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Tempestades de acero

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Ernst Jünger El bosquecillo 125<br />

De la al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Puisieux sale, en dirección noroeste, una larga trinchera que durante cierto trecho corre<br />

paralela al camino que va <strong>de</strong> Puisieux a Hébuterne; el suelo <strong>de</strong> ese camino está removido por<br />

innumerables proyectiles. La mencionada trinchera se <strong>de</strong>svía luego hacia el Bosquecillo 125, tras haber<br />

cortado numerosas trincheras en mejor o peor estado, así como la línea principal <strong>de</strong> resistencia. A esa<br />

trinchera le hemos puesto el nombre <strong>de</strong> «Camino <strong>de</strong> Puisieux». Ya la expresión con que nos referimos a<br />

ella indica que esa trinchera no está <strong>de</strong>stinada a la lucha, sino a la comunicación. Su trazado poco curvo lo<br />

manifiesta también. Lo que en esa trinchera hay que hacer es, sobre todo, avanzar; sus curvas tienen<br />

únicamente la amplitud necesaria para que una ráfaga <strong>de</strong> shrapnels no barra <strong>de</strong>masiado terreno. No hay<br />

en el Camino <strong>de</strong> Puisieux esos traveses enormes que triplican la longitud <strong>de</strong> una posición y que<br />

constituyen, cada dos <strong>de</strong> ellos, una pequeña fortaleza. Carece asimismo <strong>de</strong> parapeto y <strong>de</strong> la empalizada <strong>de</strong><br />

la que cuelgan las armas; y no tiene, en fin, las po<strong>de</strong>rosas <strong>de</strong>fensas traseras que, cual si fueran montañas,<br />

arrojan su sombra en lo hondo <strong>de</strong> la trinchera. Por ello el Camino <strong>de</strong> Puisieux tampoco ejerce sobre el<br />

ánimo ese hechizo tenebroso que es peculiar <strong>de</strong> la trinchera <strong>de</strong> lucha.<br />

De noche ese camino ofrece, <strong>de</strong> todos modos, un aspecto muy animado, pues es una <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s<br />

arterias <strong>de</strong> nuestra posición, una <strong>de</strong> esas venas que en el mapa <strong>de</strong>l enemigo están marcadas como<br />

corrientes <strong>de</strong> sangre roja o azul. En ese mapa están apuntadas unas sencillas cifras junto a los sitios don<strong>de</strong><br />

el Camino <strong>de</strong> Puisieux se entrelaza con otras trincheras para formar una red, o alcanza el punto más alto<br />

<strong>de</strong> una colina, o se alza a su lado un árbol que llama la atención. Unidas a otras, esas cifras están<br />

colgadas, en el lado enemigo, en las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> hormigón <strong>de</strong> los abrigos <strong>de</strong> la artillería. Cuando al<br />

apuntador que está <strong>de</strong> servicio le gritan esas cifras, dispone <strong>de</strong> acuerdo con ellas sus dos ángulos, el <strong>de</strong><br />

dirección y el <strong>de</strong> altura; y cuando acciona el disparador <strong>de</strong> su pieza, no conoce siquiera los lugares a los<br />

que envía sus trozos <strong>de</strong> hierro. Pero allí don<strong>de</strong> los proyectiles disparados por el apuntador explotan con<br />

una llamarada, se dispersa rápidamente una sección <strong>de</strong> hombres que acaban <strong>de</strong> ser relevados y que,<br />

llevando encima una pesada carga, se creían ya seguros, o un pelotón <strong>de</strong> soldados arroja a toda prisa los<br />

rollos <strong>de</strong> alambres y los marcos <strong>de</strong> chapa que portaban sobre sus espaldas y corren a refugiarse en las<br />

angostas cavida<strong>de</strong>s en forma <strong>de</strong> hornacina excavadas en los talu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> las trincheras. Tal vez pasen por<br />

allí, en el momento <strong>de</strong> la explosión, dos hombres que llevan colgado <strong>de</strong> un palo apoyado en sus hombros<br />

un bulto extraño, <strong>de</strong> cuya envoltura salen dos manos amarillas como la cera. Notan que la Muerte que<br />

ellos mismos llevan a cuestas se lanza ahora en su persecución; por ello salen corriendo a ciegas y se<br />

meten en un ramal en el que acaban <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir una vieja y mohosa galería subterránea. Allí aguardan,<br />

ja<strong>de</strong>antes, hasta que afuera se hace el silencio y pue<strong>de</strong>n volver a buscar al hombre que, habiendo perdido<br />

la vida, ha perdido también el miedo.<br />

Todo el mundo se siente contento, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, cuando por la noche ha <strong>de</strong>jado a sus espaldas la<br />

trinchera <strong>de</strong> comunicación; la gente lleva tanta prisa que se aprieta en silencio contra las oscuras figuras<br />

humanas con que se cruza en el camino, aun cuando sería razonable que los seres humanos que coinci<strong>de</strong>n<br />

en ese lugar intercambiasen algunas palabras. En la trinchera <strong>de</strong> lucha marchan mejor las cosas; allí, al<br />

menos, la gente sabe a qué atenerse; aquí, por el contrario, reina la incertidumbre.<br />

Pero la imagen cambia en las primeras horas <strong>de</strong>l día, entre dos luces, cuando los hombres encargados<br />

<strong>de</strong> traer el rancho empren<strong>de</strong>n su peregrinación a la al<strong>de</strong>a. Marchan al <strong>de</strong>scubierto, ya que prefieren<br />

caminar por arriba, a campo traviesa, por los sen<strong>de</strong>ros que las pisadas han ido abriendo en la hierba, que<br />

no caminar por abajo, por el sinuoso piso <strong>de</strong> la trinchera, en don<strong>de</strong> a cada instante chocan las c<strong>acero</strong>las<br />

contra los talu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> barro. También les sigue pesando en el cuerpo la noche que acaban <strong>de</strong> pasar en vela,<br />

y se alegran <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r caminar por fin impetuosamente al aire libre. Sólo cuando los proyectiles<br />

comienzan a caer en sus cercanías se meten <strong>de</strong> un rápido salto en la trinchera; son como ratones que,<br />

siempre que el águila ratonera vuela por encima <strong>de</strong> ellos trazando círculos, <strong>de</strong>saparecen con celeridad en<br />

sus agujeros. A las balas <strong>de</strong> fusil que a veces pasan silbando a su lado sin rumbo fijo no les prestan mucha<br />

atención, pues todo está aún tan oscuro que ningún centinela avanzado enemigo pue<strong>de</strong> divisarlos.<br />

Pero cuando aquellos hombres regresan, una hora más tar<strong>de</strong>, en el mismo lugar <strong>de</strong> antes se estrella con<br />

tanta fuerza en sus cercanías una ráfaga <strong>de</strong> ametralladora, y se alzan tan próximas a ellos numerosas<br />

nubecillas <strong>de</strong> polvo, que queda claro que son ellos mismos, y sólo ellos, el blanco contra el que aquellas<br />

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