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Tempestades de acero

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Ernst Jünger El bosquecillo 125<br />

po<strong>de</strong>mos disfrutar <strong>de</strong>l buen tiempo que hace. Cuando comienzan a caer los proyectiles, nos metemos a<br />

toda prisa, con la rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> los ratones, en las profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los pasillos <strong>de</strong> las galerías.<br />

Yo habito un blocao, una pequeña barraca <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra que queda al nivel <strong>de</strong>l suelo, aunque me han<br />

advertido que hace pocos días los cascos <strong>de</strong> metralla <strong>de</strong> una granada mataron junto a ella a un sargento.<br />

Pero tras el período <strong>de</strong> tiempo que acabo <strong>de</strong> pasar <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los abrigos siento, en primer lugar, necesidad<br />

<strong>de</strong> luz y <strong>de</strong> aire libre y he corrido muchos riesgos para dar satisfacción a ese <strong>de</strong>seo; y, en segundo lugar,<br />

tengo la superstición <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rar más seguros que otros aquellos lugares en que ya ha ocurrido una<br />

<strong>de</strong>sgracia.<br />

Estoy muy contento <strong>de</strong> mi vivienda; se halla medio oculta en la maleza, es seca, está resguardada <strong>de</strong><br />

los vientos y las ma<strong>de</strong>ras con que está construida son viejas y sólidas. Al lado quedan todavía, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los<br />

tiempos en que los ingleses ocupaban esta zona, algunas barracas semicirculares fabricadas con chapa<br />

ondulada.<br />

Poco es lo que pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse <strong>de</strong> los alre<strong>de</strong>dores; lo que vemos son las mismas colinas bajas y <strong>de</strong>snudas<br />

<strong>de</strong> árboles que hay por todas partes. A nuestra espalda queda el punto <strong>de</strong> amarre <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> nuestros<br />

globos cautivos. Un avión inglés intentó ayer incendiarlo con proyectiles trazadores; no consiguió dar en<br />

el blanco, pero vimos cómo el observador se tiraba <strong>de</strong>l globo. A pesar <strong>de</strong>l fuerte viento que soplaba,<br />

aterrizó bien, pero el paracaídas lo arrastró durante cierto tiempo por el suelo. El terreno está sembrado <strong>de</strong><br />

numerosos carros <strong>de</strong> combate <strong>de</strong>struidos e incendiados por los disparos; parecen pequeños navíos <strong>de</strong><br />

guerra que hubieran naufragado en el fuego. Las sinuosas huellas <strong>de</strong>jadas en el blanco suelo por sus<br />

ca<strong>de</strong>nas, antes <strong>de</strong> que un proyectil certero les <strong>de</strong>strozase el motor, pue<strong>de</strong>n distinguirse <strong>de</strong>s<strong>de</strong> gran<br />

distancia, como si estuvieran trazadas en un mapa <strong>de</strong> combate. La al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Achiet queda muy cerca. Se<br />

encuentra en ruinas, pero la bombar<strong>de</strong>an poco; por este motivo una espesa vegetación cubre sus muros, en<br />

los que brillan por millares las flores blancas y redon<strong>de</strong>adas, parecidas a platos, <strong>de</strong>l saúco.<br />

También aquí estamos sometidos al fuego enemigo; es verdad que no nos bombar<strong>de</strong>an a diario, pero lo<br />

hacen, en cambio, con piezas <strong>de</strong> artillería <strong>de</strong> marina <strong>de</strong> grueso calibre; sus proyectiles siguen una<br />

trayectoria rasante y llegan bramando con una violencia inaudita. Es probable que todas estas <strong>de</strong>sgracias<br />

nos las cause un cañón <strong>de</strong> largo alcance al que todas las noches hacen avanzar por la vía <strong>de</strong>l tren para que<br />

dispare contra nosotros. También hay un avión que arroja bombas <strong>de</strong> vez en cuando; no suelen dar en el<br />

blanco, pero recientemente un azar funesto quiso que una <strong>de</strong> ellas cayese en medio <strong>de</strong> quienes ro<strong>de</strong>aban a<br />

una banda <strong>de</strong>l regimiento que en aquel momento estaba tocando.<br />

Nuestros días transcurren muy cómodamente. Tenemos aquí unos mandos comprensivos que no<br />

exigen más que los servicios estrictamente precisos. Ya no ocurre lo que ocurría en los primeros años <strong>de</strong><br />

la guerra; era in<strong>de</strong>cible la cantidad <strong>de</strong> instrucción que entonces hacíamos durante las jornadas <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scanso. En este punto lo más nocivo es siempre la exageración. Los hombres saben manejar bien las<br />

armas, las utilizan a diario en el combate. Basta, pues, con hacer un pequeño sacrificio, breve, pero<br />

enérgico, al espíritu <strong>de</strong> la disciplina.<br />

Cuando uno trata con la tropa, la encuentra terriblemente cansada, aunque la intensa morenez <strong>de</strong> los<br />

rostros presta a los hombres una engañosa apariencia <strong>de</strong> salud. Muchos <strong>de</strong> los soldados pertenecientes a<br />

las últimas quintas no están aún completamente <strong>de</strong>sarrollados; y como no hay posibilidad <strong>de</strong> mejorar el<br />

escaso rancho, es preciso conce<strong>de</strong>rles reposo, a fin <strong>de</strong> que reserven sus energías para las tareas <strong>de</strong>l<br />

combate. A<strong>de</strong>más, casi todos tienen metida la gripe en el cuerpo; como es lógico, en ellos tropieza con<br />

menos resistencia que en los <strong>de</strong>más. Esto explica que la gente muy joven muera con suma rapi<strong>de</strong>z en los<br />

hospitales, se extinga como lamparillas, pues no posee en el cuerpo reservas suficientes. Todos nosotros<br />

tenemos la esperanza <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r gastar éstas en una única llamarada, en que se vaya a la victoria o la<br />

<strong>de</strong>rrota, y no <strong>de</strong>l modo lento en que ahora las consumimos.<br />

Para hoy por la tar<strong>de</strong> había anunciado un partido <strong>de</strong> pelota; hasta hace poco tiempo este juego gustaba<br />

mucho a los hombres. Pero hoy estaban como paralíticos; apenas se movía la pelota, y quienes tenían que<br />

correr rehuían hacerlo; varias veces tuve que dar la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> que se reanúdase el juego. Ocurría,<br />

sencillamente, que los hombres estaban <strong>de</strong>masiado cansados. En estos casos lo mejor es permitirles que se<br />

tumben en la hierba y darles una clase <strong>de</strong> teórica, o bien hacer un ejercicio <strong>de</strong> marcha sobre el terreno<br />

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