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Tempestades de acero

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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />

continuación, envié <strong>de</strong> vez en cuando a la parte alta <strong>de</strong> la pendiente a alguien para que espiase lo que allí<br />

sucedía.<br />

El fuego enmu<strong>de</strong>ció <strong>de</strong> repente; teníamos que prepararnos a recibir un ataque. Apenas se había<br />

acostumbrado el oído a aquel silencio sorpren<strong>de</strong>nte cuando por entre la maleza <strong>de</strong>l bosquecillo se<br />

<strong>de</strong>slizaron múltiples crujidos y murmullos.<br />

—¡Alto! ¿Quién vive? ¡El santo y seña!<br />

Seguramente estuvimos cinco minutos aullando estas palabras; también gritamos la vieja consigna <strong>de</strong>l<br />

primer batallón: Lüttje Lage, expresión que <strong>de</strong>signa el aguardiente con cerveza y que es familiar a todos<br />

los nativos <strong>de</strong> Hannover. La única respuesta que obtuvimos fue un griterío incomprensible. Por fin me<br />

<strong>de</strong>cidí a dar la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> abrir fuego, aunque algunos <strong>de</strong> mis hombres aseveraban haber oído vocablos<br />

alemanes. Mis veinte fusiles barrieron con sus balas el bosquecillo; las vainas saltaban con estruendo y<br />

pronto oímos en la espesura los lamentos <strong>de</strong> los heridos. Mientras aquello sucedía tenía una <strong>de</strong>sagradable<br />

sensación <strong>de</strong> incertidumbre, pues no era imposible que hubiésemos disparado contra refuerzos nuestros<br />

que acudían a auxiliarnos.<br />

Por ello me tranquilizó ver que <strong>de</strong> vez en cuando salían <strong>de</strong> allá hacia nosotros Mamitas amarillas, que,<br />

<strong>de</strong> todos modos, se extinguían enseguida. Una bala hirió en el hombro a uno <strong>de</strong> mis soldados y el<br />

enfermero se puso a aten<strong>de</strong>rlo.<br />

—¡Alto el fuego!<br />

La voz <strong>de</strong> mando fue llegando lentamente a los tiradores y el fuego se calmó. Aquella acción había<br />

rebajado la tensión <strong>de</strong> nuestros nervios.<br />

Volvimos a pedir el santo y seña. Hice acopio <strong>de</strong> mis conocimientos <strong>de</strong> inglés y grité hacia el otro lado<br />

requerimientos persuasivos:<br />

—Come here, you are prisoners, hands up!<br />

A mis palabras respondió <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí un griterío <strong>de</strong> muchas voces; algunos <strong>de</strong> los nuestros aseveraban<br />

que sonaba como «¡venganza, venganza!». Un tirador solitario salió <strong>de</strong> la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l bosque y avanzó hacia<br />

nosotros. Alguien cometió el error <strong>de</strong> gritarle:<br />

—¡El santo y seña!<br />

Desconcertado, se paró y dio media vuelta. Era claro que trataba <strong>de</strong> reconocer el terreno.<br />

—¡Pegadle un tiro!<br />

Una docena <strong>de</strong> disparos; aquella figura humana se <strong>de</strong>splomó y quedó perdida en la alta hierba.<br />

Este entreacto nos llenó <strong>de</strong> satisfacción. En la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l bosque volvía a oírse aquel vocerío extraño y<br />

confuso; sonaba como si los atacantes se animasen unos a otros a lanzarse contra aquellos <strong>de</strong>fensores<br />

misteriosos.<br />

En un estado <strong>de</strong> máxima tensión mirábamos fijamente la oscura lin<strong>de</strong>. Comenzaba a amanecer y una<br />

bruma ligera se alzaba <strong>de</strong>l prado.<br />

Se nos ofreció entonces un espectáculo infrecuente en aquella guerra en la que predominaban las armas<br />

<strong>de</strong> largo alcance. De la oscuridad <strong>de</strong>l sotobosque se <strong>de</strong>stacó una hilera <strong>de</strong> sombras que salió a la pra<strong>de</strong>ra y<br />

quedó allí al <strong>de</strong>scubierto. Cinco, diez, quince, toda una fila. Manos temblorosas quitaron el seguro a<br />

nuestros fusiles. Aquellas sombras se fueron acercando a cincuenta, a treinta, a quince metros...<br />

—¡Fuegooo!<br />

Los fusiles estuvieron crepitando unos minutos. Saltaban chispas cuando el plomo chocaba con<br />

violencia contra las armas y los cascos <strong>de</strong> <strong>acero</strong>.<br />

De repente, un grito:<br />

—¡Cuidado por la izquierda!<br />

Des<strong>de</strong> el extremo <strong>de</strong> ese lado corría hacia nosotros un grupo <strong>de</strong> atacantes; a su frente iba una figura<br />

gigantesca, que nos apuntaba con su revólver y blandía una maza blanca.<br />

—Pelotón <strong>de</strong> la izquierda, ¡media vuelta a la izquierda!<br />

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