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Tempestades de acero

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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />

También durante el día que siguió a aquella agitada noche hubo numerosos torbellinos <strong>de</strong> fuego que<br />

nos prepararon para la inminencia <strong>de</strong> un ataque. Nuestra trinchera fue bombar<strong>de</strong>ada palmo a palmo y los<br />

ma<strong>de</strong>ros arrancados <strong>de</strong> su recubrimiento la volvieron casi intransitable. Numerosos abrigos fueron<br />

hundidos.<br />

El jefe <strong>de</strong>l sector nos envió a la primera línea este mensaje: «Interceptada comunicación telefónica<br />

inglesa: los ingleses <strong>de</strong>scriben exactamente las brechas abiertas en nuestras alambradas y pi<strong>de</strong>n "cascos<br />

<strong>de</strong> <strong>acero</strong>". Aún no sabemos si "cascos <strong>de</strong> <strong>acero</strong>" es una expresión en clave para <strong>de</strong>cir minas <strong>de</strong> grueso<br />

calibre. ¡Estar alerta! ».<br />

Decidimos, en consecuencia, mantener una vigilancia cuidadosa aquella noche y acordamos abatir <strong>de</strong><br />

un disparo a todo el que no dijese su nombre al gritarle «¡hola!». Para po<strong>de</strong>r alertar sin <strong>de</strong>mora a nuestra<br />

artillería, cada uno <strong>de</strong> los oficiales había cargado su pistola <strong>de</strong> señales con una bala roja.<br />

Aquella noche fue realmente peor que la anterior. En especial un ataque artillero por sorpresa, a las<br />

doce y cuarto, sobrepasó todo lo prece<strong>de</strong>nte. En los alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> mi abrigo cayó un diluvio <strong>de</strong><br />

proyectiles <strong>de</strong> grueso calibre. Estábamos <strong>de</strong> pie, provistos <strong>de</strong> todas nuestras armas, en la escalera <strong>de</strong> la<br />

galería, mientras la luz <strong>de</strong> los pequeños cabos <strong>de</strong> vela se reflejaba brillante en las pare<strong>de</strong>s húmedas y<br />

enmohecidas. Una humareda azul penetraba por las bocas <strong>de</strong> las galerías. Del techo se <strong>de</strong>sprendía la tierra<br />

a pedazos. ¡Bumm!<br />

—¡Maldita sea!<br />

—¡Cerillas, cerillas!<br />

—¡Todos preparados!<br />

Sentíamos en el cuello los latidos <strong>de</strong>l corazón. Manos rápidas separaban las cápsulas <strong>de</strong> las granadas<br />

<strong>de</strong> mano.<br />

—¡Esa ha sido la última mina!<br />

—¡Afuera!<br />

Mientras nos abalanzábamos hacia la salida estalló todavía una mina <strong>de</strong> espoleta retardada; su onda<br />

expansiva nos arrojó otra vez hacia atrás. Sin embargo, mientras aún caían con estrépito los últimos<br />

pájaros <strong>de</strong> hierro, ya los hombres habían ocupado todos sus puestos. Unos fuegos artificiales <strong>de</strong> bengalas<br />

iluminaron con una claridad <strong>de</strong> mediodía el terreno <strong>de</strong> <strong>de</strong>lante, que estaba cubierto por espesas nubes <strong>de</strong><br />

humo. Esos instantes en que la totalidad <strong>de</strong> la guarnición se hallaba <strong>de</strong> pie <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l parapeto, en un<br />

estado <strong>de</strong> máxima tensión, encerraban algo mágico; recordaban ese segundo en que nadie respira, ese<br />

segundo que antece<strong>de</strong> a una representación teatral <strong>de</strong>cisiva, cuando la música se interrumpe y se<br />

encien<strong>de</strong>n las candilejas.<br />

Durante varias horas <strong>de</strong> aquella noche estuve apoyado en la entrada <strong>de</strong> un abrigo cuya boca, en contra<br />

<strong>de</strong> lo que mandaba el reglamento, daba hacia el enemigo, y miraba <strong>de</strong> vez en cuando el reloj para tomar<br />

notas acerca <strong>de</strong> los disparos. Observaba al centinela, un hombre mayor, padre <strong>de</strong> familia, que, encima <strong>de</strong><br />

mí, estaba en pie <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> su fusil, totalmente inmóvil e iluminado a veces por el fogonazo <strong>de</strong> una<br />

explosión.<br />

Cuando ya se había acallado el fuego sufrimos aún una baja. El fusilero Nienhüser cayó <strong>de</strong> repente <strong>de</strong><br />

su aposta<strong>de</strong>ro y fue rodando con estrépito por la escalera <strong>de</strong> la galería hasta quedar en medio <strong>de</strong> sus<br />

camaradas, que abajo estaban en estado <strong>de</strong> alerta. Cuando examinaron a aquel inquietante intruso<br />

encontraron en su frente una pequeña herida y encima <strong>de</strong> su tetilla <strong>de</strong>recha un orificio <strong>de</strong>l que brotaba<br />

sangre. No se llegó a aclarar si la muerte se <strong>de</strong>bió a la herida o a aquella brusca caída.<br />

Al final <strong>de</strong> aquella noche terrible vino a relevarnos la Sexta Compañía. Por los ramales <strong>de</strong><br />

aproximación nos dirigimos a Monchy; nos hallábamos en aquel peculiar estado <strong>de</strong> ánimo malhumorado<br />

que el sol mañanero produce tras noches pasadas completamente en vela. Des<strong>de</strong> Monchy fuimos a la<br />

segunda posición, instalada <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l bosque <strong>de</strong> Adinfer. Des<strong>de</strong> aquel lugar teníamos una<br />

visión grandiosa <strong>de</strong>l preludio <strong>de</strong> la Batalla <strong>de</strong>l Somme. Los sectores <strong>de</strong>l frente situados a nuestra izquierda<br />

quedaban ocultos por nubes <strong>de</strong> humo blanco y negro, los proyectiles <strong>de</strong> grueso calibre estallaban unos al<br />

lado <strong>de</strong> otros y lanzaban la tierra a gran altura; encima <strong>de</strong> todo aquello brillaban por centenares los breves<br />

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