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Tempestades de acero

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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />

estaba asfaltado <strong>de</strong> hormigón en muchos lugares, <strong>de</strong> manera que, aunque cayeran gran<strong>de</strong>s chaparrones, el<br />

agua <strong>de</strong> lluvia corría con mucha facilidad.<br />

Mi galería era profunda y estaba llena <strong>de</strong> goteras. Tenía una particularidad que no me gustaba, y es que<br />

en aquella zona pululaban, en lugar <strong>de</strong> los habituales piojos, sus mucho más ágiles parientes. Parece que<br />

estas dos especies mantienen entre sí las mismas relaciones hostiles que los turones y las ratas domésticas.<br />

De nada servían allí los habituales cambios <strong>de</strong> ropa, pues los saltarines parásitos se emboscaban<br />

insidiosamente en la paja <strong>de</strong> los camastros. Desesperado, el durmiente acababa quitándose <strong>de</strong> encima la<br />

manta para organizar una batida a fondo <strong>de</strong> aquellos bichos.<br />

También el rancho <strong>de</strong>jaba mucho que <strong>de</strong>sear. Lo único que nos daban, aparte <strong>de</strong>l sopicaldo <strong>de</strong>l<br />

mediodía, era la tercera parte <strong>de</strong> un pan, que iba acompañado <strong>de</strong> un aditamento ridículamente pequeño,<br />

consistente casi siempre en mermelada medio estropeada. Una rata gorda, que en vano intenté atrapar<br />

varias veces, se comía la mitad <strong>de</strong> mis alimentos.<br />

Las compañías <strong>de</strong> reserva y las que estaban en período <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso se albergaban en unos barracones<br />

viejísimos escondidos en las profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l bosque. A mí me gustaba especialmente el alojamiento<br />

que tenía en el lugar don<strong>de</strong> estaban acantonadas las compañías <strong>de</strong> reserva, el <strong>de</strong>nominado «Campamento<br />

<strong>de</strong>l Tocón», el cual se encontraba pegado al ángulo muerto <strong>de</strong> la pendiente <strong>de</strong> un estrecho barranco <strong>de</strong>l<br />

bosque. Allí habitaba yo una cabaña diminuta, medio empotrada en la pendiente y ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> cerezos<br />

silvestres y <strong>de</strong> avellanos. La ventana <strong>de</strong> la cabaña ofrecía una vista panorámica <strong>de</strong> las crestas <strong>de</strong> las<br />

colinas que quedaban enfrente, las cuales estaban cubiertas <strong>de</strong> bosques, así como <strong>de</strong> una estrecha zona <strong>de</strong><br />

prados, regada por un arroyo, que se hallaba en el fondo <strong>de</strong>l barranco. En aquel lugar me divertía<br />

alimentando a innumerables arañas cruceras que habían tejido sus gran<strong>de</strong>s re<strong>de</strong>s redondas en la maleza.<br />

Una colección <strong>de</strong> botellas <strong>de</strong> todo tipo, amontonadas junto a la pared trasera <strong>de</strong> mi blocao, revelaba que<br />

más <strong>de</strong> un eremita había pasado allí muchas horas <strong>de</strong>dicado a la vida contemplativa; también yo me<br />

apliqué a no <strong>de</strong>jar <strong>de</strong>satendidos los dignos usos <strong>de</strong>l lugar. Al atar<strong>de</strong>cer ascendían <strong>de</strong>l fondo <strong>de</strong>l barranco<br />

las nieblas, que se mezclaban con la pesada humareda blanca <strong>de</strong> la fogata que yo encendía; entonces, a<br />

primera hora <strong>de</strong> la noche, me sentaba en cuclillas, <strong>de</strong>jando la puerta abierta, entre la fresca brisa otoñal y<br />

el calor <strong>de</strong> la hoguera, y me parecía que lo que iba bien con aquello era una bebida pacífica: vino tinto y<br />

coñac con huevo, mitad y mitad. Me bebía mi mezcla en un vaso panzudo. A ello se añadía la lectura <strong>de</strong><br />

algún libro; y también continuaba escribiendo mis apuntes. Estas fiestas silenciosas me ayudaban<br />

asimismo a consolarme <strong>de</strong>l hecho <strong>de</strong> que hubiese tomado el mando <strong>de</strong> mi compañía un oficial <strong>de</strong> edad<br />

madura que acababa <strong>de</strong> llegar <strong>de</strong>l batallón <strong>de</strong> <strong>de</strong>pósito, pero que tenía más años <strong>de</strong> servicio que yo, y<br />

hubiera <strong>de</strong> volver a realizar, como jefe <strong>de</strong> sección, el aburrido servicio <strong>de</strong> trincheras. Me atenía a mi vieja<br />

costumbre y procuraba eludir mediante frecuentes patrullas las inacabables guardias.<br />

El 24 <strong>de</strong> agosto un casco <strong>de</strong> metralla <strong>de</strong> una granada hirió al valiente capitán <strong>de</strong> caballería Bóckelmann<br />

— era el tercer jefe <strong>de</strong> batallón que mi regimiento perdía en poco tiempo.<br />

Durante el servicio <strong>de</strong> trincheras hice amistad con el suboficial Kloppmann; era un hombre ya algo<br />

mayor, casado, y se distinguía por su gran acometividad. Kloppmann era uno <strong>de</strong> esos hombres en los que<br />

no es posible <strong>de</strong>scubrir el menor punto flaco en lo que toca al valor; entre un centenar no se encuentra<br />

más que uno como él. Nos pusimos <strong>de</strong> acuerdo para ir a echar un vistazo a las trincheras <strong>de</strong> los franceses<br />

y el 29 <strong>de</strong> agosto les hicimos la primera visita.<br />

Avanzamos a rastras hasta una brecha que Kloppmann mismo había abierto con sus tijeras la noche<br />

anterior en la alambrada enemiga. Nos encontramos con la <strong>de</strong>sagradable sorpresa <strong>de</strong> que los alambres<br />

estaban otra vez empalmados. A pesar <strong>de</strong> ello volvimos a cortarlos, haciendo mucho ruido, y penetramos<br />

en la trinchera francesa. Largo tiempo estuvimos acechando <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l primer través que encontramos.<br />

Luego avanzamos sigilosamente; fuimos siguiendo un hilo telefónico que terminaba en una bayoneta<br />

clavada en la tierra. En muchos lugares había alambres que bloqueaban la posición, incluso había en un<br />

sitio una puerta <strong>de</strong> rejas; pero la posición misma no se hallaba ocupada. Estuvimos mirando todo aquello<br />

con mucho <strong>de</strong>tenimiento; luego regresamos por el mismo camino y volvimos a cerrar cuidadosamente la<br />

brecha, para disimular nuestra visita.<br />

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