Tempestades de acero
Tempestades de acero
Tempestades de acero
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Ernst Jünger El bosquecillo 125<br />
tenían varios kilómetros <strong>de</strong> longitud y ponían en comunicación los dos frentes a mucha profundidad por<br />
<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la superficie <strong>de</strong>l terreno. Para nosotros esto era muy <strong>de</strong>sagradable, pues los franceses disponían<br />
<strong>de</strong> la totalidad <strong>de</strong> los planos <strong>de</strong> las galerías <strong>de</strong> la explotación; en todo momento teníamos que estar<br />
prevenidos para enfrentarnos a patrullas enemigas que podían aparecer en nuestra retaguardia utilizando<br />
bocas <strong>de</strong>sconocidas, para nosotros.<br />
»Por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las trincheras <strong>de</strong> lucha ambos bandos excavaban, partiendo <strong>de</strong> las galerías <strong>de</strong> la<br />
explotación <strong>de</strong> carbón, un <strong>de</strong>nso tejido <strong>de</strong> galerías minadas. Casi a diario saltaba por los aires un tramo <strong>de</strong><br />
trinchera; entonces había que lanzarse al asalto <strong>de</strong>l embudo aún caliente, mientras <strong>de</strong> lo alto seguía<br />
cayendo una granizada <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ros y escombros. El primero que ocupaba el embudo había ganado la<br />
partida. En aquella época nos era preciso tener siempre encendido un cigarrillo; aún no poseíamos<br />
granadas <strong>de</strong> mano provistas <strong>de</strong> una espoleta <strong>de</strong> frotamiento, como ahora, sino que las granadas nos las<br />
fabricábamos nosotros mismos; <strong>de</strong> ellas pendía un pedazo <strong>de</strong> mecha al que aplicábamos el pitillo antes <strong>de</strong><br />
lanzarlas. Tal vez usted haya llegado todavía a conocerlas, eran unas latas provistas <strong>de</strong> un mango y llenas<br />
<strong>de</strong> una carga explosiva, así como <strong>de</strong> clavos viejos y trozos <strong>de</strong> plomo. Resultaban pesadas y poco<br />
manejables, pero la persona alcanzaba por ellas quedaba hecha trizas.<br />
»Día y noche permanecíamos abajo en las galerías, por turnos, siempre con las cargas explosivas a<br />
punto. A veces hacíamos pausas para escuchar y entonces oíamos un suave martillear, cavar y picar en<br />
todos aquellos lugares subterráneos; se parecía al ruido <strong>de</strong> la carcoma en la ma<strong>de</strong>ra. Aquel ruido tenue y<br />
continuo nos ponía más nerviosos que el aullido <strong>de</strong> las granadas al acercarse volando durante el día. Con<br />
frecuencia el ruido sonaba muy próximo y muy claro; entonces sabíamos que un adversario invisible y<br />
medio <strong>de</strong>snudo estaba realizando muy cerca <strong>de</strong> nosotros un trabajo en el que se jugaba la vida. Quién<br />
aplastaba a quién y lo <strong>de</strong>jaba para siempre enterrado en aquellas profundida<strong>de</strong>s era cosa que a menudo se<br />
<strong>de</strong>cidía en cuestión <strong>de</strong> segundos. Muchas veces he estado acurrucado en el agujero, con el micrófono al<br />
oído, intentando espiar el instante en que los <strong>de</strong>l otro lado interrumpían su trabajo con el fin <strong>de</strong> acercar a<br />
rastras las cajas <strong>de</strong> dinamita. Con el paso <strong>de</strong>l tiempo se fueron volviendo cada vez más cautos y hacían<br />
que algunos <strong>de</strong> sus hombres siguieran trabajando hasta el último segundo para así tapar el ruido causado<br />
por el arrastre y colocación <strong>de</strong> las pesadas cargas explosivas. Vivíamos como sobre un barril <strong>de</strong> pólvora<br />
encendido, tendría usted que haber estado allí. En una ocasión apenas tuvimos tiempo <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>r la<br />
mecha y echar a correr. La explosión fue tan fuerte que la onda expansiva mató a dos hombres que<br />
estaban trabajando en un pasillo transversal a trescientos metros <strong>de</strong> distancia.<br />
»Al día siguiente, mientras estábamos trabajando en un sitio distinto, nos ocurrió algo <strong>de</strong>mencial. De<br />
repente la tierra <strong>de</strong>sapareció <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nuestras azadas, la lámpara <strong>de</strong> acetileno quedó sepultada y ante<br />
nosotros se abrió un gran agujero. Antes <strong>de</strong> que nos diéramos realmente cuenta <strong>de</strong> lo sucedido, oímos a<br />
muy corta distancia unas voces nerviosas — habíamos topado con unos zapadores franceses. Como es<br />
natural, nos tiramos inmediatamente al suelo. Éramos tres; yo, que entonces era sargento aspirante a<br />
oficial, y dos zapadores; la única prenda <strong>de</strong> vestir que éstos llevaban encima eran los pantalones y se<br />
encontraban completamente <strong>de</strong>sarmados. La situación era muy <strong>de</strong>sagradable; olía a humo <strong>de</strong> cigarrillos y<br />
a sudor y se sentía casi corporalmente que allí muy cerca se hallaban al acecho seres humanos. Usted<br />
conoce esos instantes que prece<strong>de</strong>n al combate cuerpo a cuerpo; uno ja<strong>de</strong>a, pero maldice, por otro lado, la<br />
necesidad <strong>de</strong> inspirar aire. Estábamos completamente a oscuras; en medio <strong>de</strong> aquellas enormes masas <strong>de</strong><br />
tierra se me ocurrió pensar que estaba <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l hoyo ya excavado <strong>de</strong> mi sepultura.<br />
»Así permanecimos a la expectativa una hora por lo menos, sin hacer el menor movimiento. Uno <strong>de</strong><br />
los <strong>de</strong>l otro lado cometió por fin la estupi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> disparar. Ahora yo tenía un blanco y vacié el cargador <strong>de</strong><br />
mi pistola. Simultáneamente saltó hacia a<strong>de</strong>lante uno <strong>de</strong> nuestros zapadores, un minero <strong>de</strong> Westfalia, y<br />
golpeó con su azada. Encendí la linterna <strong>de</strong> bolsillo y miramos a nuestro alre<strong>de</strong>dor. Eran dos los franceses<br />
que allí había y los dos habían sido alcanzados por mis disparos. Dada la angostura <strong>de</strong>l pasillo era casi<br />
imposible, por otro lado, no acertar. Los dos estaban muertos; a uno lo había rematado el golpe <strong>de</strong> la<br />
azada.<br />
»Aquel <strong>de</strong>senlace feliz hizo que recobrásemos el ánimo y, como nos sentíamos picados por la<br />
curiosidad, <strong>de</strong>cidimos inspeccionar un poco, en dirección al enemigo, aquel pasillo que tan <strong>de</strong> repente se<br />
había abierto <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros. Hay situaciones en que el miedo casi nos <strong>de</strong>rrite; cuando estamos<br />
32