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Tempestades de acero

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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />

el novato haya percibido siquiera el ligero aleteo que lo anuncia. En las zonas peligrosas, con objeto <strong>de</strong><br />

oír mejor, yo solía cambiar el casco <strong>de</strong> <strong>acero</strong> por la gorra.<br />

Nuestros guías, que no parecían muy seguros <strong>de</strong> lo que tenían que hacer, avanzaban serpenteando por<br />

una «trinchera <strong>de</strong> superficie» que no acababa nunca. Este es el nombre que se da a los corredores que, en<br />

razón <strong>de</strong> las aguas subterráneas, no están excavados en la tierra, sino construidos al nivel <strong>de</strong>l suelo con<br />

sacos terreros y fajinas. Luego pasamos al lado <strong>de</strong> un bosque que estaba pelado <strong>de</strong> un modo siniestro;<br />

según nos contaron los guías, la insignificancia <strong>de</strong> un millar <strong>de</strong> granadas <strong>de</strong>l calibre 240 había expulsado<br />

<strong>de</strong> él unos días antes a la plana mayor <strong>de</strong> un regimiento.<br />

—Parece que aquí no se escatiman gastos —pensé para mis a<strong>de</strong>ntros.<br />

Tras haber andado errantes <strong>de</strong> acá para allá por un terreno cubierto <strong>de</strong> espesa maleza nos encontramos<br />

sin saber qué hacer, pues nuestros guías nos habían abandonado. Nos hallábamos en una zona cubierta <strong>de</strong><br />

cañaverales y ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> pantanos en cuya negra superficie se reflejaba la luz <strong>de</strong> la luna. Las granadas se<br />

hundían en el suelo blando; el cieno que lanzaban a lo alto volvía a caer con un chapoteo ruidoso. Por fin<br />

retornó el infortunado guía, sobre el que se concentró toda nuestra furia, y dio a enten<strong>de</strong>r que había<br />

encontrado el camino. Pero volvió a llevarnos por una ruta equivocada y acabamos en un puesto <strong>de</strong><br />

socorro. A intervalos regulares y muy breves venían a estallar encima <strong>de</strong> aquel puesto <strong>de</strong> socorro los<br />

shrapnels; los balines y las vainas <strong>de</strong> éstos atravesaban ruidosamente las ramas <strong>de</strong> los árboles. El médico<br />

que atendía aquel puesto <strong>de</strong> socorro puso a nuestra disposición un hombre sensato que nos condujo hasta<br />

el <strong>de</strong>nominado «Fuerte <strong>de</strong> los Ratones»; allí estaba instalado el mando <strong>de</strong> las tropas <strong>de</strong> reserva.<br />

Inmediatamente <strong>de</strong>spués me encaminé hacia el lugar en que se encontraba la compañía <strong>de</strong>l 225 0<br />

Regimiento que iba a ser relevada por nuestra Segunda Compañía. Después <strong>de</strong> mucho buscar en aquel<br />

terreno lleno <strong>de</strong> embudos encontré unas pocas casas ruinosas, que por <strong>de</strong>ntro tenían un discreto<br />

revestimiento <strong>de</strong> hormigón armado. El día anterior un proyectil <strong>de</strong> grueso calibre, que la acertó <strong>de</strong> lleno,<br />

había hundido una <strong>de</strong> ellas; la plancha <strong>de</strong>l techo se vino abajo con estruendo y aplastó, como en una<br />

ratonera, a la guarnición que la habitaba.<br />

Para pasar el resto <strong>de</strong> la noche logré hacerme un hueco en el abarrotado fortín <strong>de</strong> hormigón que servía<br />

<strong>de</strong> puesto <strong>de</strong> mando al jefe <strong>de</strong> la compañía. Era un bravo «cerdo <strong>de</strong>l frente»; él y su or<strong>de</strong>nanza mataban el<br />

tiempo con una botella <strong>de</strong> aguardiente y una gran lata <strong>de</strong> carne adobada. A menudo el jefe se <strong>de</strong>tenía en<br />

sus ocupaciones y, moviendo arriba y abajo la cabeza, escuchaba con atención el fuego <strong>de</strong> la artillería,<br />

cada vez más intenso. Luego, suspirando, se ponía a añorar la hermosa época que había pasado en Rusia y<br />

mal<strong>de</strong>cía las continuas bajas que se producían en su regimiento. Al fin se me cerraron los ojos.<br />

El sueño fue pesado y angustioso; los proyectiles <strong>de</strong> grueso calibre que, en medio <strong>de</strong> una oscuridad<br />

impenetrable, caían alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la casa producían, en aquel paisaje muerto, una in<strong>de</strong>cible sensación <strong>de</strong><br />

soledad y abandono. Involuntariamente me apretujé contra un hombre que yacía a mi lado en el camastro.<br />

En una ocasión, una sacudida violenta me hizo ponerme en pie, asustado. Con las linternas alumbramos<br />

las pare<strong>de</strong>s para examinar si la casa estaba agujereada. Se <strong>de</strong>scubrió que una granada <strong>de</strong> pequeño calibre<br />

se había estrellado contra la pared exterior.<br />

La mañana siguiente la pasé en el puesto <strong>de</strong> mando <strong>de</strong>l jefe <strong>de</strong>l regimiento, instalado en el Fuerte <strong>de</strong><br />

los Ratones. Continuamente, sin interrupción ninguna, estallaban cerca <strong>de</strong> aquel sitio granadas <strong>de</strong>l calibre<br />

150, mientras el jefe, un capitán <strong>de</strong> caballería, jugaba una interminable partida <strong>de</strong> tresillo con su ayudante<br />

y con el oficial <strong>de</strong> enlaces, y hacía pasar <strong>de</strong> mano en mano una botella <strong>de</strong> gaseosa llena <strong>de</strong> un aguardiente<br />

<strong>de</strong> mala calidad. A veces <strong>de</strong>jaba las cartas sobre la mesa para <strong>de</strong>spachar a un enlace o iniciaba con gesto<br />

preocupado una conversación acerca <strong>de</strong> la resistencia que nuestro fortín <strong>de</strong> hormigón podía ofrecer a las<br />

bombas. A pesar <strong>de</strong> sus acaloradas réplicas pudimos convencerlo <strong>de</strong> que no aguantaríamos un proyectil<br />

certero que diese en el techo.<br />

El fuego habitual adquirió hacia el atar<strong>de</strong>cer una intensidad <strong>de</strong>mencial. En la primera línea se elevaban<br />

bengalas <strong>de</strong> colores en sucesión ininterrumpida. Unos enlaces que llegaron sudorosos trajeron la noticia<br />

<strong>de</strong> que el enemigo atacaba. Después <strong>de</strong> varias semanas <strong>de</strong> tiro <strong>de</strong> tambor <strong>de</strong> la artillería hacía ahora su<br />

aparición el combate <strong>de</strong> infantería. Habíamos llegado, por tanto, en el momento justo.<br />

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