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Tempestades de acero

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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />

Mientras caminaba iba observando los animalillos que el cloro había matado y que en gran abundancia<br />

yacían en el suelo <strong>de</strong> la zanja. Pensaba para mí: «Pronto empezará otra vez el tiro <strong>de</strong> barrera; y como<br />

continúes vagando <strong>de</strong> este modo, te vas a encontrar aquí sin protección ninguna, como el ratón en la<br />

trampa». Pese a ello, me <strong>de</strong>jé llevar por mi incorregible flema.<br />

Y ocurrió, en efecto, que, cuando ya no me quedaban más que cincuenta metros para alcanzar el abrigo<br />

<strong>de</strong> mi compañía, me vi metido en un salvaje ataque artillero por sorpresa. Era tan intenso aquel fuego que<br />

parecía empresa completamente imposible salvar, sin ser herido, aquel pequeño tramo. Por suerte vi a mi<br />

lado una <strong>de</strong> aquellas cavida<strong>de</strong>s en forma <strong>de</strong> nicho que habían sido construidas en los talu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los<br />

ramales <strong>de</strong> aproximación para que las utilizasen los enlaces. Tres marcos <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> los usados en las<br />

galerías formaban aquel nicho; no era mucho, pero, en cualquier caso, era mejor que nada. Me apretujé<br />

allí <strong>de</strong>ntro y <strong>de</strong>jé pasar la tormenta por encima <strong>de</strong> mi cabeza.<br />

Había elegido, al parecer, el peor lugar <strong>de</strong> todos. Minas esféricas, gran<strong>de</strong>s y pequeñas, minas <strong>de</strong><br />

botella, shrapnels, matracas, granadas <strong>de</strong> todo tipo — era incapaz <strong>de</strong> distinguir los artefactos que allí<br />

confusamente zumbaban, gruñían, crujían. No pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> acordarme <strong>de</strong> mi buen sargento <strong>de</strong>l bosque<br />

<strong>de</strong> Les Eparges y <strong>de</strong> su aterrorizado grito: «¿Pero qué clase <strong>de</strong> artefactos son éstos?».<br />

A veces un único estampido infernal, que iba acompañado <strong>de</strong> llamaradas, <strong>de</strong>jaba completamente<br />

ensor<strong>de</strong>cido el oído. Después, un siseo agudo, incesante, producía la impresión <strong>de</strong> que se acercasen uno<br />

tras otro, zumbando, a una velocidad increíble, centenares <strong>de</strong> fragmentos <strong>de</strong> metralla <strong>de</strong> una libra <strong>de</strong> peso.<br />

En ocasiones caía, con un golpe seco, pesado, un proyectil que no estallaba; a su alre<strong>de</strong>dor la tierra<br />

temblaba. Por docenas reventaban los shrapnels, <strong>de</strong>licados como bombones fulminantes, y esparcían su<br />

<strong>de</strong>nsa nube <strong>de</strong> bolitas; <strong>de</strong>spués llegaban las vainas, con un resoplido. Cuando cerca <strong>de</strong> mí estallaba una<br />

granada, el barro caía al suelo con estruendo, como un goteo. Y en medio <strong>de</strong> todo aquello los fragmentos<br />

<strong>de</strong> metralla se clavaban en la tierra con un golpe seco.<br />

Describir estos ruidos es más fácil que soportarlos, pues el sentimiento asocia cada uno <strong>de</strong> los sonidos<br />

<strong>de</strong>l hierro chirriante con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la muerte. Y así, yo estaba acurrucado en aquel agujero, con las manos<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los ojos, mientras por mi mente <strong>de</strong>sfilaban todas las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> que un proyectil me<br />

alcanzase. Creo haber encontrado un símil que expresa muy bien la sensación peculiar que se experimenta<br />

en una situación como ésa, una situación en la que yo, al igual que todos los soldados <strong>de</strong> esta guerra, me<br />

he encontrado a menudo. Imagínese uno a sí mismo bien atado a un poste y amenazado continuamente<br />

por un sujeto que blan<strong>de</strong> un pesado martillo. Unas veces el martillo es lanzado hacia atrás para tomar<br />

impulso; otras avanza zumbando, hasta casi rozar el cráneo; luego chocó contra el poste, <strong>de</strong>l que salen<br />

volando astillas — a una situación como ésa correspon<strong>de</strong> exactamente lo que se siente cuando se está al<br />

<strong>de</strong>scubierto en medio <strong>de</strong> un bombar<strong>de</strong>o en serio. Yo tenía, por fortuna, un pequeño sentimiento<br />

subconsciente <strong>de</strong> confianza, ese sentimiento <strong>de</strong> que «todo saldrá bien», que se experimenta asimismo en<br />

el juego y que produce un efecto tranquilizante, aunque en modo alguno esté justificado. También aquel<br />

bombar<strong>de</strong>o llegó a su fin y pu<strong>de</strong> proseguir mi camino, pero ahora más <strong>de</strong>prisa.<br />

Siguiendo las normas <strong>de</strong>l «Comportamiento en caso <strong>de</strong> ataque <strong>de</strong> gas», <strong>de</strong> las que habíamos hecho<br />

tantas prácticas, en la primera línea todos los hombres estaban ocupados en engrasar sus fusiles; el cloro<br />

había ennegrecido por completo los cañones. Un sargento aspirante a oficial me enseñó con tristeza el<br />

nuevo fiador <strong>de</strong> su sable; había perdido su brillo plateado y adquirido, en cambio, un aspecto negroverdoso.<br />

En el lado enemigo todo estaba en calma, así es que volví a irme <strong>de</strong> allí con mis pelotones. En Monchy<br />

vimos sentada <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l puesto <strong>de</strong> socorro una muchedumbre <strong>de</strong> hombres intoxicados por el gas; se<br />

apretaban los costados con las manos, gemían y se ahogaban, mientras <strong>de</strong> sus ojos fluía agua. La cosa no<br />

era inofensiva en absoluto, algunos <strong>de</strong> ellos murieron días <strong>de</strong>spués, tras pa<strong>de</strong>cer dolores espantosos.<br />

Habíamos tenido que soportar un ataque <strong>de</strong> gas <strong>de</strong> cloro puro, un gas <strong>de</strong> combate que actúa sobre los<br />

pulmones corroyéndolos y quemándolos. A partir <strong>de</strong> aquel día <strong>de</strong>cidí no volver nunca más a salir sin<br />

llevar conmigo la máscara antigás; hasta entonces, haciendo gala <strong>de</strong> una ligereza increíble, muchas veces<br />

había <strong>de</strong>jado en el abrigo la máscara misma para meter en su estuche, como si éste fuera una bolsa <strong>de</strong><br />

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