz impreciso y, por<br />

lo tanto, más amenazador.<br />

Poco a poco va aprendiendo el soldado bisoño a distinguir, <strong>de</strong> entre la enorme muchedumbre <strong>de</strong> los<br />

ruidos, aquellos que encierran un peligro para él; el primer anuncio <strong>de</strong>l aleteo <strong>de</strong> un proyectil le permite<br />

adivinar ya la trayectoria que éste lleva. Logra saber qué momentos y qué lugares encierran una amenaza;<br />

al final acaba convirtiéndose en un experto en cuestiones <strong>de</strong> guerra que, cual una serpiente, es capaz <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>slizarse, sin llamar la atención, por el terreno lleno <strong>de</strong> hendiduras; sus ojos y sus oídos permanecen<br />

continuamente al acecho; es como un tímido animal que se aleja <strong>de</strong> su madriguera. Esa cautela con la que<br />

el viejo guerrero sabe encontrar a tientas, casi con la seguridad propia <strong>de</strong> un sonámbulo, el mejor camino<br />

en medio <strong>de</strong> los peligros <strong>de</strong>l terreno, es lo que explica que se precise dilapidar un número tan enorme <strong>de</strong><br />

proyectiles para que uno solo acierte y mate a un ser vivo.<br />

De cada diez mil disparos, sólo uno da en el blanco — ésta es la cuenta que se hace el soldado cada<br />

vez que vuelve a enfrentarse al espectáculo <strong>de</strong> una llanura bombar<strong>de</strong>ada en la que se elevan y <strong>de</strong>scien<strong>de</strong>n<br />

pardos remolinos <strong>de</strong> tierra y bancos <strong>de</strong> vapores blancos van arrastrándose a ras <strong>de</strong>l suelo, en tanto los<br />

hierros que sisean y revientan llenan el terreno con su canto <strong>de</strong>spiadado. Pero esos cálculos no sirven <strong>de</strong><br />

nada — entre diez mil posibilida<strong>de</strong>s, los sentidos excitados se ocupan <strong>de</strong> una sola, <strong>de</strong> aquélla que acaso<br />

resulte funesta. El hombre valeroso acaba diciéndose: «¡Qué importa nada <strong>de</strong> eso! A<strong>de</strong>lante, que todo<br />

saldrá bien». Y esa esperanza lo reconforta.<br />

El peligro posee, a<strong>de</strong>más, una po<strong>de</strong>rosa fuerza <strong>de</strong> atracción. Se parece al vértigo; en éste el terror <strong>de</strong>l<br />

abismo intensifica la salvaje tentación <strong>de</strong> la caída. Cuando el corazón ha vivido largo tiempo en calma y<br />

en seguridad, comienza a impacientarse y sale en busca <strong>de</strong>l peligro como si saliese a buscar un país<br />

<strong>de</strong>sconocido. Hay en el interior <strong>de</strong> todos nosotros un <strong>de</strong>món que no comienza a agitar sus alas hasta que<br />

la vida se halla amenazada.<br />

En un libro que todo soldado <strong>de</strong>bería haber leído, las Memorias <strong>de</strong>l general francés Marbot, cuenta éste<br />

cómo, con ocasión <strong>de</strong> un asedio, se situó en una plataforma pétrea en la que nada se le había perdido y <strong>de</strong><br />

la que a cada instante eran retirados heridos graves. Dice que lo que allí buscaba era disfrutar <strong>de</strong>l atroz<br />

placer <strong>de</strong> sentir cómo las balas <strong>de</strong> los cañones pasaban a su lado.<br />

En todos nosotros existe esa misma inclinación; a diario noto eso en los hombres, pues, cuando<br />

vuelven <strong>de</strong> sus recorridos por las trincheras, no se cansan <strong>de</strong> <strong>de</strong>scribir el modo en que la Muerte ha<br />

pasado, con un silbido, a su lado. Pero como la mayoría carece <strong>de</strong> la temeridad <strong>de</strong> Marbot, experimentan<br />

como placer esa gran excitación, no en el momento mismo en que suce<strong>de</strong>n los hechos, sino más tar<strong>de</strong>.<br />

Bien es verdad que el ser humano ha sabido dar entretanto a la Muerte una figura más terrible que la que<br />

tenía en la época <strong>de</strong> Marbot, cuando aún se disparaba con pólvora negra y con balas redondas, que<br />

producían un bronco ruido, y Goethe, en Valmy, podía estudiar cómodamente en su propio cuerpo la<br />

extraña dolencia llamada «fiebre <strong>de</strong> los cañones».<br />

Al atar<strong>de</strong>cer han venido a relevarnos y hemos pasado a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r la línea principal <strong>de</strong> resistencia; aquí<br />

permaneceremos únicamente dos días. La línea principal <strong>de</strong> resistencia queda a pocos centenares <strong>de</strong><br />

metros <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la primera trinchera y por eso el relevo ha sido cómodo. Estamos alojados en galerías<br />

subterráneas muy bien construidas y apostamos tan sólo algunos centinelas <strong>de</strong> observación.<br />

Tengo la esperanza <strong>de</strong> que disminuya pronto el número <strong>de</strong> los casos <strong>de</strong> gripe. Aquí, en la línea<br />

principal <strong>de</strong> resistencia, es posible moverse con un poco más <strong>de</strong> libertad y esto resulta agradable; pienso<br />

hacer una visita a Puisieux una tar<strong>de</strong>, pues ésas suelen ser horas tranquilas. Así me evadiré por breve<br />

tiempo <strong>de</strong>l ambiente <strong>de</strong> las trincheras. Si se mira bien, aquí estamos sobre un barril <strong>de</strong> pólvora, corremos<br />

más peligro que en la primera trinchera, ya que, en caso <strong>de</strong> necesidad, habremos <strong>de</strong> intervenir en el<br />

Bosquecillo 125, cuya situación es muy crítica durante estos días.<br />

Línea principal <strong>de</strong> resistencia<br />

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