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Tempestades de acero

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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />

por el jefe <strong>de</strong> las tropas combatientes. En aquellos dos caminos en hondonada corrimos numerosos<br />

peligros; muchas veces nos quedamos allí sin aliento. El peor rincón <strong>de</strong> todos fue una cañada a la que<br />

fuimos a dar y en la que sin cesar estallaban, con un fogonazo, shrapnels y granadas <strong>de</strong> pequeño calibre.<br />

¡Brrum! ¡Brrum! A nuestro alre<strong>de</strong>dor crepitaba el remolino <strong>de</strong> hierro, que lanzaba una lluvia <strong>de</strong> chispas<br />

en la oscuridad. ¡Juiiiii! ¡Otra ráfaga! Se me cortó la respiración, pues fracciones <strong>de</strong> segundo antes me di<br />

cuenta, por el cada vez más agudo aullido, <strong>de</strong> que la rama <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la trayectoria <strong>de</strong> aquel proyectil<br />

iba a terminar junto a mí. Inmediatamente <strong>de</strong>spués cayó en tierra con violencia, junto a la planta <strong>de</strong> mi<br />

pie, un grueso proyectil, que lanzó a lo alto pedazos <strong>de</strong> barro blando. ¡Precisamente aquella granada no<br />

estalló!<br />

Por todas partes cruzaban apresuradamente la noche y el fuego tropas que iban a relevar a otras y<br />

tropas que habían sido relevadas. Muchas <strong>de</strong> ellas se encontraban totalmente <strong>de</strong>sorientadas y, a causa <strong>de</strong>l<br />

nerviosismo y <strong>de</strong>l agotamiento, lanzaban gemidos. En medio <strong>de</strong> todo aquello resonaban llamadas y<br />

ór<strong>de</strong>nes, así como los prolongados gritos <strong>de</strong> socorro, que se repetían monótonamente, <strong>de</strong> los heridos<br />

perdidos en el campo <strong>de</strong> embudos. Yo proporcionaba informaciones a los soldados <strong>de</strong>sorientados cuando<br />

pasaba corriendo junto a ellos, sacaba a unos <strong>de</strong> los agujeros abiertos por las granadas, amenazaba a otros<br />

que querían tirarse al suelo, gritaba constantemente mi nombre para mantener agrupados a todos los míos,<br />

y así conseguí, como por milagro, que mi sección retornara a Combles.<br />

Luego, atravesando Sailly y la Granja <strong>de</strong>l Gobierno, hubimos <strong>de</strong> marchar a pie todavía hasta el bosque<br />

<strong>de</strong> Hennois, don<strong>de</strong> íbamos a vivaquear. En aquella marcha quedó <strong>de</strong> manifiesto en toda su amplitud<br />

nuestro agotamiento. Con la cabeza abúlicamente caída nos fuimos <strong>de</strong>slizando a lo largo <strong>de</strong> nuestra ruta,<br />

mientras automóviles o columnas <strong>de</strong> munición nos empujaban con frecuencia a un lado. Presa <strong>de</strong> una<br />

sobreexcitación enfermiza, llegué a creer que los vehículos que por allí pasaban con estruendo marchaban<br />

tan cerca <strong>de</strong>l bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l camino con la única finalidad <strong>de</strong> molestarnos, y más <strong>de</strong> una vez sorprendí mi<br />

mano puesta en la funda <strong>de</strong> mi pistola.<br />

Después <strong>de</strong> aquella marcha tuvimos aún que montar las tiendas; sólo entonces pudimos tumbarnos en<br />

el duro suelo. Mientras permanecimos en aquel campamento <strong>de</strong>l bosque cayeron gran<strong>de</strong>s agu<strong>acero</strong>s. La<br />

paja <strong>de</strong> las tiendas comenzó a pudrirse y muchos hombres enfermaron. Los cinco oficiales <strong>de</strong> la compañía<br />

no nos <strong>de</strong>jamos perturbar por la humedad; por las noches nos sentábamos sobre nuestras maletas <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> las tiendas, ante unas cuantas panzudas botellas que sabe Dios <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> habrían salido. El vino tinto es<br />

en tales ocasiones un medicamento.<br />

Una <strong>de</strong> aquellas noches la Guardia tomó al asalto, en un contraataque, la al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Maurepas. Mientras<br />

las dos artillerías enemigas se enzarzaban, a distancia, en un violento cañoneo mutuo, estalló una horrible<br />

tempestad, <strong>de</strong> modo que la furia <strong>de</strong> la tierra rivalizaba con la <strong>de</strong>l cielo, igual que en la batalla homérica <strong>de</strong><br />

los dioses y los hombres.<br />

Tres días más tar<strong>de</strong> salimos <strong>de</strong> nuevo hacia Combles. Allí ocupé con mi sección cuatro sótanos<br />

pequeños; construidos con bloques <strong>de</strong> greda, eran estrechos y alargados y tenían bóveda <strong>de</strong> cañón;<br />

prometían seguridad. Al parecer habían pertenecido a un viticultor — así al menos me expliqué yo el<br />

hecho <strong>de</strong> que en la pared hubiera pequeñas chimeneas. Una vez que hube apostado a los centinelas nos<br />

tumbamos en los numerosos colchones reunidos allí por quienes nos habían precedido.<br />

La primera mañana hubo una calma relativa; por ello me di un pequeño paseo por los <strong>de</strong>vastados<br />

jardines y <strong>de</strong>svalijé unas espal<strong>de</strong>ras llenas <strong>de</strong> sabrosos melocotones. En mis correrías fui a parar a un<br />

edificio, ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> elevados setos, que sin duda había pertenecido a un amante <strong>de</strong> los objetos bellos y<br />

antiguos. En las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> las habitaciones estaba colgada una colección <strong>de</strong> platos pintados; había<br />

también grabados, así como imágenes <strong>de</strong> santos tallados en ma<strong>de</strong>ra. En gran<strong>de</strong>s armarios se amontonaban<br />

porcelanas antiguas; dispersos por el suelo había <strong>de</strong>licados volúmenes encua<strong>de</strong>rnados en piel, entre ellos<br />

una preciosa edición antigua <strong>de</strong> Don Quijote. Todos aquellos tesoros estaban entregados a la <strong>de</strong>strucción.<br />

Me hubiera gustado llevarme un recuerdo, pero me ocurría como a Robinson con la pepita <strong>de</strong> oro; allí no<br />

tenían ningún valor aquellos objetos. Así se estropearon en una fábrica gran<strong>de</strong>s fardos <strong>de</strong> magníficas telas<br />

<strong>de</strong> seda, sin que nadie se preocupase <strong>de</strong> ellas. Cuando uno pensaba en el ardiente cerrojo instalado junto a<br />

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