Tempestades de acero
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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />
Desenfundamos las pistolas y atravesamos nuestra alambrada; por ella volvían ya a rastras los<br />
primeros heridos.<br />
Miré a mi <strong>de</strong>recha y a mi izquierda. La línea que separaba los pueblos ofrecía una extraña estampa. En<br />
los embudos situados <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la trinchera enemiga, que había sido removida y zaran<strong>de</strong>ada por la<br />
tormenta <strong>de</strong> fuego, aguardaban impacientes, agrupados por compañías, los batallones <strong>de</strong> ataque, en un<br />
frente que los ojos eran incapaces <strong>de</strong> abarcar. A la vista <strong>de</strong> las masas allí acumuladas me pareció que la<br />
ruptura <strong>de</strong>l frente enemigo era segura. ¿Pero dispondríamos también <strong>de</strong> energías suficientes para dispersar<br />
las reservas enemigas y para aislarlas y aniquilarlas? Estaba convencido <strong>de</strong> que así sería. Parecía haber<br />
llegado la lucha final, el último asalto. Allí se iba a dirimir el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> pueblos enteros, allí estaba en<br />
juego el porvenir <strong>de</strong>l mundo. Percibí el significado <strong>de</strong> aquella hora y creo que en aquel momento todos<br />
sintieron que su realidad personal se diluía y que el miedo los abandonaba.<br />
La atmósfera era extraña, se hallaba enar<strong>de</strong>cida por una tensión altísima. Los oficiales estaban <strong>de</strong> pie e<br />
intercambiaban bromas nerviosas. Vi a Solemacher en medio <strong>de</strong> su pequeña plana mayor; llevaba puesto<br />
el capote, como un cazador que en una jornada fría aguarda la hora <strong>de</strong> la batida, y en la mano tenía una<br />
pipa semilarga <strong>de</strong> cazoleta ver<strong>de</strong>. Nos hicimos señas fraternales. A menudo ocurría que una <strong>de</strong> nuestras<br />
minas <strong>de</strong> grueso calibre venía <strong>de</strong>masiado corta <strong>de</strong> tiro; al caer levantaba un surtidor <strong>de</strong> la altura <strong>de</strong> un<br />
campanario y rociaba <strong>de</strong> tierra a quienes allí aguardaban impacientes, pero ni uno solo bajaba la cabeza.<br />
El estruendo <strong>de</strong> la batalla se había vuelto tan terrible que nadie permanecía ya en su sano juicio.<br />
Tres minutos antes <strong>de</strong>l ataque me hizo señas Vinke con una cantimplora llena <strong>de</strong> aguardiente. Eché un<br />
trago largo. Era como si ingiriese simplemente agua. Lo único que faltaba era el «puro <strong>de</strong> la ofensiva»; la<br />
presión <strong>de</strong>l aire me apagó tres veces la cerilla.<br />
El gran momento había llegado. La apisonadora <strong>de</strong> fuego rodaba hacia las primeras trincheras.<br />
Iniciamos el ataque.<br />
La rabia estalló como una tempestad. Millares <strong>de</strong> hombres tenían que haber muerto ya, eso era algo<br />
que se presentía. Aunque el cañoneo continuaba, pareció hacerse el silencio, como si el fuego perdiera su<br />
energía soberana.<br />
La tierra <strong>de</strong> nadie estaba abarrotada <strong>de</strong> atacantes; <strong>de</strong> uno en uno, o en unida<strong>de</strong>s pequeñas, o en masas<br />
compactas, avanzaban hacia el telón <strong>de</strong> fuego. No corrían, tampoco se ponían a cubierto cuando en medio<br />
<strong>de</strong> ellos se alzaban penachos <strong>de</strong> humo altos como torres. Se dirigían hacia la trinchera enemiga con pasos<br />
torpes, pero incontenibles. Parecía que la vulnerabilidad hubiera quedado en suspenso.<br />
Uno se sentía también solo en medio <strong>de</strong> aquellas masas que se habían puesto en pie; las distintas<br />
unida<strong>de</strong>s estaban entremezcladas. Yo había perdido <strong>de</strong> vista a mis hombres; se habían disuelto como una<br />
ola en la marea. Únicamente Vinke y un voluntario llamado Haake permanecían a mi lado. En mi mano<br />
<strong>de</strong>recha empuñaba la pistola, en la izquierda llevaba una fusta <strong>de</strong> caña <strong>de</strong> bambú. Aunque sentía mucho<br />
calor, aún llevaba puesto el largo capote y también, como mandaban las or<strong>de</strong>nanzas, los guantes. Mientras<br />
íbamos avanzando se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> nosotros una ira propia <strong>de</strong> energúmenos. Un po<strong>de</strong>rosísimo <strong>de</strong>seo <strong>de</strong><br />
matar daba alas a nuestros pies. La rabia me arrancaba lágrimas amargas.<br />
La monstruosa voluntad <strong>de</strong> exterminio que sobre el campo <strong>de</strong> batalla gravitaba se concentraba en los<br />
cerebros y los sumergía en una niebla roja. Entre sollozos y tartamu<strong>de</strong>os nos gritábamos unos a otros<br />
frases incompletas, y un observador imparcial habría podido tal vez creer que <strong>de</strong> nosotros se había<br />
apo<strong>de</strong>rado un exceso <strong>de</strong> felicidad.<br />
Atravesamos sin dificultad una <strong>de</strong>strozada maraña <strong>de</strong> alambres y <strong>de</strong> un salto cruzamos la primera<br />
trinchera enemiga, apenas reconocible. Parecida a una hilera <strong>de</strong> fantasmas, la oleada <strong>de</strong> asalto iba<br />
danzando a través <strong>de</strong> vapores blancos, hirvientes, y <strong>de</strong>jó atrás una zanja arrasada. Allí no quedaban ya<br />
adversarios.<br />
En contra <strong>de</strong> todo lo que cabía esperar, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la segunda línea abrieron fuego <strong>de</strong> ametralladora contra<br />
nosotros. De un salto me metí, junto con mis acompañantes, en un embudo. Un segundo <strong>de</strong>spués se oyó<br />
un estampido horroroso y caí <strong>de</strong> bruces. Vinke me agarró por el cuello <strong>de</strong> la guerrera y me dio la vuelta:<br />
—¿Está herido, mi alférez?<br />
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