Tempestades de acero
Tempestades de acero
Tempestades de acero
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />
la carne, que era <strong>de</strong> un color negro rojizo, brillaban los cartílagos blancos. Me resultaba difícil<br />
compren<strong>de</strong>r nada. Al lado yacía, tendido <strong>de</strong> espaldas, un hombre joven; sus ojos estaban vidriosos; sus<br />
puños, congelados en la posición <strong>de</strong> disparar. Mirar aquellos ojos muertos, inquisitivos, producía una<br />
sensación extraña — jamás <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> sentir en la guerra un escalofrío en estos casos. Los bolsillos <strong>de</strong> aquel<br />
joven estaban vueltos hacia fuera y junto a él se hallaba su <strong>de</strong>svalijado portamonedas.<br />
Fui caminando lentamente a lo largo <strong>de</strong> la <strong>de</strong>vastada trinchera sin que en ningún momento me<br />
importunase el fuego. Era el breve tiempo <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso <strong>de</strong> las mañanas; con mucha frecuencia fue luego<br />
ése el único momento <strong>de</strong> respiro que tuve en los campos <strong>de</strong> batalla. Aquel día lo aproveché para examinar<br />
bien todo; no sentía la menor preocupación y me encontraba en un agradable estado <strong>de</strong> ánimo. Las armas<br />
extrañas, la oscuridad <strong>de</strong> los abrigos, el variopinto contenido <strong>de</strong> las mochilas — todo me resultaba nuevo<br />
y enigmático. Me metí en el bolsillo munición francesa, abrí la cremallera <strong>de</strong> una lona <strong>de</strong> tienda <strong>de</strong><br />
campaña, que era suave como la seda, y cogí como botín una cantimplora envuelta en un paño azul; a los<br />
tres pasos arrojé todo aquello. Una hermosa camisa rayada que estaba en el suelo junto al <strong>de</strong>strozado<br />
equipaje <strong>de</strong> un oficial me indujo a <strong>de</strong>spojarme con rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> mi uniforme y a cubrirme <strong>de</strong> pies a cabeza<br />
con ropa interior nueva. Me sentí muy contento al notar en la piel el agradable cosquilleo <strong>de</strong> la fresca tela.<br />
Equipado <strong>de</strong> esta manera, anduve buscando un rincón soleado en la trinchera; allí me senté sobre un<br />
ma<strong>de</strong>ro y para <strong>de</strong>sayunar abrí con la bayoneta una redonda lata <strong>de</strong> caldo <strong>de</strong> carne. Luego me cargué una<br />
pipa y estuve hojeando las numerosas revistas francesas que por allí andaban <strong>de</strong>sparramadas; por las<br />
fechas pu<strong>de</strong> ver que algunas <strong>de</strong> ellas habían sido enviadas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Verdun a las trincheras el día anterior.<br />
No consigo <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> sentir un ligero escalofrío cada vez que recuerdo que, durante aquel <strong>de</strong>scanso que<br />
me tomé para <strong>de</strong>sayunar, estuve intentando <strong>de</strong>satornillar un pequeño y extraño artefacto que yacía <strong>de</strong>lante<br />
<strong>de</strong> mí en el piso <strong>de</strong> la trinchera; por razones imposibles <strong>de</strong> averiguar, creía ver en él una «linterna <strong>de</strong><br />
asalto». Hasta mucho más tar<strong>de</strong> no caí en la cuenta <strong>de</strong> que aquel objeto con el que había estado<br />
jugueteando era una granada <strong>de</strong> mano que tenía quitado el seguro.<br />
Al irse aclarando el día comenzó a disparar una batería alemana <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un bosquecillo situado<br />
inmediatamente <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la trinchera. El enemigo no tardó mucho tiempo en dar respuesta. Un fuerte<br />
estampido a mis espaldas me sobresaltó <strong>de</strong> repente y vi cómo se elevaba vertical una bola <strong>de</strong> humo. Aún<br />
no estaba familiarizado con los ruidos <strong>de</strong> la guerra y esto hacía que fuera incapaz <strong>de</strong> discernir los silbidos,<br />
siseos y estruendos producidos por nuestras bocas <strong>de</strong> fuego <strong>de</strong> los estampidos crepitantes causados por las<br />
granadas enemigas, que iban cayendo a intervalos cada vez más cortos; <strong>de</strong> nada <strong>de</strong> aquello lograba<br />
hacerme una i<strong>de</strong>a. Sobre todo me resultaba imposible encontrar una explicación al hecho <strong>de</strong> que los<br />
proyectiles viniesen hacia mí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> todos los lados, <strong>de</strong> modo que sus zumbantes trayectorias se<br />
entrecruzaban por encima <strong>de</strong> la maraña <strong>de</strong> los elementos <strong>de</strong> trinchera por los que nosotros nos<br />
encontrábamos diseminados sin que en nada <strong>de</strong> aquello hubiera aparentemente un plan. Este efecto, <strong>de</strong>l<br />
cual no veía la causa, me inquietó y me dio que pensar. Seguía enfrentándome al mecanismo <strong>de</strong> la guerra<br />
como una persona sin experiencia — era un recluta. Las manifestaciones <strong>de</strong> la voluntad <strong>de</strong> lucha me<br />
parecían extrañas e incoherentes, como si fueran sucesos que ocurrieran en otro planeta. En medio <strong>de</strong><br />
todo aquello, no era propiamente miedo lo que yo sentía; tenía la impresión <strong>de</strong> que no me veían y por ello<br />
tampoco podía creer que me tomasen como blanco ni que pudieran herirme. Y así, una vez que me reuní<br />
con mi pelotón, me <strong>de</strong>diqué a observar con gran indiferencia el terreno que ante nosotros se extendía. Era<br />
el mío el valor propio <strong>de</strong> la inexperiencia. En mi libreta <strong>de</strong> bolsillo iba apuntando los tiempos en que<br />
<strong>de</strong>crecía o aumentaba el tiroteo; también más tar<strong>de</strong> solía hacer esto en días como aquél.<br />
Hacia el mediodía el fuego <strong>de</strong> artillería se incrementó hasta llegar a convertirse en una danza salvaje.<br />
Continuamente se alzaban llamaradas a nuestro alre<strong>de</strong>dor. Nubes blancas se entremezclaban con otras<br />
negras y amarillas. En especial aquellas granadas que en su trayectoria iban <strong>de</strong>jando un humo negro, y<br />
que los guerreros veteranos <strong>de</strong>nominaban «americanas» o «cajas <strong>de</strong> carbón», rasgaban el aire con una<br />
siniestra potencia rompedora. En medio <strong>de</strong> ellas gorjeaban por <strong>de</strong>cenas las espoletas; era muy peculiar el<br />
sonido que producían, recordaba el canto <strong>de</strong> los canarios. Sus secciones, en las que se colaba el aire<br />
produciendo trinos como <strong>de</strong> flauta, iban <strong>de</strong>slizándose, parecidas a relojes <strong>de</strong> música fabricados en cobre o<br />
a insectos metálicos, por encima <strong>de</strong>l prolongado rumor <strong>de</strong> oleaje causado por las granadas al reventar. Un<br />
hecho curioso es que los pajarillos <strong>de</strong>l bosque no parecían preocupados en absoluto por aquel estruendo<br />
19