Tempestades de acero
Tempestades de acero
Tempestades de acero
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />
—Montex!<br />
La respuesta que recibí fue una granada <strong>de</strong> mano que alguien arrojó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el interior. Era<br />
evi<strong>de</strong>ntemente un proyectil con mecha <strong>de</strong> retardo, pues oí el pequeño chasquido <strong>de</strong>l encendido y tuve<br />
tiempo <strong>de</strong> saltar hacia atrás. Aquella granada reventó contra el talud <strong>de</strong> enfrente, a la altura <strong>de</strong> mi cabeza;<br />
me <strong>de</strong>sgarró mi gorra <strong>de</strong> seda, me causó varias heridas en la mano izquierda y me arrancó la yema <strong>de</strong>l<br />
<strong>de</strong>do meñique. Al suboficial <strong>de</strong> zapadores que estaba a mi lado un casco <strong>de</strong> metralla le perforó la nariz.<br />
Retrocedimos algunos pasos y bombar<strong>de</strong>amos con granadas <strong>de</strong> mano aquel peligroso lugar. Llevado por<br />
la precipitación, uno <strong>de</strong> mis hombres arrojó en la entrada un tubo incendiario e imposibilitó con ello la<br />
continuación <strong>de</strong> nuestro ataque. Dimos media vuelta y recorrimos la tercera línea en dirección opuesta a<br />
la <strong>de</strong> antes; lo que <strong>de</strong>seábamos era hacer prisionero a un adversario. Por todas partes había, tiradas en el<br />
suelo, piezas <strong>de</strong> equipo y armas. Cada vez más preocupados nos hacíamos en silencio esta pregunta:<br />
«¿Dón<strong>de</strong> podrán hallarse los hombres que han <strong>de</strong>jado allí esos fusiles? ¿Dón<strong>de</strong> nos estarán acechando?».<br />
Sin embargo, nos fuimos a<strong>de</strong>ntrando resueltamente en las trincheras <strong>de</strong>siertas, veladas por los vapores <strong>de</strong><br />
la pólvora; en una mano llevábamos preparada una granada y en la otra la pistola montada.<br />
Sólo más tar<strong>de</strong>, reflexionando sobre ello, he logrado hacerme una i<strong>de</strong>a clara <strong>de</strong>l camino que seguimos<br />
a partir <strong>de</strong> aquel instante. Sin darnos cuenta torcimos por un tercer ramal <strong>de</strong> aproximación y nos<br />
acercamos hacia la cuarta línea; estábamos ya metidos en el fuego <strong>de</strong> obstrucción <strong>de</strong> nuestra propia<br />
artillería. De vez en cuando abríamos con violencia una <strong>de</strong> las cajas empotradas en los talu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la<br />
trinchera y nos metíamos, como recuerdo, una granada <strong>de</strong> mano en el bolsillo.<br />
Tras haber recorrido varias veces en todas las direcciones las trincheras nadie sabía ya ni en dón<strong>de</strong> nos<br />
encontrábamos ni en qué dirección quedaba la posición alemana. Poco a poco los hombres se fueron<br />
poniendo nerviosos. Las agujas <strong>de</strong> la brújula luminosa temblaban en nuestras manos trémulas; con el<br />
nerviosismo, nos olvidamos <strong>de</strong> todos los conocimientos adquiridos en la escuela. La algarabía <strong>de</strong> voces<br />
extranjeras que en las trincheras cercanas se oía indicaba que el. adversario se había recuperado <strong>de</strong> la<br />
primera sorpresa. Era inevitable que adivinase pronto el lugar en que nos hallábamos.<br />
Una vez más dimos media vuelta; yo iba caminando a la cola <strong>de</strong> mis hombres cuando vi <strong>de</strong> repente<br />
cómo se balanceaba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, sobre un través <strong>de</strong> sacos terreros, el cañón <strong>de</strong> una ametralladora.<br />
Tropezando con un cadáver francés di un salto hacia allí y divisé al suboficial Kloppmann y al sargento<br />
aspirante a oficial von Zglinitzky, que se ocupaban <strong>de</strong> aquel arma, mientras el fusilero Hailer hurgaba en<br />
un <strong>de</strong>spedazado cadáver en busca <strong>de</strong> papeles. Sin preocuparnos <strong>de</strong> lo que nos ro<strong>de</strong>aba nos pusimos a<br />
manipular con prisa febril en la ametralladora, pues queríamos llevarnos cuando menos algún botín.<br />
Intenté aflojar los tornillos <strong>de</strong> sujeción, otro hombre cortó con la cizaya la banda <strong>de</strong> cartuchos; finalmente<br />
nos echamos al hombro aquella máquina, que estaba colocada sobre un trípo<strong>de</strong>, y nos la llevamos sin<br />
<strong>de</strong>smontar. En aquel instante resonó en la trinchera paralela a la dirección en que presumíamos que<br />
quedaba la línea alemana una voz enemiga; era una voz nerviosa, pero amenazante:<br />
—Qu'est-ce qu'il y a?<br />
Hacia nosotros vino volando, con una trayectoria curva, una bola negra; se distinguía confusamente <strong>de</strong>l<br />
cielo, que ya empezaba a clarear.<br />
—¡Cuidado!<br />
Brilló un relámpago entre mí y Mevius; un casco <strong>de</strong> metralla se incrustó en su mano. Nos dispersamos<br />
por todos los lados y nos fuimos enredando cada vez más en aquella maraña <strong>de</strong> trincheras. Los únicos<br />
hombres que en aquel momento se encontraban junto a mí eran el suboficial <strong>de</strong> zapadores, cuya nariz<br />
sangraba, y Mevius, que tenía herida la mano. Sólo el <strong>de</strong>sconcierto <strong>de</strong> los franceses, que aún no osaban<br />
salir <strong>de</strong> sus agujeros, retrasaba nuestra ruina. Pero <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> pocos minutos tropezaríamos necesariamente<br />
con un <strong>de</strong>stacamento francés más fuerte, que nos remataría <strong>de</strong> muy buena gana. En el aire no flotaba<br />
precisamente una atmósfera <strong>de</strong> perdón.<br />
Ya había perdido toda esperanza <strong>de</strong> escapar sano <strong>de</strong> aquel avispero cuando <strong>de</strong> repente se me escapó <strong>de</strong><br />
la garganta un grito <strong>de</strong> júbilo. Mis ojos acababan <strong>de</strong> tropezar con aquel plato que tenía <strong>de</strong>ntro una<br />
cuchara; ahora estaba orientado. Ya había amanecido <strong>de</strong>l todo y por ello no teníamos un solo segundo que<br />
per<strong>de</strong>r. De un salto salimos a campo <strong>de</strong>scubierto y nos lanzamos hacia .nuestras líneas, mientras las<br />
111 111