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Tempestades de acero

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Ernst Jünger El bosquecillo 125<br />

lo observado.<br />

Si se quería estropear la fiesta a aquellos tiradores era preciso, por tanto, acercarse a ellos con sigilo<br />

durante la noche, o bien arrastrarse con precaución, <strong>de</strong> día, hasta la cresta <strong>de</strong> la pequeña colina y matar <strong>de</strong><br />

un disparo a uno <strong>de</strong> ellos. Estuve examinando con todo <strong>de</strong>talle el terreno y me pareció que era posible<br />

efectuar una aproximación a la luz <strong>de</strong>l día. Des<strong>de</strong> los tiempos <strong>de</strong> la Batalla <strong>de</strong>l Somme la zona avanzada<br />

<strong>de</strong> este área se encuentra llena <strong>de</strong> trincheras <strong>de</strong>rruidas, algunas <strong>de</strong> las cuales conducen <strong>de</strong>rechamente<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> nuestra posición hasta la posición enemiga. Uno <strong>de</strong> esos viejos ramales <strong>de</strong> aproximación atraviesa,<br />

como si fuera una raya rectilínea, la cresta <strong>de</strong> la pequeña colina. Las inclemencias atmosféricas han<br />

hundido y medio borrado el mencionado ramal, <strong>de</strong> forma que lo único que <strong>de</strong> él queda es un surco no<br />

muy profundo <strong>de</strong> color pardo; por ambos lados comienza ya a cerrarlo la maleza que crece en la tierra <strong>de</strong><br />

nadie. Ese surco me pareció la vía apropiada para realizar una aproximación sigilosa. El estudio <strong>de</strong> los<br />

<strong>de</strong>talles <strong>de</strong> mi plan me llevó bastante tiempo, pero al fin <strong>de</strong>cidí ejecutarlo. Elegí el día <strong>de</strong> hoy y la hora <strong>de</strong>l<br />

mediodía, pues en ese momento es cuando más adormilados se encuentran los centinelas.<br />

A las doce me dirigí, pues, hacia el ala <strong>de</strong>recha <strong>de</strong> mi sector para abandonar allí la trinchera. Me<br />

acompañaba Otto, que llevaba mi arma, una carabina corta provista <strong>de</strong> mira telescópica.<br />

—Esto le pone a uno <strong>de</strong> buen humor —dijo Otto.<br />

—Sin duda esto le gusta a usted más que pasar el cepillo por las polainas —le repliqué, al tiempo que<br />

señalaba mis polainas <strong>de</strong> vendas, en las que se acumulaba el barro en pesados trozos.<br />

Me <strong>de</strong>spojé <strong>de</strong>l cinturón e hice que Otto me cerrase bien los pasadores, para no quedar prendido por<br />

culpa <strong>de</strong> ellos en algún lugar. Até la pistola a un largo cordón <strong>de</strong> lana trenzada y me la guardé en el<br />

bolsillo superior <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> la guerrera. Los dos nos quitamos luego los cascos, pues, a pesar <strong>de</strong> la capa<br />

<strong>de</strong> pintura gris que los cubría, sus reflejos podían resultar peligrosos a la luz <strong>de</strong>l día. Del color <strong>de</strong> nuestros<br />

rostros no nos preocupamos; estaban tan quemados por el sol que, a pocos pasos <strong>de</strong> distancia,<br />

necesariamente se confundían con el suelo.<br />

Todos los <strong>de</strong>talles los había tratado ya a fondo con Otto, <strong>de</strong> manera que, nada más llegar al lugar<br />

previsto, pudimos saltar por encima <strong>de</strong>l parapeto. El avance teníamos que realizarlo <strong>de</strong>slizándonos como<br />

serpientes, esto es, apoyándonos más en las costillas que en los miembros. La zanja tenía al principio<br />

cierta profundidad, mas, para atravesar los anillos <strong>de</strong> un rollo <strong>de</strong> alambre que con sus espinosas espirales<br />

obstruía la zanja en el sentido <strong>de</strong> la longitud, nos fue preciso serpentear. Más a<strong>de</strong>lante nuestros hombros<br />

quedaron a la altura <strong>de</strong>l bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la zanja y la única cobertura <strong>de</strong> que dispusimos fueron las hierbas<br />

repletas <strong>de</strong> flores que allí había.<br />

Intercalábamos largas pausas y, tras ellas, volvíamos a avanzar a rastras, procurando siempre no mover<br />

<strong>de</strong> su sitio ni siquiera el tallito <strong>de</strong> una hierba. El suelo <strong>de</strong> barro estaba agrietado y tan caliente que casi nos<br />

quemaba las manos. El recio olor <strong>de</strong> la tierra y el fugaz aroma <strong>de</strong> las flores recocíanse juntos en aquella<br />

zanja como en una sartén plana y producían un intenso olor a fermentación; es éste un olor que sólo se<br />

llega a percibir cuando uno está <strong>de</strong> bruces sobre la tierra, como un animal, en días tan calurosos como<br />

éste. Otto me seguía inmediatamente <strong>de</strong>trás; yo no oía el menor ruido, sólo <strong>de</strong> vez en cuando sentía que su<br />

cabeza chocaba con las suelas <strong>de</strong> mis botas. Así fuimos ganando terreno lentamente, hasta que al final<br />

llegamos a lo alto <strong>de</strong> aquella pequeña elevación. Había allí un embudo reciente; sin duda lo había abierto<br />

un proyectil <strong>de</strong> espoleta muy sensible, pues era plano como un nido <strong>de</strong> cigüeñas y las llamaradas <strong>de</strong>l<br />

proyectil habían quemado la hierba <strong>de</strong> los alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong>jándola como un fieltro negro. Justo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l<br />

embudo crecía un grupo <strong>de</strong> matas <strong>de</strong> cardos; el tamaño <strong>de</strong> sus flores rojizas era muy gran<strong>de</strong>, flores <strong>de</strong><br />

cardo tan voluminosas como aquéllas sólo las he visto aquí, don<strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace años no pasan ni el arado<br />

ni la guadaña.<br />

Poco a poco me fui <strong>de</strong>slizando <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l embudo y, una vez en él, miré por encima <strong>de</strong> su bor<strong>de</strong>. Las<br />

plantas formaban allí una especie <strong>de</strong> pared; para abrirme una ventana tuve que sacar la navaja y cortar un<br />

cardo. Hube <strong>de</strong> hacerlo sin producir el más mínimo ruido y tomando toda clase <strong>de</strong> precauciones, pues era<br />

muy posible que el adversario estuviera apostado a dos pasos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros. Tras cortar el tallo con<br />

cuidado, lentamente fui haciendo <strong>de</strong>saparecer, centímetro a centímetro, la mata <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l embudo.<br />

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