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Tempestades de acero

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Ernst Jünger El bosquecillo 125<br />

balas van dirigidas. Los hombres se ven forzados entonces a meterse en las trincheras; distraídos en sus<br />

charlas, no se han dado cuenta <strong>de</strong> que la visibilidad ha ido aumentando poco a poco y es ahora tan clara<br />

como el cristal. Constituyen una buena presa para el apuntador enemigo que, malhumorado y medio<br />

dormido, está sentado al otro lado <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> su pieza. El apuntador traza una cruz en su mapa y escribe al<br />

lado la hora; a la mañana siguiente los hombres encargados <strong>de</strong> traer el café se asombran <strong>de</strong> que caiga<br />

sobre ellos un repulsivo fuego <strong>de</strong> granadas. Tenemos tres heridos; los <strong>de</strong>más regresan con las c<strong>acero</strong>las<br />

vacías.<br />

A la hora en que el sol se halla en lo alto <strong>de</strong>l cielo, el ramal <strong>de</strong> aproximación permanece <strong>de</strong>sierto en el<br />

campo; el ser humano se ha convertido en una criatura nocturna que, <strong>de</strong> día, se muestra únicamente en los<br />

gran<strong>de</strong>s instantes <strong>de</strong> la batalla. En el oeste se ha elevado un globo cautivo; queda aproximadamente<br />

encima <strong>de</strong> Bus-les-Artois y parece una insignificante mancha amarilla. Pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella altura se siguen<br />

todos nuestros movimientos y hay ojos armados <strong>de</strong> prismáticos que penetran incluso en el ramal <strong>de</strong><br />

aproximación. Sin embargo, lo único que allí ven es acaso un enlace, o un oficial aislado, o un herido que,<br />

cojeando, se dirige hacia el puesto <strong>de</strong> socorro. La soledad es absoluta; sólo la atanasia y la aquilea mecen<br />

sus umbelas por encima <strong>de</strong>l bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la trinchera y el llantén alza sobre los <strong>de</strong>siertos caminos sus<br />

diminutas mazas <strong>de</strong> armas. Por todas partes surge <strong>de</strong> entre la hierba el chirriante cuchichí <strong>de</strong> las perdices.<br />

Gordos escarabajos que han caído <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la trinchera patalean en el polvo. La cogujada toma un baño<br />

<strong>de</strong> arena en los viejos embudos en don<strong>de</strong> la tierra se ha vuelto ya muy blanda; no se <strong>de</strong>ja importunar por<br />

la ráfaga <strong>de</strong> shrapnels que levanta polvaredas en el suelo y cuyos balines se clavan en el barro,<br />

endurecido por las pisadas, <strong>de</strong>l fondo <strong>de</strong> la trinchera.<br />

Es ésta una hora que me gusta mucho, y he escogido la mañana <strong>de</strong> hoy para dar un paseo hasta el<br />

Bosquecillo 125. Pues es bueno mirar con calma un lugar al cual pue<strong>de</strong> verse uno lanzado a combatir en<br />

cualquier momento. Desaparece así uno <strong>de</strong> los graves inconvenientes <strong>de</strong> esos instantes, a saber, el<br />

<strong>de</strong>sconocimiento <strong>de</strong>l terreno; si uno lo conoce <strong>de</strong> antemano, posee una importante ventaja sobre el<br />

atacante. Como «no disparaba» —este giro gramatical impersonal que aquí usamos es ya por sí solo un<br />

síntoma <strong>de</strong> hasta qué punto se ha convertido el combate en un suceso natural para nosotros—, como «no<br />

disparaba», y yo, por otro lado, no andaba escaso <strong>de</strong> tiempo, a mitad <strong>de</strong>l camino me senté sobre una gran<br />

mata <strong>de</strong> hierba caída <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la trinchera y allí estuve <strong>de</strong>sayunando y contemplando los animales. Luego<br />

guardé el cuchillo, que suelo llevar, como si fuera un hombre <strong>de</strong> los bosques, en una vaina cosida al<br />

pantalón, y continué mi peregrinación hacia ese Bosquecillo tristemente famoso <strong>de</strong>l que tantas cosas me<br />

han contado.<br />

No parece, ciertamente, que existan allí muchas comodida<strong>de</strong>s. Los embudos se suce<strong>de</strong>n sin<br />

interrupción en el suelo gredoso, que está cubierto únicamente por una <strong>de</strong>lgada capa negra <strong>de</strong> humus; una<br />

gruesa película <strong>de</strong> polvillo blanco se ha <strong>de</strong>positado sobre las hojas <strong>de</strong> los míseros restos <strong>de</strong>l sotobosque;<br />

tan pálida y enfermiza es su estampa que parecen haber crecido <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sótanos. Arbustos arrancados <strong>de</strong><br />

raíz y ramas <strong>de</strong>sgajadas <strong>de</strong> los árboles se mezclan confusamente en el suelo; en parte han caído también<br />

sobre las arrasadas trincheras, <strong>de</strong> manera que en muchos lugares es preciso caminar a rastras. Los troncos<br />

enormes <strong>de</strong> los árboles, en la medida en que no yacen por tierra, están <strong>de</strong>smochados <strong>de</strong>l follaje. Los<br />

cascos <strong>de</strong> la metralla han arrancado la corteza y el sámago; sólo el agujereado cerne se alza todavía<br />

formando un ejército <strong>de</strong> pelados mástiles que parecen <strong>de</strong>vorados por una enfermedad terrible. Intenté<br />

imaginarme la estampa que es fácil que lleguemos a ver, imaginarme <strong>de</strong> noche este petrificado bosque:<br />

por encima <strong>de</strong> él, bengalas luminosas, cuya luz cruda parece solidificar el sotobosque, blanco como la<br />

nieve, y transformarlo en un tejido espectral; por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> estos palos gigantescos, cuyas sombras se<br />

proyectan en todas las direcciones con la rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong>l rayo, un chisporroteante combate con granadas <strong>de</strong><br />

mano y ametralladoras, un combate tan sañudo y absurdo como sólo es imaginable en este paisaje sencillo<br />

y feroz.<br />

Un espíritu terrible ha borrado aquí todas las cosas superfluas y creado un trasfondo digno <strong>de</strong>l cuadro<br />

que acabo <strong>de</strong> imaginar. Aquí el ser humano vuelve a convertirse necesariamente en un fragmento <strong>de</strong> la<br />

Naturaleza, que lo somete a sus leyes inescrutables y lo utiliza como una criatura hecha <strong>de</strong> sangre y<br />

músculos, <strong>de</strong> garras y dientes.<br />

Son ya muchos los bosques que he visto <strong>de</strong>struidos por los proyectiles; el <strong>de</strong> Delville, el <strong>de</strong> Saint-<br />

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