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Tempestades de acero

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Ernst Jünger El bosquecillo 125<br />

volverán a ser engendrados más seres humanos <strong>de</strong> los necesarios — pero el Tiempo y el Destino se<br />

acercan a nosotros <strong>de</strong> manera inapelable.<br />

Primera línea<br />

Los trabajos han quedado concluidos antes <strong>de</strong> lo pensado. Ahora estoy bien instalado, y la trinchera<br />

vuelve una vez más a dominarme con su hechizo cotidiano.<br />

No hemos elegido un mal sitio y po<strong>de</strong>mos estar contentos <strong>de</strong>l lugar en que residimos. La artillería no<br />

parece prestar atención a este perdido rincón que habitamos. Nos encontramos a la sombra <strong>de</strong> sus<br />

proyectiles; éstos se cruzan a mucha altura por encima <strong>de</strong> nosotros y van a caer en algún lugar allá lejos.<br />

Casi siempre se dirigen hacia el sitio que constituye el foco <strong>de</strong> esta posición, el Bosquecillo 125, situado a<br />

nuestra izquierda y separado <strong>de</strong> nosotros por dos sectores <strong>de</strong>fendidos por sus respectivas compañías; el<br />

aspecto que en algunas ocasiones ofrece es terrible. A diferencia <strong>de</strong> lo que ocurre en nuestra trinchera, los<br />

caminos <strong>de</strong> aproximación, especialmente allí don<strong>de</strong> atraviesan la al<strong>de</strong>a, sí están sometidos a un fuego<br />

intenso. Muchas hondonadas, en las que resulta difícil mantener oculto el tráfico que las recorre, son<br />

bombar<strong>de</strong>adas con proyectiles <strong>de</strong> grueso calibre tanto al amanecer como al anochecer, <strong>de</strong> modo que casi<br />

en un instante <strong>de</strong>saparecen bajo nubes <strong>de</strong> polvo y humo. Por ello hemos vuelto a tener tres heridos,<br />

a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> las bajas sufridas en el primer relevo; los tres han sido alcanzados por las balas cuando<br />

transportaban el rancho.<br />

Peor aún es la aparición <strong>de</strong> una grave gripe, cuyos virus provienen <strong>de</strong> las trincheras enemigas; es una<br />

gripe que <strong>de</strong>ja extenuadas a sus víctimas <strong>de</strong> un día para otro y las hace inútiles para el combate. Casi<br />

todas las mañanas nos vemos obligados a enviar a la retaguardia a dos o tres hombres que, febriles y<br />

apáticos, permanecen acurrucados en sus búnkeres y a los que, sin duda, no volveremos a ver pronto. Si<br />

las cosas siguen así, habremos <strong>de</strong> reducir el número <strong>de</strong> las guardias — una medida arriesgada, pues no<br />

tenemos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros ninguna alambrada que obstaculice el paso al enemigo.<br />

Como ya he dicho, tengo la impresión <strong>de</strong> hallarme en la trinchera <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace ya varios meses. El gran<br />

ciclo está regulado <strong>de</strong> la manera siguiente: cada compañía permanece seis días en la zona avanzada, dos<br />

días en la línea principal <strong>de</strong> resistencia, en la que hay numerosas y bien construidas galerías subterráneas,<br />

y luego cuatro días en período <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso junto al terraplén <strong>de</strong>l ferrocarril <strong>de</strong> Achiet, allí don<strong>de</strong>, la<br />

primera noche, nos estaban aguardando los guías. El período más fatigante es el que pasamos en la zona<br />

avanzada —mañana tendremos a nuestras espaldas uno <strong>de</strong> esos períodos—, pues en la línea principal <strong>de</strong><br />

resistencia apostamos pocos centinelas.<br />

Con pequeñas variaciones, mi jornada transcurre <strong>de</strong> la manera siguiente:<br />

A las cinco <strong>de</strong> la mañana me <strong>de</strong>spierta Schüd<strong>de</strong>kopf, que ha regresado ya <strong>de</strong> Puisieux; cada madrugada<br />

el carro <strong>de</strong> la cocina acerca hasta la salida <strong>de</strong> esa al<strong>de</strong>a el café, el agua, las raciones y el correo a los<br />

hombres encargados <strong>de</strong>l rancho, que allí aguardan impacientes en la oscuridad. Me levanto <strong>de</strong> un salto y<br />

sólo necesito dar un paso para estar en la trinchera. Sobre una banqueta <strong>de</strong> barro está preparado el casco<br />

<strong>de</strong> <strong>acero</strong>, lleno <strong>de</strong> agua; a su lado se hallan el vaso <strong>de</strong> beber y los útiles necesarios para el aseo. Tras<br />

haberme refrescado me siento afuera, en el banco, y bebo con toda calma el café; por <strong>de</strong>sgracia, no son<br />

muchos los elogios que <strong>de</strong> él pue<strong>de</strong>n hacerse. Tampoco la ración es <strong>de</strong>masiado seductora; en los últimos<br />

tiempos nos reparten con el pan una pasta gris hecha <strong>de</strong> fibras <strong>de</strong> carne molidas. Esta pasta representa, <strong>de</strong><br />

todos modos, una cierta mejora, si se la compara con la masa amarillenta que antes nos daban y a la que<br />

pusimos el nombre <strong>de</strong> «grasa <strong>de</strong> mono»; se murmuraba que la extraían <strong>de</strong> las cabezas <strong>de</strong> los arenques.<br />

Con todo, es preciso cuidar esa pasta con tiento, pues las gran<strong>de</strong>s moscas brillantes que tanto abundan en<br />

esta zona andan como locas tras ella y aprovechan cualquier ocasión para <strong>de</strong>positar allí sus rojizos<br />

paquetes <strong>de</strong> huevos. Ya lo han logrado algunas veces, aunque guardo mi ración en un botellín que se<br />

pue<strong>de</strong> cerrar herméticamente. La única explicación que encuentro es que disponen <strong>de</strong> unos órganos <strong>de</strong><br />

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