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Tempestades de acero

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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />

El preludio <strong>de</strong> la Batalla <strong>de</strong>l Somme<br />

A mediados <strong>de</strong> abril <strong>de</strong> 1916 se me or<strong>de</strong>nó que acudiese a Croisilles, pueblo situado en la retaguardia<br />

<strong>de</strong>l frente <strong>de</strong>fendido por nuestra división, para participar en un cursillo <strong>de</strong> perfeccionamiento; lo iba a<br />

dirigir el general Sontag, que mandaba la división. En aquel cursillo nos impartieron enseñanzas teóricas<br />

y prácticas <strong>de</strong> varias materias militares especiales. Muy atractivos fueron, sobre todo, los ejercicios<br />

tácticos <strong>de</strong> caballería. Los dirigía el comandante von Jarotzky, un rechoncho y bajito oficial <strong>de</strong> Estado<br />

Mayor; a menudo se acaloraba mucho cuando estaba <strong>de</strong> servicio, por lo que le pusimos el nombre <strong>de</strong><br />

«hornillo automático». También hicimos frecuentes excursiones y visitas a las instalaciones <strong>de</strong> la<br />

retaguardia, que en la mayoría <strong>de</strong> los casos parecían haber brotado <strong>de</strong>l suelo como por arte <strong>de</strong> magia. A<br />

nosotros, que estábamos habituados a mirar por encima <strong>de</strong>l hombro todo lo que quedase <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la<br />

primera línea, aquellas visitas nos dieron una i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l inmenso trabajo que se ejecutaba a la espalda <strong>de</strong> las<br />

tropas combatientes. Así, en Boyelles visitamos el mata<strong>de</strong>ro, el <strong>de</strong>pósito <strong>de</strong> víveres y el parque <strong>de</strong><br />

reparaciones <strong>de</strong> la artillería; en el bosque <strong>de</strong> Bourbon, el aserra<strong>de</strong>ro y el parque <strong>de</strong> ingenieros; en Inchy, la<br />

vaquería, el cria<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> cerdos y el campo <strong>de</strong> recuperación <strong>de</strong> <strong>de</strong>sechos <strong>de</strong> animales; en Quéant, el campo<br />

<strong>de</strong> aviación y la pana<strong>de</strong>ría. Los domingos acudíamos a las ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Cambrai, Douai y Valenciennes,<br />

que quedaban cerca, «para ver otra vez mujeres con sombrero».<br />

No estaría bien que yo silenciase, en este libro que expone tantas cosas cruentas, una aventura en la<br />

que <strong>de</strong>sempeñé un papel bastante cómico. El invierno anterior, mientras nuestro batallón era huésped <strong>de</strong>l<br />

rey <strong>de</strong> Quéant, me tocó hacer por vez primera, en mi calidad <strong>de</strong> joven oficial, una ronda <strong>de</strong> inspección <strong>de</strong><br />

los puestos <strong>de</strong> vigilancia. A la salida <strong>de</strong> Quéant me extravié; entré entonces en una casita pequeña y<br />

aislada que allí se encontraba para preguntar por el camino que conducía a un pequeño puesto <strong>de</strong> guardia<br />

situado en la estación <strong>de</strong>l ferrocarril. Me encontré con que la única persona que habitaba aquella casita era<br />

una muchacha <strong>de</strong> 16 años llamada Jeanne; su padre había fallecido hacía poco y ahora ella vivía sola allí.<br />

Me proporcionó la información que le pedí y luego se rió. Al preguntarle yo el motivo <strong>de</strong> su risa, dijo:<br />

—Vous éter bien jeune, je voudrais avoir votre <strong>de</strong>venir.<br />

En razón <strong>de</strong>l espíritu belicoso que en tales palabras se traslucía di entonces a aquella muchacha el<br />

nombre <strong>de</strong> Jeanne d'Arc; durante el período <strong>de</strong> lucha en las trincheras que a continuación vino me acordé<br />

más <strong>de</strong> una vez <strong>de</strong> aquella casita solitaria.<br />

Mientras estaba en Croisilles sentí una noche el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> hacer una excursión a caballo hasta aquella<br />

casita. Hice ensillar, y pronto <strong>de</strong>jé a mis espaldas el pueblo. Era una noche <strong>de</strong> mayo que parecía hecha a<br />

propósito para un paseo ecuestre como aquél. El trébol formaba gruesos cojines <strong>de</strong> color rojo oscuro en<br />

los prados, que estaban ro<strong>de</strong>ados por setos <strong>de</strong> majuelos; en las entradas <strong>de</strong> las al<strong>de</strong>as ardían en la<br />

oscuridad los gigantescos can<strong>de</strong>labros <strong>de</strong> los castaños en flor. Crucé a caballo Bullecourt y Ecoust sin<br />

presentir que dos años más tar<strong>de</strong>, en medio <strong>de</strong> un paisaje enteramente cambiado, me lanzaría al asalto<br />

contra las espantosas ruinas <strong>de</strong> aquellas al<strong>de</strong>as que ahora reposaban tan pacíficas en la noche, entre<br />

estanques y colinas. Unos cuantos civiles estaban <strong>de</strong>scargando todavía a aquella hora bombonas <strong>de</strong> gas en<br />

la pequeña estación <strong>de</strong> ferrocarril que yo había inspeccionado en otro tiempo. Los saludé y luego estuve<br />

un rato mirándolos. Pronto apareció ante mí la casita, con su tejado <strong>de</strong> color rojo salpicado <strong>de</strong> redondas<br />

manchas <strong>de</strong> musgo. Llamé a los postigos <strong>de</strong> la ventana, que ya estaban cerrados:<br />

—Qui est là?<br />

—Bon soir, Jeanne d'Arc!<br />

—Ah, bon soir, mon petit officier Gibraltar!<br />

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