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Tempestades de acero

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Ernst Jünger <strong>Tempesta<strong>de</strong>s</strong> <strong>de</strong> <strong>acero</strong><br />

Estas breves incursiones, en las que era preciso saber dominarse bien, constituían un buen medio para<br />

templar el valor y para romper la monotonía <strong>de</strong> la existencia en la trinchera. Lo que sobre todo no <strong>de</strong>be<br />

hacer el soldado es aburrirse.<br />

El 11 <strong>de</strong> agosto vimos corretear por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Berles-au-Bois un caballo negro <strong>de</strong> silla. Un<br />

hombre <strong>de</strong> la segunda reserva lo <strong>de</strong>rribó <strong>de</strong> tres tiros. Supongo que, al ver aquello, no pondría una cara <strong>de</strong><br />

mucha satisfacción el oficial inglés al que sin duda se le había escapado aquel caballo. Durante la noche<br />

le entró en un ojo al fusilero Schulz la vaina <strong>de</strong> una bala <strong>de</strong> infantería. También en Monchy aumentaron<br />

nuestras bajas, pues los muros, arrasados por el fuego <strong>de</strong> la artillería, procuraban una <strong>de</strong>fensa cada vez<br />

menor contra las salvas que las ametralladoras lanzaban a ciegas. Comenzamos a cavar zanjas <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

la al<strong>de</strong>a y alzamos nuevos muros en los sitios más peligrosos. En los abandonados jardines habían<br />

madurado las bayas; su sabor era tanto más dulce por cuanto uno podía regalarse con ellas únicamente<br />

mientras zumbaban a su alre<strong>de</strong>dor las balas perdidas.<br />

El 12 <strong>de</strong> agosto fue el día tanto tiempo anhelado en que por segunda vez durante la guerra pu<strong>de</strong> irme a<br />

casa <strong>de</strong> permiso. Pero apenas había comenzado a disfrutar <strong>de</strong>l calor hogareño, llegó un telegrama:<br />

«Retorno inmediato. Preguntar más <strong>de</strong>talles en la comandancia <strong>de</strong> la plaza <strong>de</strong> Cambrai». Tres horas<br />

<strong>de</strong>spués me hallaba sentado en el tren. Mientras marchaba hacia la estación me crucé con tres muchachas<br />

que estaban dando un paseo; iban vestidas con ropas <strong>de</strong> color claro y llevaban bajo el brazo sus raquetas<br />

<strong>de</strong> tenis — un radiante saludo con que la Vida me <strong>de</strong>spedía y <strong>de</strong>l que seguí acordándome largo tiempo en<br />

el frente.<br />

El día 21 me hallaba <strong>de</strong> nuevo en aquella región que tan bien conocía. Sus carreteras estaban<br />

abarrotadas <strong>de</strong> tropas a causa <strong>de</strong> la partida <strong>de</strong> la 111ª. División y <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong> otra nueva. El Primer<br />

Batallón estaba acantonado en la al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Ecoust-Saint-Mein, cuyas ruinas habíamos <strong>de</strong> reconquistar al<br />

asalto dos años más tar<strong>de</strong>.<br />

Paulicke, cuyos días estaban ya contados, me dio la bienvenida y me informó <strong>de</strong> que la gente joven <strong>de</strong><br />

mi sección había preguntado ya una docena <strong>de</strong> veces cuándo volvería. Esta noticia me emocionó<br />

vivamente y me reconfortó; por ella me di cuenta <strong>de</strong> que, en las ardientes jornadas que nos aguardaban,<br />

los hombres no me seguirían sólo por la obediencia <strong>de</strong>bida a mi grado. Poseía también un crédito<br />

personal.<br />

A otros ocho oficiales y a mí nos asignaron aquella noche como alojamiento la troje <strong>de</strong> un edificio<br />

abandonado. Estuvimos <strong>de</strong>spiertos hasta muy tar<strong>de</strong> y, a falta <strong>de</strong> algo más fuerte, bebíamos el café que dos<br />

francesas nos preparaban en la casa <strong>de</strong> al lado. Sabíamos que esta vez se iba a una batalla como nunca<br />

antes la había visto el mundo. Nuestra acometividad no era menor que la <strong>de</strong> las tropas que dos años antes<br />

habían cruzado la frontera; pero nosotros éramos más peligrosos que ellas, pues teníamos una experiencia<br />

mayor <strong>de</strong> la lucha. Con todo, nos encontrábamos <strong>de</strong> un humor excelente y nos eran <strong>de</strong>sconocidas<br />

expresiones como «escurrir el bulto». Quien viese a los hombres que participaban <strong>de</strong> aquella alegre mesa<br />

tenía que <strong>de</strong>cir que las posiciones confiadas a ellos no se per<strong>de</strong>rían hasta que no hubiese caído muerto el<br />

último <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>fensores.<br />

Y eso fue lo que en efecto ocurrió.<br />

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