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Tempestades de acero

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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />

en una red, alguno <strong>de</strong> los hombres que llegaban. Uno <strong>de</strong> los heridos fue el sargento Balg, <strong>de</strong> mi compañía;<br />

una bala le atravesó una pierna.<br />

Una figura humana vestida con un Manchester pardo atravesó impasible el bombar<strong>de</strong>ado terreno y<br />

vino a estrecharme la mano. Kius y Boje, el capitán Junker y Schaper, Schra<strong>de</strong>r, Schläger, Heins,<br />

Fin<strong>de</strong>insen, Hóhlemann y Hoppenrath se encontraban <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un seto barrido por el plomo y por el<br />

hierro y discutían largamente acerca <strong>de</strong>l ataque. Durante muchos días <strong>de</strong> cólera habíamos luchado en un<br />

mismo campo y también aquella vez los rayos <strong>de</strong>l sol, ya muy bajo en el horizonte, iluminarían la sangre<br />

<strong>de</strong> casi todos nosotros.<br />

Algunos contingentes <strong>de</strong>l Primer Batallón penetraron en el parque <strong>de</strong>l castillo. Del Segundo Batallón,<br />

únicamente mi compañía y la quinta habían logrado cruzar casi intactas aquella cortina <strong>de</strong> llamas.<br />

Atravesando embudos y ruinas <strong>de</strong> edificios nos fuimos abriendo paso hasta llegar a un camino en<br />

hondonada que corría por la lin<strong>de</strong> occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong> la al<strong>de</strong>a. Mientras iba andando recogí <strong>de</strong>l suelo un casco<br />

<strong>de</strong> <strong>acero</strong> y me lo planté en la cabeza — sólo en situaciones muy comprometidas solía hacer eso. Con gran<br />

asombro comprobé que Favreuil estaba muerto. Al parecer, la guarnición había abandonado el sector que<br />

le correspondía <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r; sobre las ruinas gravitaba ya esa atmósfera tensa que en tales momentos es<br />

peculiar <strong>de</strong> los espacios sin dueño, una atmósfera que otorga una agu<strong>de</strong>za extrema a los ojos.<br />

Sin que nosotros los supiéramos, el capitán von Weyhe, gravemente herido, yacía a solas <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un<br />

embudo situado <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la al<strong>de</strong>a. La or<strong>de</strong>n que nos había dado era que las compañías se lanzasen al<br />

asalto <strong>de</strong>l modo siguiente: en primera línea, las Compañías Quinta y Octava; en segunda, la Sexta; y en<br />

tercera, la Séptima. Como ni la Sexta ni la Octava daban señales <strong>de</strong> vida, resolví atacar, sin preocuparme<br />

por más tiempo <strong>de</strong>l escalonamiento.<br />

Eran ya las siete <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. A través <strong>de</strong> las bambalinas formadas por restos <strong>de</strong> edificios y troncos <strong>de</strong><br />

árboles vi salir a campo abierto, disparando un débil fuego <strong>de</strong> fusil, una línea <strong>de</strong> tiradores. Seguramente<br />

era la Quinta Compañía.<br />

En el camino <strong>de</strong> hondonada que nos servía <strong>de</strong> protección dispuse a la tropa para el ataque y or<strong>de</strong>né que<br />

entrase en acción en dos oleadas.<br />

—Distancia, cien metros. Yo mismo iré entre la primera y la segunda oleada.<br />

Partimos hacia el último asalto. ¡Cuántas veces habíamos caminado en los años anteriores hacia el sol<br />

poniente en un estado <strong>de</strong> ánimo similar al que entonces nos embargaba! ¡Les Eparges, Guillemont, Saint-<br />

Pierre-Vaast, Langemarck, Passchendaele, Moeuvres, Vraucourt, Mory! De nuevo nos aguardaba una<br />

fiesta <strong>de</strong> sangre.<br />

Abandonamos el camino en hondonada con la misma precisión con que lo habríamos hecho en un<br />

campo <strong>de</strong> ejercicios, si prescindimos <strong>de</strong> que «yo mismo», como <strong>de</strong>cía la bonita fórmula <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>n que<br />

había dado, me encontré <strong>de</strong> repente en campo abierto <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la primera oleada; junto a mí<br />

caminaba el alférez Schra<strong>de</strong>r.<br />

Mi estado físico había mejorado un poco, pero aún me sentía débil. Haller, que más tar<strong>de</strong><br />

emigró a Sudamérica, me contó, cuando vino a <strong>de</strong>spedirse, que el hombre que iba a su lado le había<br />

dicho:<br />

—¡Oye, me parece que el alférez no regresa hoy!<br />

Haller era un hombre extraño; a mí me gustaba su espíritu salvaje y <strong>de</strong>structivo. En aquella<br />

conversación me reveló una serie <strong>de</strong> cosas por las cuales me enteré, con asombro, <strong>de</strong> que el simple<br />

soldado pesa el corazón <strong>de</strong> su jefe en una balanza <strong>de</strong> precisión. Yo me sentía efectivamente muy débil y<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio pensé que aquel ataque era un error. Sin embargo, <strong>de</strong> todos los que realicé es éste el<br />

que más me gusta recordar. Aquel ataque carecía <strong>de</strong>l ímpetu po<strong>de</strong>roso <strong>de</strong> la Gran Batalla, <strong>de</strong> la<br />

hirviente euforia que reinaba en ésta. Pero los sentimientos que me embargaban eran muy<br />

impersonales, era como si me observase a mí mismo con unos prismáticos. Fue aquélla la primera vez<br />

que en la guerra pu<strong>de</strong> oír los siseos <strong>de</strong> los pequeños proyectiles como algo que pasase silbando junto a<br />

un objeto. El paisaje era <strong>de</strong> una transparencia cristalina.<br />

Los disparos que salían a nuestro encuentro llegaban todavía <strong>de</strong> manera aislada; tal vez los muros<br />

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