Tempestades de acero
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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />
los sueños por la constante espera <strong>de</strong> un ataque por sorpresa. A uno le parecía que acababa <strong>de</strong> volver a<br />
nacer cuando, el primer día <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso, había tomado un baño y quitado al vestuario la suciedad <strong>de</strong> la<br />
trinchera. Hacíamos instrucción y gimnasia en los prados para <strong>de</strong>sentumecer nuestros oxidados huesos y<br />
para <strong>de</strong>spertar otra vez nuestra sociabilidad, pues durante las largas guardias nocturnas nos habíamos ido<br />
convirtiendo en unos solitarios. Esto nos ponía en forma para las graves jornadas que <strong>de</strong> nuevo vendrían.<br />
En los primeros tiempos las compañías marchaban por turnos a la primera línea para realizar allí labores<br />
<strong>de</strong> excavación durante la noche. Esta fatigosa ocupación doble quedó suspendida más tar<strong>de</strong> por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />
nuestro coronel von Oppen, que era una persona inteligente. La seguridad <strong>de</strong> una posición se basa en el<br />
vigor y en el inexhausto coraje <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>fensores, no en que sus caminos <strong>de</strong> acceso tengan una estructura<br />
enmarañada ni en que sean muy profundas las trincheras don<strong>de</strong> se combate.<br />
Douchy ofrecía a sus grises habitantes, durante las horas libres, bastantes clases <strong>de</strong> esparcimiento. Aún<br />
estaban abiertas numerosas cantinas repletas <strong>de</strong> comestibles y <strong>de</strong> bebidas; existía un salón <strong>de</strong> lectura, así<br />
como un salón-café, y más tar<strong>de</strong> hubo incluso una sala <strong>de</strong> cine, instalada con todo primor en un gran<br />
pajar. Los oficiales disponían <strong>de</strong> un casino magníficamente amueblado y <strong>de</strong> una bolera, situada en el<br />
jardín <strong>de</strong> la casa parroquial. A menudo se celebraban fiestas propias <strong>de</strong> la compañía, según los viejos y<br />
buenos usos alemanes, en ellas los mandos y la tropa rivalizaban en beber. No quisiera olvidar tampoco<br />
las fiestas en que hacíamos matanza; en ellas se veían obligados a <strong>de</strong>jar su vida los cerdos <strong>de</strong> la compañía,<br />
que habían sido excelentemente engordados con las sobras <strong>de</strong> las cocinas <strong>de</strong> campaña.<br />
La población civil seguía viviendo en la al<strong>de</strong>a, por ello el espacio se aprovechaba al máximo y <strong>de</strong><br />
todas las maneras posibles. En una parte <strong>de</strong> los jardines se habían construido acuartelamientos y abrigosviviendas;<br />
un gran huerto <strong>de</strong> legumbres que estaba en el centro <strong>de</strong> la al<strong>de</strong>a había sido transformado en la<br />
«Plaza <strong>de</strong> la Iglesia»; otro, al que llamábamos «Plaza <strong>de</strong> Emmich», en un parque <strong>de</strong> recreo. Allí se<br />
hallaban, en dos abrigos cubiertos con troncos, el salón-barbería y el salón <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ntista. Un gran prado<br />
que había junto a la iglesia hacía las veces <strong>de</strong> cementerio; casi todos los días marchaba allí una compañía<br />
para dar escolta por última vez, mientras se entonaba una coral, a uno o varios camaradas.<br />
En el plazo <strong>de</strong> un año le había crecido encima a aquella <strong>de</strong>crépita al<strong>de</strong>úcha rural, como un parásito<br />
enorme, toda una ciudad militar. Bajo ésta resultaba casi irreconocible la vieja y pacífica fisonomía <strong>de</strong> la<br />
al<strong>de</strong>a. En el estanque los dragones bañaban a sus caballos; en los jardines hacía instrucción la infantería;<br />
en los prados se tendían los soldados a tomar baños <strong>de</strong> sol. Todas las instalaciones se iban <strong>de</strong>smoronando;<br />
en perfecto estado hallábase tan sólo aquello que guardaba relación con el combate. Las vallas y los setos<br />
habían sido <strong>de</strong>rribados o se los había hecho <strong>de</strong>saparecer para mejorar las comunicaciones; en todas las<br />
esquinas brillaban, en cambio, los gran<strong>de</strong>s cartelones que indicaban las direcciones. Mientras se hundían<br />
los techos y poco a poco íbamos quemando los muebles <strong>de</strong> las casas para calentarnos, surgieron<br />
instalaciones telefónicas y líneas eléctricas. Partiendo <strong>de</strong> los sótanos <strong>de</strong> los edificios se habían abierto<br />
galerías subterráneas con el fin <strong>de</strong> ofrecer a quienes allí habitaban un refugio seguro en caso <strong>de</strong><br />
bombar<strong>de</strong>o. La tierra proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la excavación <strong>de</strong> aquellas galerías se había <strong>de</strong>jado<br />
<strong>de</strong>spreocupadamente amontonada en los jardines. No había en toda la al<strong>de</strong>a ninguna frontera divisoria ni<br />
ninguna propiedad individual.<br />
La población francesa había sido confinada en la salida hacia Monchy. Los niños jugaban en los<br />
umbrales <strong>de</strong> edificios que se hallaban en estado ruinoso y los viejos se <strong>de</strong>slizaban encorvados por entre<br />
aquel trajín nuevo que indudablemente les había vuelto extraños, sin la menor consi<strong>de</strong>ración, los lugares<br />
en que habían pasado toda su vida. Los jóvenes <strong>de</strong>l pueblo tenían que presentarse todas las mañanas y el<br />
comandante <strong>de</strong> la plaza, el teniente Oberlan<strong>de</strong>r, los distribuía en grupos para que cultivasen las tierras<br />
comunales. Nosotros no teníamos ningún contacto con los vecinos, salvo cuando les llevábamos nuestra<br />
ropa interior para que nos la lavasen o cuando les comprábamos mantequilla y huevos.<br />
Una <strong>de</strong> las imágenes curiosas <strong>de</strong> aquella ciudad <strong>de</strong> soldados la constituían dos pequeños franceses;<br />
eran huérfanos y se habían agregado a la tropa. Aquellos muchachos, uno <strong>de</strong> los cuales podría tener unos<br />
ocho años y el otro doce, iban vestidos <strong>de</strong>l mismo color «gris <strong>de</strong> campaña» que nuestros soldados y<br />
hablaban alemán con toda flui<strong>de</strong>z. Siempre que se referían a sus compatriotas, los calificaban <strong>de</strong><br />
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